(27 de mayo del 2025. El Venezolano).- Unas 40 personas en total subieron a la embarcación en la costa caribeña de Panamá, con sus pertenencias metidas en bolsas de basura y sus hijos aferrados a ellos para el arduo viaje que les esperaba.
Por Annie Correal
Visuals by Federico Rios
No desafiaban al gobierno estadounidense al dirigirse hacia la frontera. Volvían a Venezuela —haciendo exactamente lo que las autoridades estadounidenses querían que hicieran—, aunque ello significara enfrentarse de nuevo a amenazas de robo, secuestro y una peligrosa travesía. “Es un sueño frustrado”, dijo Junior Sulbarán, quien, como los demás, había huido de Venezuela el año anterior, llevando a su hija pequeña miles de kilómetros hacia el norte y a través del traicionero paso selvático conocido como el Tapón del Darién.
Él y su familia llegaron a Ciudad de México antes del segundo mandato del presidente Donald Trump, y pronto escucharon el mensaje del gobierno. “Si estás pensando en entrar ilegalmente en Estados Unidos, ni se te ocurra”, dijo Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional, en un video de la Casa Blanca publicado en febrero. “Si vienes a nuestro país e infringes nuestras leyes, te perseguiremos”.

No hay una cifra clara de cuántas personas han decidido abandonar Estados Unidos o han renunciado a llegar al país, y la migración en la frontera sur había descendido bruscamente incluso antes de que Trump asumiera el cargo por segunda vez.
Pero un indicio de que algunos migrantes comienzan a regresar a Sudamérica es que más de 10.000 personas —prácticamente todas procedentes de Venezuela— han tomado embarcaciones de Panamá a Colombia desde enero, según funcionarios panameños, quienes afirman que cada semana salen más.
Se trata de una cifra ínfima en comparación con los cientos de miles de venezolanos que entraron en Estados Unidos y México en los últimos años, pero el auge de la nueva ruta en barco hacia Sudamérica es una señal, según migrantes, funcionarios y grupos de derechos, de que las duras tácticas del gobierno de Trump están surtiendo efecto. “El mundo está escuchando nuestro mensaje de que las fronteras de Estados Unidos están cerradas para quienes infringen la ley”, dijo en un comunicado Tricia McLaughlin, portavoz del Departamento de Seguridad Nacional. “Los migrantes ahora incluso dan marcha atrás antes de llegar a nuestras fronteras”.

Para los que están en Estados Unidos, dijo, “es una opción fácil irse voluntariamente y recibir 1000 dólares”, refiriéndose a la oferta del gobierno para la “autodeportación voluntaria”. Aunque el gobierno pueda proclamar su éxito, los expertos afirman que muchos migrantes se enfrentan a tantas barreras para volver a casa que, aunque estén dispuestos, es extremadamente difícil dar marcha atrás.
“Están atrapados, dondequiera que estén”, dijo Juan Cruz, quien fue el principal asesor de Trump para América Latina durante su primer mandato, señalando que muchos migrantes viven en la pobreza, están endeudados y carecen de documentos de viaje. Los venezolanos, añadió, también se enfrentan a un gobierno hostil hacia quienes se marcharon a Estados Unidos.
Es posible que al gobierno de Trump no le importe cómo llegan las personas a casa, dijo Cruz. Pero si quiere animar a más personas a marcharse, ignorar los obstáculos a los que se enfrentan los migrantes “no es la forma de hacerlo”, dijo. “No tienen nada a su favor”.

Entre los que se marchan, los migrantes procedentes de Venezuela en particular, dicen sentirse el blanco del gobierno, que recientemente ha puesto fin a las protecciones contra la deportación y ha enviado a cientos de hombres acusados de pertenecer a bandas a una prisión en El Salvador.
En Texas, los autobuses que se dirigen al sur se llenan de venezolanos que dicen tener miedo de ser detenidos por sus tatuajes o separados de sus hijos. En México, hay una competición desesperada, que dura meses, para conseguir vuelos a Caracas. En Panamá, las afueras de Colón se han convertido en un centro de operadores de barcos que cobran cientos de dólares por subir a barcas desvencijadas para bordear el Darién de regreso a Sudamérica.
Para muchos migrantes de Venezuela, no es tan fácil como levantar la mano y subir a un avión.

Algunos carecen de documentos para viajar tras años de traslados, o de cualquier documento, y como Venezuela tiene pocos consulados, son extremadamente difíciles de reemplazar. Un pasajero del barco en Panamá, Adrián Corona, dijo que su pasaporte había expirado y que su documento de identidad se había perdido en el Darién.
Había dado la vuelta en México, al igual que Sulbarán, su esposa y su hija pequeña, Samantha Victoria, quien llevaba más de un año de viaje cuando regresaron a Panamá. “Salimos de Santiago, de Chile, pasamos a Bolivia, de Perú, después Ecuador, después Colombia y después nos metimos a la selva del Darién”, dijo Sulbarán sobre su tortuosa huida de una Venezuela en ruinas. “Seis días duramos en la selva”.
Al salir de México, tomaron autobuses hacia el sur, hasta la costa de Panamá, donde metieron sus pertenencias en bolsas de basura para protegerlas de las tormentas y las salpicaduras de las olas.
“Es como una pérdida de tiempo y de dinero”, dijo Josliacner Andrade, esposa de Sulbarán.
Ahora, nuevos obstáculos se interponían en su camino. Panamá prácticamente ha sellado el Darién, buscando ayudar a Estados Unidos a detener la migración hacia el norte y afirmando que el cruce, a pie, se ha vuelto demasiado peligroso.

“Como cerraron la selva, nos tocó las lanchas”, dijo Dayerlín Sandoval, quien había viajado en barco desde San Antonio, temiendo que la deportaran sin su hijo.
Muchos de los venezolanos ahorraron durante meses para realizar el difícil viaje, que puede costar a una familia pequeña unos cuantos miles de dólares.
Geraldine Rincón, quien se enteró de la ruta en barco a través de TikTok, dijo que su madre había vendido una motocicleta en Venezuela para ayudar a financiar el viaje para ella y sus hijos pequeños.
Simplemente para subir a una embarcación, cada migrante paga unos 300 dólares, y lleva una pulsera rosa como prueba.
Y una vez a bordo, los peligros no terminan. Los barcos recorren más de 320 kilómetros por el Caribe, y paran en un pueblo a orillas del Darién antes de continuar hacia su destino, Colombia. Por el camino pasan a veces por paisajes de postal —buques de carga junto al Canal de Panamá, islas cubiertas de palmeras—, pero a menudo viajan sobre mares agitados y bajo un sol abrasador.
Al menos un viaje ha sido mortal. En febrero, un niño venezolano de 8 años se ahogó y unos 20 migrantes tuvieron que ser rescatados tras el naufragio de su embarcación.
Por un momento, los migrantes que partieron a principios de mayo temieron otro desastre. Cuando su barco se acercaba a un puesto de control migratorio en la isla de El Porvenir, se oyó un fuerte crujido. Una hélice había chocado contra un arrecife.

Consiguieron llegar al puesto de control, donde las autoridades panameñas cuentan cabezas y se aseguran principalmente de que los migrantes sigan su camino. Pero aproximadamente una hora más tarde, el motor averiado cedió, dejando solo uno.
El capitán buscó señal de teléfono móvil para pedir refuerzos y los pasajeros se cocieron bajo el sol del mediodía. Cuando el barco avanzaba con paso firme, el calor era soportable. A este ritmo, era sofocante.
Alejandra Rojas abrió un paquete de jugo para su perro jadeante, Milú, quien la había seguido a través de la selva del Darién. Rojas llevaba sombrero, pero la mayoría de los pasajeros solo tenían camisetas para taparse la cabeza. Dos niños vomitaron.
Tras 40 minutos bajo el sol, llegó la embarcación de refuerzo, y uno a uno los migrantes pasaron a los niños, las bolsas y el perro por la borda. Luego siguieron su camino, con el oleaje subiendo y el barco golpeando con fuerza las olas.
Por fin, después de ocho horas, el grupo llegó a Puerto Obaldía, un pueblecito sin carreteras cerca de la frontera con Colombia. Allí estaban, al borde del Darién, frente a una región que ha llegado a ver a los migrantes como una oportunidad económica… otra vez.
Juanita Goebertus, directora de la división de las Américas de Human Rights Watch, dijo que el remoto rincón de Colombia al que finalmente llegan las embarcaciones está esencialmente controlado por un grupo criminal. Y los migrantes sabían lo que les esperaba: pagar a los lugareños una fortuna por comida, agua, un trozo de espacio para dormir en sus patios o suelos.
“Uno es una minita de oro”, dijo Corona. “Todos, todos lo ven así”.
Los migrantes que llegaban a la ciudad fronteriza embarcaban al día siguiente hacia Colombia y luego se dispersaban. Los que se dirigían a Venezuela sabían que sus familiares, muchos de los cuales pasaban hambre, tendrían poco que ofrecerles. Preparado para lo peor, Sulbarán dijo que él y su esposa solo planeaban recoger a su hijo de 9 años y ver a su familia. Después darían media vuelta y volverían a salir de Venezuela.