(28 de mayo del 2025. El Venezolano).- Nada justifica el horror del 7 de octubre de 2023. Los crímenes de Hamás no se relativizan. No hay forma de mitigar la barbarie de una organización terrorista que oprime a su propio pueblo. Pero también es cierto que masacre no compensa masacre, que el sufrimiento no se mide en cifras y que ningún cálculo de cadáveres puede saldar cuentas históricas.
Hoy, la urgencia va más allá del cese al fuego. Se trata de detener un exterminio anunciado. Sin una intervención humanitaria de envergadura, decenas de miles de niños morirán en Gaza por hambre, enfermedades prevenibles y el colapso absoluto de la infraestructura civil.
UN TERRITORIO ATRAPADO EN EL TIEMPO
La Franja de Gaza, más pequeña que la isla de Curazao, alberga a más de 2,3 millones de personas, el 80% de ellas desplazadas o descendientes de desplazados. Desde 1967 ha sido un tablero de guerra. Tras la ocupación israelí, los Acuerdos de Oslo de 1993 ofrecieron una salida: la creación progresiva del Estado Palestino, con la Autoridad Nacional Palestina (ANP) como punto de partida.
Aquel acuerdo fue histórico porque se fundamentó en el reconocimiento mutuo: Arafat reconocía a Israel, y Rabin reconocía el derecho del pueblo palestino a constituirse como Estado. Oslo fue esperanza. Su espíritu aún sobrevive.
Pero con el asesinato de Rabin, la llegada de Netanyahu y la colonización sistemática de territorios ocupados —en flagrante violación del derecho internacional y las resoluciones de la ONU—, Israel se desvió del camino de la paz. Aun así, ni Oslo ni la Resolución 181 de la ONU han perdido vigencia.
HAMÁS: ENTRE DICTADURA Y SUICIDIO COLECTIVO
Hamás llegó al poder por las urnas en 2006 y por las armas en 2007. Desde entonces ha impuesto una dictadura religiosa y militar, usando a la población como escudo humano y a la causa palestina como excusa para perpetuarse. Ha causado más muertes palestinas que israelíes. Su existencia ha sido el combustible perfecto para justificar represalias cada vez más brutales.
¿Y AHORA QUÉ?
Josep Borrell, exjefe de la diplomacia europea, lo dijo con claridad: Israel tiene derecho a defenderse, pero ese derecho no puede cruzar las fronteras del derecho internacional. Tres veces Hiroshima se ha vertido sobre Gaza. ¿Puede eso considerarse legítima defensa?
Cuando más del 80% de las víctimas son niños, mujeres y ancianos; cuando se impide el paso de ayuda humanitaria, se bombardean hospitales y se asesina a diplomáticos a plena luz del día, ya no estamos hablando de defensa: estamos frente a un crimen.
Lo advirtió Ami Ayalon, exdirector del Shin Bet, héroe condecorado y figura respetada en Israel: “la seguridad de Israel solo será real cuando los palestinos tengan esperanza. Porque quien no tiene nada que perder, puede perderlo todo —incluido el miedo— y volverse un arma viviente”.
El odio es el negocio de quienes jamás pisan el campo de batalla. Los líderes de Hamás no lanzan cohetes desde túneles, sino arengas desde hoteles o residencias en Qatar e Irán. No conocen el hambre, ni el polvo de los escombros.
DOS PUEBLOS, DOS ESTADOS
La única salida sigue siendo la misma que hace más de medio siglo: dos Estados para dos pueblos. Lo repetía con convicción Shimon Peres, a quien escuché en Roma en una reunión de la Internacional Socialista, y luego en Tel Aviv en 2004, con el mismo mensaje:
“La solución al problema entre Israel y Palestina es la de crear dos Estados nacionales: un Estado judío, Israel; un Estado árabe, Palestina. Los palestinos son nuestros vecinos más cercanos. Creo que pueden convertirse en nuestros amigos más cercanos. Realmente creo que no hay alternativa a una solución de dos Estados. ¿Cuál es la alternativa? ¿Un solo Estado? Ninguno será feliz.»
Los pueblos de Israel y Palestina no quieren seguir enterrando a sus hijos. No hay futuro posible en el odio perpetuo. Es hora de levantar la voz —y la acción internacional— para detener el exterminio, rescatar el espíritu de Oslo y construir la paz que ambos pueblos merecen.
No habrá victoria verdadera si no hay justicia.
Y no hay justicia posible sin humanidad.