(12 de agosto del 2022. El Venezolano).- “La política sin principios es como la educación sin carácter, no solo es completamente desechable, sino potencialmente peligrosa.” Sai Baba.
Escrito por Neuro J. Villalobos Rincón
No tengo la menor duda que en la lucha del pueblo venezolano por recobrar su libertad está presente la lucha del bien contra el mal, y el bien, siempre ha salido victorioso. Sin embargo, creo que la estrategia política para acceder y adecentar el ejercicio del poder tiene que considerar todos los elementos presentes e históricos de la cultura venezolana, sobre todo los religiosos y los supersticiosos. Tengamos claro también que una cosa son los valores espirituales y otra cosa las supersticiones.
Mientras los verdaderos demócratas se esfuerzan por transformar al pueblo en ciudadanos, Chávez se esforzó por convertir al ciudadano en devoto. Éstos, son los que rinden culto a una deidad o divinidad y los políticos inescrupulosos, ambiciosos y manipuladores, como Chávez, Maduro y otros tantos, siempre han procurado que el pueblo se comporte frente a ellos como si fueran dioses a quienes deben estar eternamente agradecidos.
Tal como lo expresa David Placer, “El comandante presidente utilizaba la fe y el miedo para expandir su proyecto político, la fe para sus seguidores y el miedo para sus detractores. En casi todos los sectores del país, Chávez despertó la fe y el miedo. Y ambas le dieron buenos resultados.”
Nicolás Maduro, tratando de seguir las enseñanzas de su mentor e imitarlo se convirtió en otro legítimo enviado del reino de las tinieblas. En ese sentido, es muy significativo lo que expresa el referido autor en su libro “El dictador y sus demonios”, el día en que Maduro fue a conocer a Dios en persona, -se refería a Sai Baba- en que todo el pueblo donde llegó se quedó a oscuras. “Maduro y la oscuridad aparecieron juntos, como sincronizados, en el recinto en que miles de devotos buscan la luz, la paz y el sentido de sus vidas.”
De allí que muchos creen que a Venezuela hay que exorcizarla para liberarla de tanta mala energía concentrada sobre ella y que es una de las causas de su derrumbe material y su confusión espiritual. Algunos están convencidos de que la salida del régimen no pasa por la agitación callejera ni por un proceso electoral. No se trata de mantener una posición radical ante tan terrible situación que atravesamos, sino por la convicción de que el fin del régimen que ha acumulado más poder en la historia de Venezuela, solo se logrará con la destrucción del conjuro de Chávez quien enterró su sable de cadete militar en algún sitio de Venezuela y que permanece conectado a las raíces de un árbol, se nutre de la tierra y bebe agua del río que discurre cerca de él, según la historia que narra David Placer.
Los brujos y militares enterados de ese acontecimiento refuerzan el mito diciendo que hay que desenterrarlo porque allí sigue vivo el último hechizo de Chávez y para que en el país vuelva a resplandecer la claridad del bien. Ese es otro de los extravíos revolucionarios cuyo relato debemos desechar, no solo por su carácter esotérico y posiblemente fantasioso que tiene convencidos a mucha gente, sino porque preocupa que pueda convertirse en otra profecía autocumplida ya que según Epicuro, “la manía de hablar siempre y sobre toda clase de asuntos es una prueba de ignorancia y de mala educación, y uno de los grandes azotes del trato humano.”
Quienes supuestamente fueron enviados para echar a los mercaderes del templo han destruido hasta el templo mismo y su amor por los pobres ha hecho que éstos se multipliquen, no así los panes. Sus “ángeles, arcángeles y serafines” andan por tierras venezolanas predicando el verbo de su reelección, persiguiendo con sus látigos a los satánicos demócratas y a los pendejos de la oposición que no terminan de entender que la unidad es necesaria para lograr lo que hace mucho tiempo Alvin Toffler recomendó: que una economía avanzada necesita una sociedad avanzada.
Para que eso se cumpla, es un requisito previo sacudirnos el régimen que nos oprime y nos lleva en sentido inverso al progreso, porque un país que se las arregla para acelerar su avance económico, pero deja atrás sus instituciones básicas, su potencial para crear riqueza se verá finalmente limitado. Sacudámonos también las supersticiones para reencontrarnos con nosotros mismos.