(13 de noviembre del 2024. El Venezolano).- Nunca se fue. El mal absoluto, eterno y con sus nudos de rencor y exterminio, sigue presente. En estos días, la memoria sufre al enfrentarse, una vez más, al camino antisemita de la Kristallnacht, el pogromo que desató una infernal tragedia para los judíos de Europa: der Judenfrei. Un río de sangre hirviente, como anunció Dante. Es imperativo recordarlo.
Un latido de odio continúa anidado en el fanatismo extremo.
Por eso, desde entonces, “el nueve de noviembre es cualquier día.”
También el 7 de octubre de 2023, en tierras de Israel, en el corazón de los judíos en el mundo, entre los defensores de la libertad y la democracia en las sociedades libres de Occidente, ese odio resurge. Hace poco, la furia se desplegó, una vez más, sobre las calles de Ámsterdam, ante la pasividad institucional incapaz de contener una tragedia anunciada. Una vergüenza para la Casa Real de Orange-Nassau.
Por eso repetimos: “el nueve de noviembre es cualquier día.”
La situación se repite en las antiguas calles de Occidente, revelando viejas fisuras. Un problema añejo revive.
El antisemitismo ha sido una constante histórica. La segregación social de los judíos por sus creencias monoteístas, su Torá, sus tradiciones. No importa el instante en que comenzó este sufrimiento de siglos: desde la caída del Templo, pasando por las persecuciones medievales y los escritos de San Agustín y Lutero. El exilio, la mística religiosa, la diáspora. Una condena a la migración perpetua, a la imagen medieval del judío errante originada en París en 1229. La mitomanía del siglo XIX, que derivó en criminalidad.
Son, sorprendentemente, los olvidos de España los que persisten. Su obstinación en repetir errores. La entrega de miles de judíos a la causa de la II República, que llegaron en 1936 con las Brigadas Internacionales. La sangre judía olvidada en la memoria democrática. Voluntarios judíos venidos del Mandato Británico de Palestina. También Haskel Honigstein, el último judío que murió luchando en las tierras del Ebro, junto a la compañía judía Naftalí Botwin, un comunista polaco.
Enfrentamos, pues, los vacíos de la memoria por intereses coyunturales. Aquellos que una vez buscaron salvación, ahora desprecian a los judíos con el odio de su propia frustración. Los intereses son otros, y la geopolítica se alinea con el eje del mal. Lo advirtió el comunista judío Walter Benjamin antes de exhalar su último aliento en España en 1940: “Ni siquiera los muertos estarán a salvo.”
Hoy enfrentamos nuevamente el abismo antisemita.
Todo vuelve, con la obstinación del tiempo, a asentarse sobre los pilares de una nueva torpeza que ignora su historia de dolor y muerte: la política hitleriana. Martin Niemöller lo advirtió: “Primero vinieron…” los nazis, luego los terroristas de Hamás, dispuestos a repetir el Holocausto. Mientras la advertencia de Niemöller sigue dormida en la indiferencia, Occidente parece renunciar a su dignidad, su libertad y a la condición humana que defendieron Primo Levi y Erich Fromm en su obra El miedo a la libertad.
La judeofobia continúa como amenaza latente, bajo el disfraz del terrorismo de Hamás o Hizbulá, que buscan el aval de un supuesto intelecto académico al servicio de una mentira: el “genocidio” en Gaza.
Todo germina en las universidades, incluso en las españolas. Esto recuerda el mayo de 1933, cuando los nazis purgaron a los profesores alejados de la “nueva Alemania” y quemaron libros. El rector Martin Heidegger defendió la “autodeclaración de la universidad alemana” y su adhesión al nacionalsocialismo, cumpliendo la profecía de Heinrich Heine en 1823: “Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres.” Y sucedió.
La Conferencia de Rectores (CRUE) en 2023, mostrando comprensión hacia Hamás, produjo indignación. Han olvidado su función académica, perdiendo la escolástica. Sus autoridades permanecen mudas ante los eventos del 7 de octubre, permitiendo el uso espurio de nuestras universidades y su infraestructura, interpretando el terrorismo islámico como un supuesto bien supremo de libertad, teñido de terror.
Estamos, pues, abonando el terreno para un racismo torpe, con una falsa capa de ciencia, que ya antes sustentó ideas como las de Arthur de Gobineau o Houston Chamberlain. La construcción antisemita de Wilhelm Marr en 1879 reaparece. Se intenta, nuevamente, un ostracismo judío, una nueva Ahnenerbe, lista para reeditar desde el fango totalitario sus propias leyes de Nuremberg. Un racismo nacionalista disfrazado que sigue otras vías.
No podemos olvidar el 7 de octubre de 2023, y no lo olvidaremos.
Para ellos tendremos un lugar y un nombre. Un recordatorio de Yad Vashem en nuestras almas, con su sala del recuerdo y su llama eterna. Llevaremos en nuestra memoria los lugares del pogromo del 7 de octubre: la ciudad de Ofakim, el festival de Reim, los kibutzim, desde Kfar Aza hasta el sur iluminado de Nir Oz. Tenemos sus nombres, todos: vivos, muertos, secuestrados. Sus fotografías, sus rostros. Un monumento propio para los niños, descuartizados o no, su Yad Layeled.
Por eso, “el nueve de noviembre es cualquier día.”
La educación y las leyes han servido de poco. La Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA) y los esfuerzos de paz persisten, pero la retórica antisemita sigue en aumento en Europa. América del Norte, con la Liga Antidifamación, también registra este crecimiento.
Nada han importado los criterios de Natán Sharansky formulados en 2004, las conocidas 3D para distinguir la crítica legítima a Israel del antisemitismo: demonización, doble rasero y deslegitimación.
Vemos una amenaza creciente en Europa, entregada a una asimilación extraña, contraria a sus tradiciones e identidad. Los viejos acuerdos regresan, en una simbiosis de intereses antinaturales, como el pacto Ribbentrop-Molotov. Un pacto oscuro para Occidente, entre el marxismo y la teocracia medieval.
Sabemos que los organismos internacionales administran la destrucción. La torpeza de la ONU es inmensa, comparable al fracaso de la conferencia de Evian de 1938, cuando Occidente abandonó a los judíos de Europa. Sus gestos, palabras y omisiones sonrojarían a los defensores de los derechos humanos.
Occidente necesita despertar. Debemos superar la falsa realidad de las instituciones internacionales encabezadas por Naciones Unidas.
Mientras tanto, vemos al gobierno de España, atento a la representación informal de Hamás en el Congreso. Esto es reflejo de una postura que utiliza la judeofobia como banderín de enganche. El precio de esta posición es alto: la amenaza a la seguridad de la comunidad judía y sus aliados.
El Observatorio contra el Antisemitismo de la Federación de Comunidades Judías de España y el Movimiento contra la Intolerancia registran un balance sombrío. Todo aumenta: la indefensión de los judíos y el compromiso antisemita.
Algunos buscan replicar la conferencia de Wannsee de 1942, con su Endlösung der Judenfrage o “Solución Final.” Una meta anticipada en palabras de Franz Rosenzweig: “El lenguaje es más que sangre.” No es una disputa por tierras, sino un intento de realizar la vieja aspiración hitleriana.
Exigimos el liderazgo de Occidente. Israel no es solo una frontera que defender, sino la esencia del mundo occidental en aquellas tierras. Es el faro judío que ilumina a sus hijos, y no volverán a ser errantes.
Fray Benito Feijoo lo dijo en 1745: “No es necesario buscar en las historias desfiguradas el origen de fábulas infinitas. La imaginación del hombre puede crear la mentira del nada de la verdad.”
En este nueve de noviembre esperamos que una luz de paz se cierna sobre Eretz Israel y que la cordura regrese a este mundo. Por eso, en este nueve de noviembre decimos: “el nueve de noviembre es cualquier día.”