(22 de julio del 2020. El Venezolano).- Todas las mañanas a las 8, mientras la crisis del coronavirus estaba en su apogeo en abril, Mark Meadows, jefe de gabinete de la Casa Blanca, reunía a un pequeño grupo de colaboradores para guiar al gobierno a través de lo que se había convertido en un desastre económico, político y de salud pública.
Consideraban que su papel inmediato era solucionar problemas prácticos. Fabricar más respiradores. Encontrar más equipos de protección personal. Realizar más tests.
Pero el objetivo último era trasladar la responsabilidad de liderar la batalla contra la pandemia de la Casa Blanca a los estados. A esto lo llamaban “traspaso a la autoridad estadual” y estaba en el corazón de lo que se convertiría en un catastrófico error en materia de políticas y un intento de eludir la culpa por la crisis que envolvía al país.
Durante un período crucial que comenzó a mediados de abril, el presidente Donald Trump y su equipo se convencieron de que el brote estaba cediendo, de que les habían dado a los gobiernos estaduales todos los recursos que necesitaban para contener los “rescoldos” restantes y de que era hora de flexibilizar el confinamiento. Al hacerlo, el presidente pasó por alto las advertencias de que las cifras sólo seguirían bajando si se mantenía el distanciamiento social y se apresuró a reabrir la economía y a ocuparse de sus maltrechas esperanzas de reelección.
En busca de confirmación científica, recurrieron a la doctora Deborah Birx, la única profesional de salud pública del grupo de Meadows. Birx, una respetada experta en enfermedades infecciosas, fue para el presidente y sus colaboradores una fuente constante de noticias optimistas, mientras recorría los pasillos con gráficos que mostraban que los brotes se iban debilitando gradualmente.
El 11 de abril, le dijo a la fuerza de tareas del coronavirus en la Sala de Situación que el país estaba en buenas condiciones.
Pronto siguió un brusco giro, con consecuencias que siguen afectando al país hoy.
Pese a que los expertos advertían que la pandemia distaba de estar bajo control, Trump, en cuestión de días, pasó de proclamar que sólo él tenía autoridad para decidir cuándo se reabriría la economía a trasladar esa responsabilidad a los estados. El gobierno dictó detalladas pautas de reapertura pero, casi de inmediato, Trump empezó a criticar a los gobernadores demócratas que no “liberaban” sus estados.
La apuesta del mandatario a que la crisis se desvanecería resultó equivocada. Pero un análisis del cambio de abril y sus consecuencias muestra que el enfoque que adoptó no sólo fue un error de juicio. Por el contrario, fue una estrategia deliberada a la que se aferraría mientras se acumulaban las evidencias de que el virus seguiría contagiando y matando a gran cantidad de estadounidenses.
Guerra a la ciencia
Trump y sus principales colaboradores despreciarían abiertamente las investigaciones científicas sobre la enfermedad y los consejos de los expertos sobre el modo de contenerla, buscarían amordazar a las voces más autorizadas como el Dr. Anthony Fauci y continuarían distorsionando la realidad mientras se hacía evidente que las esperanzas de Trump de una rápida recuperación de la economía y sus perspectivas electorales no se estaban concretando.
Ahora, entrevistas con más de dos docenas de funcionarios del gobierno y los estados y una revisión de correos electrónicos y documentos revelan detalles antes desconocidos sobre el modo en que la Casa Blanca colocó al país en su rumbo actual durante un fatídico período de esta primavera boreal.
Una lista de traspiés
– La evaluación de Birx de que el virus estaba en una trayectoria descendente, basada en modelos, no tomó en cuenta una variable vital: cómo el apuro de Trump para exhortar a un regreso a la normalidad contribuiría a socavar el distanciamiento social y otras medidas que mantenían bajas las cifras.
– El presidente rápidamente se sintió atrapado por sus propias pautas para la reapertura. Los estados debían tener una reducción de casos para reabrir, o al menos una tasa en baja de los tests positivos. Pero el realizar más testeos significaba que los casos totales iban a aumentar, debilitando la iniciativa del mandatario de dar impulso a la economía. El resultado fue la intensificación de una llamativa campaña pública de Trump contra los testeos, ejemplo vívido de con cuánta frecuencia les hizo la guerra a la ciencia y a los expertos y políticas de su propio gobierno.
– Las bizarras declaraciones públicas de Trump, su negativa a usar tapaboca y su presión a los estados para que pusieran nuevamente en marcha sus economías hizo más difícil que los gobernadores y los funcionarios estaduales pudieran lidiar con un vacío de liderazgo.
– Recién en junio los funcionarios de la Casa Blanca empezaron a reconocer que sus presunciones sobre el rumbo de la pandemia eran equivocadas. Incluso ahora hay divisiones internas sobre la medida en que conviene permitir que los funcionarios reconozcan públicamente la realidad de la situación.
Judd Deere, uno de los portavoces de la Casa Blanca, dijo que el presidente le había impuesto restricciones de viaje a China al comenzar la pandemia, que había firmado medidas de ayuda económica que les habían dado a los estadounidenses una asistencia crucial y que se había ocupado de otros temas como el suministro de equipos de protección personal, la capacidad de testeo y el desarrollo de vacunas.
En una sesión informativa del 10 de abril, Trump pronosticó que el número de muertes en los Estados Unidos por causa de la pandemia sería “sustancialmente” inferior a 100.000. Al sábado pasado, el número de muertos era de 139.186; el ritmo de nuevas muertes estaba nuevamente en aumento; y el país, con un promedio de siete días de 65.790 nuevos casos diarios, tenía más casos confirmados per cápita que cualquier otro de los grandes países industriales.
Las elecciones de noviembre
El presidente tenía que tomar una decisión.
A fines de marzo, su esfuerzo inicial de quince días para frenar la difusión del virus básicamente cerrando el país estaba a días de finalizar. Sentados en la Oficina Oval estaban Fauci y Birx, además de otros altos funcionarios. Días antes, Trump había dicho que preveía que el país “abriría y estaría ansioso por arrancar” en Pascua, pero ahora estaba a punto de anunciar que mantendría el país en confinamiento durante otros treinta días.
“¿Realmente piensa que tenemos que hacer esto?”, le preguntó el presidente a Fauci.
“Sí, tenemos que hacerlo”, respondió el médico, explicando nuevamente el papel del gobierno federal en garantizar que el virus no estallara en todo el país.
La disposición de Trump de asentir a eso implicaba aceptar que la responsabilidad federal era crucial para derrotar a un virus que no respetaba las fronteras estaduales.
Pero mientras que el presidente reconocía la necesidad de tomar decisiones difíciles, él y sus colaboradores pronto buscarían hacer lo contrario: presentar públicamente argumentos de que el gobierno federal había completado su tarea y liberar al presidente de la responsabilidad de la respuesta.
Para mediados de abril, Trump mostraba públicamente su impaciencia ante las recomendaciones de que la gente permaneciera en casa que él había apoyado de mala gana. Las solicitudes semanales de subsidio por desempleo dejaban en claro que la economía se estaba hundiendo y las encuestas mostraban que su campaña perdía apoyo.
Con información de El Clarín