(28 de octubre del 2022. El Venezolano).- El cementerio de la fronteriza Eagle Pass, con estatuas y arreglos florales, a primera vista luce como cualquier otro. Pero al fondo, unas 40 cruces improvisadas con tuberías de PVC develan la tragedia en el sur de Texas, donde el sueño americano de muchos migrantes termina en tumbas anónimas.
En un mar de lápidas con nombres hispanos, las pequeñas placas rotuladas con «John Doe» -fórmula anglosajona para una persona sin identificación- y una bandera estadounidense clavada en la tierra junto a las rudimentarias cruces, acentúan la paradoja de estos migrantes enterrados sin identificación en el país donde buscaban una segunda oportunidad.
Estados Unidos registró un año récord en su frontera sur con más de 2,2 millones de aprehensiones.
Pero otra marca, desgarradora, redimensiona la tragedia detrás de esta estadística: de octubre de 2021 a agosto, más de 700 migrantes murieron en el intento de llegar a Estados Unidos, 36% más que el año anterior.
«[La travesía] Fue un calvario», dijo Alejandra, una colombiana de 35 años de edad que, sin saber nadar, atravesó el impetuoso río Grande para llegar a Texas. «Pero más miedo daba volver».
Sedienta, y resguardándose del ardiente sol bajo un árbol, Alejandra clamaba por asilo por temor al crimen organizado en Colombia. «Si volvemos, nos matan», dijo mirando a sus tres hijos adolescentes sentados a su lado.
Por miedo a ser deportados, muchos siguen a los «coyotes», arrastrando la mortalidad Texas adentro.
A 112 kilómetros de la frontera, el año pasado 119 cadáveres fueron encontrados en el pequeño condado de Brooks, 21% de todas las muertes fronterizas en 2021.
El Nacional reseñó que para evitar a las autoridades en los puestos de control de Falfurrias, principal ciudad del condado, los migrantes se internan en las haciendas y sucumben ante temperaturas de más de 30 ºC, perdidos entre densa vegetación árida y arenas traicioneras.
«Es mortal ahí afuera», dice el sheriff Urbino Martínez. Conocido como «Benny» en Falfurrias, fue apodado de «El enterrador» en Washington.
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«Comenzamos a registrar los cadáveres encontrados desde 2009», dijo señalando veinte gruesos volúmenes, donde su departamento archivó las informaciones de 913 casos.
«Yo multiplicaría eso por 5 o 10, para considerar los cuerpos que jamás vamos a encontrar», dijo el sheriff que el año pasado inauguró una morgue móvil.
Las carpetas están rotuladas como «restos humanos», y algunas fotos hacen justicia a la leyenda mostrando apenas torsos, cráneos o unos huesos.
«Con este calor, un cuerpo se descompone completamente en 72 horas. Y los animales destruyen lo que queda. Javalíes, ratas, lo que sea que esté allá afuera los destroza», dice el sheriff, de 66 años, en su oficina. «Hemos encontrado huesos hasta en cuevas de ratas».
La mañana que recibió a AFP, Martínez volvía de recuperar un cadáver, elevando el saldo a 80. «Es menos comparado con [los 119 de] 2021. ¡Pero 80 son 80 de más!».