(03 de septiembre del 2020. El Venezolano).- Trump es peor que Chávez. No es una exageración. Es mucho más peligroso y riesgoso que continúe en el poder. Sigue las mismas recetas chavistas, aunque desde la acera de enfrente y con mayores repercusiones.
Usted dirá: pero ¿qué puede ser peor que lo que Venezuela está viviendo en este momento con el legado de Chávez y Maduro? El asunto es que Trump apenas está empezando, pero el guion es el mismo. Chávez duró 14 años y el chavismo lleva 20. Trump no ha terminado su cuarto año.
Igual que Chávez, Trump tiene un absoluto desdén por los valores democráticos y sus instituciones. Le da palo cada vez que puede a sus aliados naturales europeos, canadienses y hasta australianos, mientras no toca ni con el pétalo de una rosa a Vladimir Putin. Jamás ha expresado algo negativo contra el mandatario ruso. Más bien lo ha ayudado, como con el retiro impulsivo de tropas de Siria, dejándole el campo abierto a las fuerzas de Vladimir; traicionando a los kurdos, quienes estuvieron en la vanguardia en la guerra contra ISIS en ese territorio, y complaciendo al otro aliado de Maduro, el turco Erdogan, dándole la oportunidad de que masacrara a las fuerzas kurdas y a sus familias, que le estorbaban en la frontera, ahora sin el respaldo norteamericano.
Las agencias de inteligencia, el Congreso y hasta el Departamento de Justicia de Trump han reconocido la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 y han acusado penalmente a algunos de sus funcionarios. Recientemente, las mismas agencias de inteligencia le presentaron a Trump un informe sobre supuestos pagos que el régimen de Putin habría hecho a los talibanes para que asesinaran a soldados de la OTAN en Afganistán, incluidos norteamericanos. Trump se ha hecho de la vista gorda. Desde que le dejaron el informe en su escritorio, habló varias veces con Putin –sus conversaciones son frecuentes– y nunca le planteó el problema; más bien ha abogado porque Rusia regrese a las reuniones del Grupo de los 7 y discuta problemas mundiales con las grandes potencias occidentales como cualquier miembro del equipo, como si nada hubiera pasado en Ucrania, que Rusia invadió y todavía mantiene en jaque, en pie de guerra.
Además de Rusia y Erdogan, Trump no ha ahorrado alabanzas para el dictador de Norcorea, mientras ha presionado a los surcoreanos a que modifiquen su tratado comercial con Estados Unidos y hasta suspendió los ejercicios militares conjuntos, que incomodaban al gordito Kim. Al presidente chino, Xi, le pidió que lo ayudara a ganar las elecciones relajando los aranceles que China impuso a los agricultores estadounidenses, como respuesta a la guerra de tarifas comerciales que inició Trump contra ese país.
Si le pareció censurable ver los ojitos de Chávez en los edificios gubernamentales y en Pdvsa, fíjese que Trump realizó la pasada semana la Convención del Partido Republicano en la Casa Blanca. Imagínese si adecos y copeyanos hubieran hecho sus convenciones nacionales en Miraflores. El evento en la Casa Blanca mezcló actos de gobierno con proselitismo partidista, penado por la ley. Trump juramentó un grupo de nuevos ciudadanos que grabó para la ocasión, implicando en el acto al secretario de Seguridad Nacional, y también indultó a un expresidiario. Todo como presidente y a la vez candidato presidencial. El secretario de Estado se sumó a la convención con un discurso desde Jerusalén. La ley prohíbe a los funcionarios del gobierno federal hacer proselitismo político desde sus cargos.
Desde que Trump logró que el Senado (republicano) no lo destituyera por el “impeachment”, el mandatario decidió salir de varios inspectores generales (una suerte de contralores internos) de despachos gubernamentales que le estaban incomodando, como fue el caso del inspector general de inteligencia nacional, que permitió que un agente de la CIA denunciara al presidente en el Congreso, por actos que consideraba atentaban contra la seguridad nacional (los que originaron el “impeachment”, por la famosa llamada al presidente ucraniano, pidiéndole que anunciara una investigación contra el hoy candidato presidencial demócrata, Joe Biden, y su hijo, implicando que era una condición para ayudarlo con armas para que Ucrania se defendiera militarmente de los rusos).
Si una de las debilidades del sistema judicial venezolano con Chávez fue la provisionalidad de jueces y fiscales que el líder de Sabaneta propició, la receta la ha servido a Trump para extender la temporalidad de nombramientos que requieren la aprobación del Congreso, como algunos de sus ministros y cabezas de organismos gubernamentales clave. Ha sido el caso del ya mencionado secretario de Seguridad Nacional, un despacho por el que han pasado por lo menos 4 titulares; la jefatura de Gabinete, por donde han pasado ya 4 jefes, y la Oficina Nacional de Presupuesto, donde van por lo menos dos directores.
El Aló, presidente de Chávez se transformó en tuits, en el caso de Trump. El presidente emite numerosos tuits al día, en muchos de los cuales anuncia despidos de personal, insulta a sus adversarios y se hace eco de teorías conspirativas sin ningún sustento. Este fin de semana lanzó casi 200 tuits contra las manifestaciones antirracistas.
A los militares también los ha querido utilizar, como ejemplarmente hizo el comandante eterno. Trump ha pronunciado numerosos discursos de carácter político partidista en eventos con soldados, en la sede de la CIA, al lado de los agentes custodios de las fronteras y no hace mucho ordenó que las fuerzas del orden le despejaran el camino para irse a pie desde la Casa Blanca a una iglesia cercana y tomarse una foto, en medio de las manifestaciones antirracistas que se producían en Washington. El recorrido lo hizo acompañado de un grupo de altos funcionarios, entre los cuales estaba el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, quien se vio luego obligado a pedir disculpas públicas por haber participado en el acto, después que ex jefes militares de mucho prestigio nacional (el general John Mattis, primer secretario de Defensa de Trump, entre ellos) lo criticaron.
Trump se ha inmiscuido incluso en asuntos judiciales internos de las Fuerzas Armadas, perdonando a soldados acusados y castigados de cometer actos atentatorios contra los derechos humanos en escenarios actuales de guerra.
Trump también tiene sus “colectivos”. La semana pasada, uno de sus partidarios asesinó a dos personas que protestaban por los siete tiros que le metió por la espalda un policía a un joven negro, enfrente de sus tres hijos, en la población de Kenosha, Wisconsin. Este fin de semana hubo muertos en Portland y en Pensilvania, por actos de violencia propiciados por extremistas de derecha aupados por Trump contra los manifestantes contra el racismo. Lina Ron resucitó en Estados Unidos, ahora blanca y de ojos azules.
Trump no hace distinción entre quienes protestan de manera pacífica y de quienes fomentan la violencia, atribuyendo esta última a supuestos grupos extremistas de izquierda, cuando el mismo FBI ha dicho que en los últimos tres años ha habido un incremento sustancial de grupos supremacistas blancos y neonazis dedicados al terrorismo, que ahora se dedican a infiltrar y atacar las manifestaciones. Trump dice que entre los supremacistas blancos “hay gente muy buena”, como lo hizo hace tres años, cuando un grupo de miembros del Ku Klux Klan y neonazis ingresó a Charlottesville, Virginia, desde otros estados, para protestar la decisión de remover una estatua del general confederado Robert Lee. Allí murió una joven contra-manifestante blanca, arrollada por un vehículo de los supremacistas, y dos policías que perecieron al caer por accidente el helicóptero desde donde patrullaban la manifestación. En aquel momento, los “buenos” coreaban consignas contra los judíos y en defensa de la supremacía blanca.
Trump ha lanzado tantas veces el globo de ensayo de que la próxima elección presidencial va a ser amañada (si pierde) y de que va a haber fraude si se vota por correo (una tradición de más de 100 años en Estados Unidos) a propósito de la pandemia, que dos congresantes demócratas exigieron por escrito al secretario de Defensa y al jefe del Estado Mayor Conjunto que aclararan sus obligaciones ante la Constitución y ante el país, en caso de que el presidente se negara a entregar el poder.
¿Llevaría Trump la economía estadounidense al desastre, como lo ha hecho el chavismo con Maduro? La comparación es bastante cuesta arriba, especialmente por la solidez estructural del sistema económico norteamericano y su poderío. Pero Trump demostró con la pandemia que su ego e intereses personales están por encima de todo, igual que Chávez y Maduro. Desde el principio vio a la pandemia como un factor que atentaba contra su reelección, por los riesgos que comportaba para la economía cerrar temporalmente el país (su principal bandera electoral). Su ineptitud, al no trazar una estrategia nacional coherente para enfrentar el virus y la politización de las acciones de mitigación (como el uso de las mascarillas y el distanciamiento social) han hecho que Estados Unidos tenga más de 6 millones de contagiados y más de 180.000 muertos por el virus, por encima de todos los países del mundo, y con un número de casos por cada 100.000 habitantes mayor que casi todos los países del planeta (https://www.cnn.com/interactive/2020/health/coronavirus-maps-and-cases/). Esto, en el país más rico del mundo, con una capacidad tecnológica y económica que le permitía tener mucho mejores resultados, ahora con desastrosas secuelas económicas, un pasmoso nivel de desempleo y una recesión económica severa.
Trump representa un riesgo mayor y mucho peor que Chávez, porque sería mucho peor para la humanidad si se afianza un régimen fascistoide en la Casa Blanca que el daño que Chávez le hizo a América Latina, regalándole dinero y recursos venezolanos a la tiranía cubana y a los regímenes corruptos de los Kirchner en Argentina y de Ortega en Nicaragua, además de concederle santuario y apoyo político a las guerrillas narcotraficantes colombianas.
Trump es mucho más peligroso que Chávez para su país y para el mundo, lo cual incluye a Venezuela.