(08 de noviembre del 2020. El Venezolano).- Las elecciones en Estados Unidos confirmaron que es una democracia normal en estos tiempos. Es decir, un país políticamente desgarrado.
La profunda ruptura política es el rasgo que hoy caracteriza a la mayoría de las democracias del mundo. Las divisiones son tan profundas que muchos de sus ciudadanos hasta definen su identidad política en contraste con la que marca a “la otra parte”. No toleran a quienes tienen visiones diferentes sobre el país, sus problemas, causas y soluciones. Con frecuencia, ni siquiera aceptan al adversario como un actor político legítimo. Naturalmente, mientras más polarizado está un país, más difícil es gobernarlo.
Con frecuencia se busca en las elecciones la cura a la polarización. La esperanza es que los votantes le den a una de las partes el apoyo mayoritario que les permita gobernar. Lamentablemente, esta cura está funcionando cada vez menos. En vez de atenuar la polarización, las campañas electorales la agudizan. En vez de calmar los ánimos, ceban los radicalismos.
Los comicios, además, certifican y le ponen números al tamaño de la grieta política que separa a la sociedad. Las democracias polarizadas tienen dificultades para formar gobiernos, para mantenerse en el poder y para tomar decisiones necesarias pero controvertidas. Esta realidad política se ha globalizado. Hemos visto sus nefastas consecuencias en España, Italia, Reino Unido, Grecia, Israel, Polonia, Brasil, Perú, Chile, Indonesia, Malasia, Tailandia, Sudáfrica, Nigeria y Túnez, por solo mencionar algunos ejemplos.
En todos estos países la sociedad parece sufrir de una enfermedad política autoinmune -una parte de su ser está en guerra contra el resto del cuerpo social . Esto no quiere decir que la polarización es un fenómeno nuevo. Siempre ha existido y el contraste de ideas y propuestas es parte inmanente de la democracia. Pero ahora las situaciones de gran disfuncionalidad gubernamental y política que produce la polarización extrema son la norma. Las elecciones de Estados Unidos son tan solo el más reciente y revelador ejemplo de esta debilitante enfermedad política.
¿A qué se debe esta tendencia a la fragmentación de las sociedades en pedazos que no se toleran? El aumento de la precariedad económica y la sensación de injusticia son, sin duda, algunas de las causas de la polarización política. La popularización de las redes sociales y la crisis del periodismo y los medios de comunicación tradicionales también contribuyen a alentarla. Las redes sociales como Twitter o Instagram estimulan la comunicación a través de mensajes cortos. Tal brevedad privilegia el extremismo, ya que cuanto más corto sea el mensaje, más radical debe ser para que circule mucho. En las redes sociales no hay espacio, ni tiempo, ni paciencia para los grises, la ambivalencia, los matices, la verificación de los datos e informaciones o la posibilidad de que visiones encontradas encuentren puntos en común. Todo es o muy blanco o muy negro. Y, naturalmente, esto favorece a los sectarios y hace más difícil llegar a acuerdos.
Pero hay más. La polarización no solo resulta de los resentimientos causados por las dificultades económicas o la pugnacidad estimulada por las redes sociales. La antipolítica, el total repudio a la política y los políticos tradicionales es otra importante fuente de polarización. Los partidos políticos ahora deben enfrentar una plétora de nuevos competidores (“movimientos”, “colectivos”, “mareas”, “facciones”, ONG) cuya agenda se basa en el repudio al pasado y en tácticas que fomentan la intransigencia. Irónicamente, para tener éxito electoral, los partidos políticos tradicionales también deben adoptar posiciones moldeadas por la antipolítica. Trump es un ejemplo icónico -y paradójico- de este fenómeno. Un miembro de la élite más rica del mundo, que ha prosperado manipulando el sistema, logró convertirse en el líder de los “dejados atrás” por ese mismo sistema.
Otro factor que nutre la polarización es la identidad. La idea de pertenecer a organizaciones políticas en las que militan personas “como yo” se ha vuelto un factor importante. Esta identidad puede ser religiosa, étnica, regional, lingüística, sexual, generacional, rural, urbana, etcétera. La suposición es que la identidad que une a los adherentes a un grupo político genera intereses y preferencias similares. Como la identidad suele ser más permanente y menos fluida que las posiciones políticas “normales”, a este tipo de agrupaciones políticas se le dificulta más el hacer concesiones en asuntos que conciernen la identidad de sus miembros. Esto naturalmente las hace más inflexibles, ya que el radicalismo y la polarización suelen ir juntos.
Como sabemos, también hay organizaciones foráneas, frecuentemente patrocinadas por gobiernos, que se especializan en usar las redes sociales para fomentar y profundizar las brechas que ya existen en otros países y así crear nuevas divisiones y sembrar el caos.
La polarización política no va a atenuarse muy pronto. Muchas de sus causas son potentes e indetenibles. Las elecciones en Estados Unidos son solo el más reciente ejemplo de la polarización que está debilitando a las democracias del mundo.