(01 de julio del 2024. El Venezolano).- En pleno centro del campo petrolero «Petro Boscán», ubicado al este de Maracaibo, en el calcinante estado Zulia de Venezuela, se pudo observar una escena que parecía imposible hasta hace poco tiempo. Allí, bajo un calor sofocante, el presidente Nicolás Maduro, con la vista baja y el semblante crispado, suplica con cursilería al representante del tan denostado imperio norteamericano, un argentino gerente de la petrolera Chevron. Este acto, que raya en lo patético, es un ruego desesperado por un auxilio de inversiones, una tabla de salvación en medio del naufragio económico y político que él mismo ha provocado.
Por José Luis Farías
El contraste no podría ser más dramático: el líder de un régimen que ha vilipendiado a Estados Unidos en cada discurso, que ha convertido al «imperialismo yanqui» en el chivo expiatorio de todos los males de la nación, ahora ruega por una ayuda que reconoce tácitamente su fracaso. La otrora poderosa PDVSA, orgullo de todos los venezolanos, yace hoy en ruinas, víctima de la corrupción, la incompetencia y la desidia.
Maduro, que alguna vez proclamó la autosuficiencia y la independencia petrolera, ahora se encuentra humillado, mendigando inversiones extranjeras para resucitar un cadáver que él mismo enterró. Chevron, con la frialdad calculada de quien sabe que tiene la sartén por el mango, le sigue el juego y escucha las súplicas de un presidente que ha agotado todos sus recursos y cuya única esperanza reside en aquellos a quienes tanto ha denigrado.
La escena en Petro Boscán es un espejo oscuro que refleja la ironía del destino. El «héroe antiimperialista» se ha convertido en un mendigo, y el otrora orgulloso estado petrolero Zulia, en un símbolo de la decadencia y el fracaso de una gestión que prometió el paraíso y entregó el infierno. La gallina de los huevos de oro, la que durante décadas sustentó la economía venezolana, está hoy desplumada y moribunda.
Maduro, en su desesperación, ha sido forzado a reconocer que su retórica mediocre no puede llenar los tanques vacíos ni alimentar a un pueblo hambriento. La suplica a Chevron y a los inversionistas norteamericanos es el reconocimiento implícito de que el socialismo del siglo XXI, con sus promesas vacías y su ineptitud manifiesta, ha llevado a Venezuela al borde del abismo. La gallina de los huevos de oro, sacrificada en el altar de la ideología y la corrupción, ya no puede poner más huevos.
En Petro Boscán, mientras el presidente venezolano ruega por un salvavidas, el mundo observa con una mezcla de incredulidad y compasión. Incredulidad ante la caída de un régimen que se creyó invencible, y compasión por un pueblo que merece mucho más que las migajas que le ofrece su líder.
Esta escena, que quedará grabada en la memoria colectiva, es una lección de humildad y una advertencia sobre los peligros de la arrogancia y el mal gobierno. Y mientras Maduro suplica, los venezolanos siguen esperando el día en que puedan recuperar su dignidad y su futuro, lejos de las sombras de un pasado de promesas incumplidas y sueños rotos.
La mentira
En el paisaje desolado de la política venezolana, la figura de Nicolás Maduro se alza con una mezcla de desvergüenza y sumisión.
La actitud sumisa de Maduro frente al gran capital transnacional va acompañada de la mentira descarada sobre los supuestos logros de su asociación con Chevron. En un alarde de cinismo, Maduro, secundado por el gerente de la transnacional, proclamó que la gestión de esa empresa sobre el campo de Petro Boscán «arrancó en cero» y que en año y medio la producción ha sido llevada a 85 mil barriles diarios. Sin embargo, todos los trabajadores presentes o accionados coaccionados en aquel acto de entreguismo sabían muy bien que ese campo petrolero siempre mantuvo su producción entre 40 y 44 mil barriles diarios. La manipulación de la verdad no tiene límites en el discurso del presidente.
Por cierto, Chevron, la empresa socia del gobierno de Maduro, es precisamente la misma que ofreció comprar la totalidad de Hess por 50 mil millones de dólares. Hess posee el 30% del Bloque Stabroek, un territorio de 28.600 kilómetros cuadrados ubicado en la disputada región de El Esequibo. Este bloque es la joya de la corona de Guyana y está compartido con el consorcio ExxonMobil, que posee el 45%, y la estatal petrolera china CNOOC, con el 25%. Los accionistas de Hess ya han aprobado la oferta, lo que subraya el interés estratégico y económico de las grandes petroleras en esta región. Chevron, como suele pasar con las grandes empresas transnacionales, come de uno y otro lado del conflicto.
La ignorancia supina de Maduro en materia económica es ilimitada y, con seguridad, es el hazmerreír de las poderosas compañías petroleras transnacionales. Nunca antes, ni en los tiempos del dictador Juan Vicente Gómez, el petróleo venezolano ha estado bajo mayor control norteamericano. La retórica revolucionaria hueca con la que Maduro intenta encubrir su entreguismo da pena ajena y resulta completamente inútil frente a tanto descaro.
En este contexto, es inevitable recordar las palabras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “Los que luchan contra monstruos deben cuidarse de no convertirse ellos mismos en monstruos”. Maduro, en su lucha por aferrarse al poder a cualquier costo, ha transformado su gobierno en un reflejo grotesco de lo que una vez prometió combatir. Y los venezolanos, atrapados en este círculo vicioso, ven con impotencia cómo su nación se desliza cada vez más hacia la irrelevancia y el control extranjero.
La historia juzgará con severidad este periodo oscuro en la vida de Venezuela. Mientras tanto, los ciudadanos deben mantenerse vigilantes y preparados para el momento en que, finalmente, puedan retomar el control de su destino. Pues como cantaba Ali Primera: «aunque el rio sea muy manso poquito a poco se acerca al mar»..
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