(04 de agosto del 2020. El Venezolano).- Dijo no y acabó en Estados Unidos. Pero tenía que negarse, y lo hizo justo cuando la rebeldía cierra una puerta pero abre miles. Fue cuando Jorge Ramos (Ciudad de México, 1958) trabajaba en Televisa. Ejercía el periodismo en su país como quien sortea un campo minado. Se le ocurrió hacer un reportaje sobre la psicología de sus compatriotas cuando se enfrentan a una urna y se lo censuraron. Entendió que debía irse.
Cruzó la frontera norte en 1983 como inmigrante y así sigue, casi 40 años después, aunque figure en su país de acogida reconocido como uno de los 100 personajes más influyentes del mundo y unos de los 25 latinos con más predicamento en Estados Unidos, según la revista Time. Lo ha logrado como reportero curtido en varios conflictos bélicos, también desde su labor como presentador en la cadena Univisión o con entrevistas y preguntas en ruedas de prensa que le han costado la expulsión. No solo frente a Donald Trump —“el presidente más racista en décadas”, dice—, también al meter el dedo en el ojo a Maduro en Venezuela, a su paisano López Obrador o antes a Fidel Castro. Desde una televisión que juzga ahora en crisis, con sus programas de entrevistas, su columna semanal en The New York Times y 13 libros publicados, la posición de Ramos marca tendencia. Y con mucho mérito, en esta época en la que es necesario más que nunca, dice por videoconferencia desde Miami, “tomar partido”.
Pregunta. ¿Cómo lleva desde Florida la pandemia?
Respuesta. Mal, mal. Atravesamos los peores meses por aquí. Lo hicimos mal: llegamos tarde, salimos temprano. No existe plan a nivel nacional. En la Florida andamos en 10.000 contagios diarios. Como en el cuento del dinosaurio de Augusto Monterroso: te despiertas y el virus sigue ahí.
P. Un dinosaurio ínfimo y terrible.
R. Nos está arrasando. Genera un estrés que no puedes identificar de qué se trata, pero que tiene que ver con el miedo a morir. Y a pesar de todo es la gran historia de nuestro tiempo. Hace poco lo hablaba con jóvenes periodistas y se quejaban de no poder salir. Yo les animé a lo contrario: si quieren dedicarse y destacar en este oficio, vayan a reportear, cuéntennos lo que están viendo.
P. Pero aún la vivimos en tiempo gerundio. ¿Cómo mantener la distancia?
R. No podemos, es parte de la historia. Contarla divide a los auténticos periodistas del resto, de los que se dedican a ello por moda o capricho. En la sala de redacción de la que formo parte estamos trabajando el 20%. Pero muchos de los que se quedan fuera vienen, otros que no tenían obligación de viajar o desplazarse se mueven, en fin…, esos son los que valen. En cuanto a la profesión, nos ha obligado a verlo de dos maneras. Siempre pensé que el periodismo consistía en ver la realidad y reportarla por una parte y por otra: enfrentar a quien tiene el poder. De repente ha aparecido una tercera vía en la que no había caído de manera tan evidente: el servicio público. Salvar vidas. Nunca nos habíamos visto así, pero, si reportamos correctamente sobre la pandemia y Trump, podemos salvar gente, y así nos tenemos que centrar, en esas tres misiones del oficio muy claras.
P. Con las fake news quizás hemos descubierto una lucha absoluta en nuestra profesión, que tiene la obligación de relativizar para entender mejor las cosas. Algo tan definitivo como una batalla entre el bien y el mal. ¿Cómo librarla?
R. El principio básico de nuestra profesión es la credibilidad: si dices algo y no te creen, de nada sirve tu trabajo. Yo me enfrento a las fake news como a los huracanes aquí en Miami. A nosotros nos llegan cada año. Pero solo me fío de dos meteorólogos. Con nosotros existen tantas opciones que debes escoger a quién crees. Nuestra labor no es lograr la objetividad, sino ser justos y acercarnos a la verdad. No es correcto al hacer una nota dar el punto de vista del dictador y de la víctima como iguales. Eso ya no se vale. En tiempos normales, democráticos, podía ser suficiente. Ya no. Ahora hay ocasiones en las que debemos tomar partido. Y eso les puede romper la cabeza a los maestros del oficio, pero no se vale cuando se trata de racismo, discriminación, mentiras y corrupción.
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