(15 de febrero del 2022. El Venezolano).- Soy afortunado. Mi otro padre superó el COVID después de dos meses al filo de cruzar el páramo. Dios sabe lo qué hace y cómo lo hace. Nuestra relación con la vida siempre será discrecional. Mi tío-en sus ochenta primaveras-quería vivir. Pero quería seguir en este mundo, no sólo por él, sino por su esposa, su hijo, sus nietos, hermanas y sobrinos, que también son sus hijos. Hoy escribo para honrar la vida del hermano mayor de mamá, desahogar mi angustia y agradecer a los galenos y la providencia, que el tío Néstor, aunque bajito de talle, pero grande corazón, aun sigue en este mundo…
Escrito por Orlando Viera Blanco
Una nalgada de amor…
La Venezuela que no escapa de mis nostalgias y reminiscencias está grabada en los recuerdos de niño. La infancia en Venezuela, amén de su situación, registra momentos maravillosos entre arena, bosques, llanos o montañas. Los contrastes de la vida urbana entre verdes, azules y naranjas, que arropa selvas de cemento y metal, son irrepetibles. Un clima celestial. Fui un niño feliz, por libre. Conté con el cariño primerizo de abuelos, tíos y padres. Siendo papá médico, mi tío Néstor se convirtió en mi otro padre. Papá acostumbrado a sus pacientes y horarios súbitos, compartía sus momentos de vernos en uniforme [de béisbol], lanzar una pelota, nadar o tirar por un tobogán, con el tío Néstor, siempre presente para esos relevos. Otros tíos, más en la adolescencia…
Para un venezolano, un tío[a] es lo que llamamos en béisbol, “un taponero” o cerrador. A veces también abridor. El que nos da el aventón cuando los padres no están, quien nos consuela o satisface caprichos incomprendidos. Pero también quien no educa y reeduca, porque se permite un sermón.
Desde niño tuve dos padres. Uno que me revisaba mi boleta, mis deberes o curaba mis enfermedades, y el otro, el tío Néstor, quien también era guía, me llevaba a su casa, nos enseñó jugar chapita en paseos al peñón[en Cumaná] o practicar béisbol en el polideportivo de La Trinidad en Caracas. Ahí nació una relación padre e hijo paralela. Hijo y sobrino a la vez, disciplinado y complaciente al mismo tiempo. Comer fuera de la mesa no era una opción, además con manos aseadas y sin cantares o rochelas. “El que en la mesa chilla o canta, algún tornillo le falta» decía. Pero después la tarde era todo un programa de tierra, sol y sudor, del Parque del Este a Los Próceres, de La Ciudadela al Prado de María. Da gracia recordar cómo jugábamos a “escondidas” en su pequeño escarabajo. Agazapado detrás del asiento, agitando su brazo hacia atrás, simulaba no saber donde estábamos mi primo y yo…Felices cuando nos tocaba la cabeza, porque era ganar un premio: una chicha, unas frunas o un chupi-chupi.
Recuerdo que con 6 años [travieso e inquieto] me le escapé a la abuela de la cocina después de comer y salí corriendo a la heladería que estaba al frente. Al cruzar la calle sin ver casi me atropella otro volkswagen. El primero que salió corriendo al escuchar el frenazo fue mi tío Néstor. Era chiquito pero una bala. Y ese balín llegó sobre mí tomándome del brazo, en el suelo a centímetros de las ruedas, con su cara encendida-entre furor y angustia-dándome una nalgada al tiempo que le pedía excusas al chofer, ¡y le agradeció por sus buenos reflejos! […] Ese maravilloso sacudón fue un escarmiento de vida. Aquel tirón (que le dolió más a él que a mi), hoy me hace contener los escapes inoportunos…Pálido, asustado y feliz a la vez, [porque salí milagrosamente ileso], con ojos vidriosos y risueños, me dijo: “¡No te voy a durar toda la vida!» Ese día supe lo que era un abrazo de amor, sufrido. Decía Denis Lord: “Un padre no es el que da la vida, eso sería demasiado fácil, un padre es el que da el amor.» ¡Y cuánto amor en aquella nalgada…que enhorabuena ha durado toda la vida!
De Pelotero a Embajador
Con mi tío aprendí a lanzar bien una pelota de béisbol. Dedicó años para hacernos buenos peloteros a mi primo y a mi. Sin duda, él [mi primo] mejor que yo. Mi “virtud” es mi brazo. Mi carencia: mis nervios. Podía lanzar con potencia, pero difícil al pecho…Y después de cada práctica las pequeñas concesiones. Un raspadito de colita con leche condensada, ir a Chicolandia o unos perros en plaza Venezuela…Mi tío admiraba mucho a papá y papá le respetaba y quiso inmensamente. Además, mi tío-acucioso y bueno con los números-era quien le hacía la declaración de impuestos. ¡Tenía que quererle! Y le “pagaba” con chequeo médico…Sus visitas a casa eran cortas. El médico parecía él. Pero suficientes para degustar el irrepetible café de mamá o unos innings de un “Caracas vs. Magallanes. ¡Los tres caraquistas a rabiar…!
Su hijo único nunca lo malcrió. ¡Claro era magallanero! -sic-. El orden, la limpieza, la puntualidad, el respeto, su regio sentido de justicia, era pan de cada día. Justo reconocer que los venezolanos tenemos en la madre la máxima autoridad. Una vez me dijo una alumna: “Profesor democracia en Venezuela es hacer los que nos de la gana salvo aquellos que nos diga nuestra mamá”. Parafraseando a la estudiante de “La Guaira”, debo decir que hoy hago todo aquello que aprendí de mis padres, pero también de mi tío Néstor. En ese amor disciplinado quedé orgullosamente atrapado al nacer. Como lo describe García Márquez: “un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, y nos atrapa para siempre.” Y mi dedo, apretó muchas veces su pequeño dedo…aun en la distancia, de pelotero a embajador.
Que feliz y agradecido tenerlo con vida y poder llamarle. Sólo pido una cosa más: Volver a verle en Venezuela en libertad. Entre verdes, azules y naranjas…para volver apretar su cuerpo y con ojos vidriosos, decirle: ¡gracias por luchar por vivir y por durarme toda la vida…la Bendición.
@ovierablanco.
Embajador (designado) de Venezuela en Canadá