(30 de abril del 2020. El Venezolano).- Los pastores de renos en el ambiente de tundra amarillenta de la Península de Yamal, al norte de Rusia, fueron sobrecogidos por la fiebre y los vómitos de sangre. Veinte personas fueron infectadas y hospitalizadas. Un niño de doce años falleció. Era ántrax.
El verano del 2016 –cuando sucedió la epidemia– azotó a aquella región ártica tan cercana al Polo Norte con una ola de calor hasta llegar a los 35 grados centígrados: una anomalía.
Con el aumento de la temperatura, el permafrost -la capa de suelo congelada permanente- se replegó y dejó expuesto el cadáver de un reno muerto hacía casi ocho décadas. Desde las entrañas antiguas y descongeladas vino el ántrax. Pronto, el Kremlin desplegó soldados preparados para conflictos biológicos. No había un brote en la región desde 1941.
La Península de Yamal acababa de presenciar la primera instancia del abanico de epidemias que el mundo resultante de la devastación ambiental y el cambio climático nos promete: un mundo de mares sofocados de plástico, selvas taladas, aire cancerígeno y ríos turquesas y coral repletos de mercurio. Un mundo tóxico.
Los virus zombies, escondidos bajo el permafrost, esperan su liberación de las prisiones polares por parte del mundo invernadero: en 2018, por ejemplo, un grupo de científicos descubrió fragmentos de ácido ribonucleico de la gripe española de 1918 (la más mortífera pandemia en la historia humana) congelados en cadáveres en fosas comunes siberianas.
Bajo el hielo
En 2005 científicos de la NASA revivieron bacterias que habían quedado congeladas en una laguna de Alaska hace 32.000 años: cuando los mamuts aún recorrían la zona. Luego, en 2007, otros científicos lograron revivir una bacteria de ocho millones de años de edad congelada en el hielo de los glaciares de la Antártica. En 2014 la hazaña se repitió de nuevo en Siberia: dos especies de bacterias, bajo la tundra costera, fueron revividas por el biólogo Jean-Michel Claverie.
“Como consecuencia del deshielo del permafrost”, dicen los científicos Boris Revich y Marina Podolnaya en un estudio del 2011, “los vectores de infecciones mortíferas del siglo XVIII y XIX podrían retornar, especialmente cerca de los cementerios donde las víctimas de estas infecciones fueron enterradas”.
Con el deshielo del cambio climático -el permafrost que retrocede y los glaciares que se despedazan- una caja de Pandora de virus y enfermedades prehistóricas podría desatarse sobre la tierra.
No todas las bacterias pueden sobrevivir congeladas. Solo aquellas que forman esporas: pero muchas de estas son peligrosas, como la del ántrax, la del tétano y la del botulismo.
Más preocupante: algunas bacterias podrían ser naturalmente inmunes a los antibióticos. En 2016, se comprobó que unas bacterias encontradas en la cueva de Lechuguilla en Nuevo México -aisladas desde hace 4 millones de años- eran inmunes a 70% de los antibióticos.
Que un virus prehistórico jamás haya estado en contacto con antibióticos, lo cual podría resultar en una falta de resistencia a estos, no es garantía de nada. Además, con el calor el Norte se hará más susceptible a brotes de enfermedades sureñas: un futuro de veranos plagados de malaria y zika en Nueva York y Boston.
Mientras tanto, las emisiones globales de dióxido de carbono -que calientan al planeta- aumentaron 0,6% en 2019 y Donald Trump continúa con su proyecto de abrir el Refugio Nacional de Vida Silvestre en el Ártico (hábitat virgen de osos polares y caribúes) para la explotación por parte de petroleras y empresas de gas.
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