(14 de marzo del 2019. El Venezolano).- Venezuela está urgida de cambios en su conducción política. Eso es una necesidad.
Diversos sectores promueven un cambio de gobierno que nos unifique alrededor de la recuperación económica y del restablecimiento de la división de poderes públicos. Lograr niveles de vida decentes que superen nuestra dramática pobreza es un reto que no admite dilaciones. Alcanzar convivencia y tolerancia, conforme a la Democracia, es la forma cierta de negar y vencer el autoritarismo convertido en piedra de tranca para el desarrollo nacional.
El gobierno niega la crisis y la plantea como momentos de estancamiento debidos a obstáculos puestos por sus adversarios, bien sectores nacionales del mundo de la economía y de la oposición política, bien factores de la geopolítica mundial en desacuerdo con el modelo que Chávez y Maduro instrumentaron.
En ese credo hipnotizaron a sus seguidores. A cuadros de la Fuerza Armada Nacional, a los que se empeñaron en adoctrinar en el socialismo y en convertir en brazo armado del proyecto autoritario. A los militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), quienes sirven de eco y correa de transmisión del mensaje según el cual todo el poder institucional, financiero, legislativo y político durante veinte años continuos de monopolio de las decisiones públicas, poco ha logrado ante el sabotaje de la oposición.
Pero la realidad presenta otros rostros. En silencio y con recato oficiales de la Fuerza Armada cumplen con sus deberes profesionales sin estar al servicio incondicional de errores políticos y económicos sino con la obediencia que la naturaleza de sus cargos reclama. En el PSUV han sido numerosas las disidencias del yugo de predicar que no los dejan gobernar. Sus militantes están conscientes de la negligencia e ineptitud para corregir errores. Padecen hambre, escasez de medicinas y alto costo de la vida. El que sentían su gobierno tiene todo el poder y ninguna capacidad de respuesta para sus necesidades.
La conciencia colectiva de estar mal gobernados tiene años expresándose, pero la inmediatez opositora la ha canalizado erráticamente. Esa inmediatez a la que se llegó por el afán de capitalizar el descontento ofreciendo “todo el cambio ya”, transitó los caminos del apoyo a Arias Cárdenas; del paro petrolero; de la plaza Altamira; del carmonazo; de la abstención parlamentaria del 2005 que permitió al chavismo modificar “legalmente” el funcionamiento del Estado; de la violencia y las guarimbas; del esquema de agitación llamado “la salida”; de la abstención en elecciones de alcaldes y gobernadores para supuestamente deslegitimar a los electos, pero que terminó consolidando al partido de gobierno enanclajes clientelares y castrando a valiosos dirigentes populares, de varios partidos, proyectos de reivindicación comunitaria y regionales. Se perdió tiempo. Se perdieron oportunidades para el cambio.
A esa cadena se sumó una ostentosa y agresiva campaña a favor de la abstención para las elecciones presidenciales de mayo de 2018. Por la alta abstención resultante, sin merecimientos y con poco apoyo popular Maduro se reeligió. Sin embargo, desperdició ese triunfo y fue víctima de su propia ficción de subestimar la crisis. Mientras del 20 de mayo de 2018 al 23 de enero de 2019 transcurrieron ochomeses sin que el gobierno tomara decisiones para distender el clima político, como liberación de presos políticos o renovación del directorio del Consejo Nacional Electoral, ni medidas para reactivar el aparato productivo, los jefes de la oposición polarizada convertían la derrota de la abstención de mayo de 2018 en una victoria política y de opinión pública mundial al crear una expectativa de cambio inminente en enero de 2019.
Con el apoyo de Trump, del Grupo de Lima y de gobiernos europeos, montaron una operación que se comprometíó a aliviar la escasez de alimentos y emergencias de salud con la ayuda humanitaria de esos países y, a la vez, deponer al gobierno de Maduro el pasado 23 de febrero. Se le hizo ver al país y al mundo que teníamos otro Presidente, otros embajadores, otro gobierno, y que la Fuerza Armada andaba en desbandada. Que todo era cuestión de días. El país lo creyó. Nada fue verdad.
Hoy, en medio de la calamidad del devastador apagón que retrata de cuerpo entero a un gobierno sin capacidad para gobernar y la urgencia del cambio, resurge el ardid de la inmediatez: “Llegó el momento” dicen los promotores del cambio instantáneo. Como todo se supone consumado, para qué dialogar, para qué negociar entre el gobierno y variados sectores del país los necesarios cambios económicos y políticos, para qué nuevas alianzas, para qué un referendo consultivo, para qué nuevas elecciones. ¿Para qué si todo está listo?
Y por esos caminos de ligereza, de improvisación y autosuficiencia, de otro autoritarismo, se nos va el futuro, se pierde el país.
Por: Claudio Fermín