(07 de julio del 2025. El Venezolano).- Los bancos centrales y la reserva federal en Estados Unidos se equivocan y pierden autoridad cuando manipulan datos falsos y violan las leyes económicas. En este sentido la izquierda a nivel mundial está atentando no solo contra la estabilidad económica y política, sino contra la libertad a nivel mundial sin escrúpulos. Pareciera dispuesta a todo. No sé puede jugar con la libertad de las sociedades y mucho menos con la libertad económica. Las economías y los mercados deben ser libres.
Lo contrario a un estado concentrador o centralizador del poder o totalitario hostil a la libertad es el federalismo o las autonomías de las regiones. Es verdaderamente liberal y anti totalitario. Siguen empeñados en la agenda global del foro de Davos y de cercenar las libertades. Son liberticidas y estatizadores. Hay que erradicar el estatismo, desestatizar las sociedades y liberar la economía. La influencia intervencionista de Keynes fue derrotada tres veces por J.B. Say, por Hayek y por Friedman. Creo que de nuevo se está enfrentando a las leyes económicas con la manipulación de datos falsos.
Se nos ha dicho que las duras recetas neoliberales de las escuelas de Chicago constituyen la única alternativa posible, frente al posible, regreso al populismo y su economía artificial. Eso no es cierto; una y otra posición son erróneas en sus bases y, en consecuencia, el dilema es falso, porque existe alternativa preferible, distinta y mejor. Y a pesar de su sólido, fundamento filosóficos y científicos., es alternativa, puede ser enunciada en términos comprensibles y bastante sencillos, al alcance de cualquier persona con suficiente buen sentido. Parte de las siguientes tres premisas: la demanda no necesita estímulos, los “estímulos” a la oferta, te pueden tener efectos perversos; y lo que la oferta necesita es que los desestímulos les sean removidos. Veámoslo por partes.
La demanda no necesita estímulos.
Es ridículo, pensar que los deseos y apetitos humanos por bienes y servicios económicos “deben ser estimulados”. Esa idea tan errónea se encuentra en el centro del pensamiento económico que considera a la demanda como el elemento dinamizador de la economía, una teoría de inspiración claramente Keynesiana.
Mucho antes de John Maynard Keynes otro famoso economista, del siglo pasado, que en el CEO consideramos algo así como nuestro patrono ideológico, Juan Baptista Say, había sostenido que el elemento motor de la economía es la oferta y que habiendo oferta de bienes y servicios, sin importar lo abundante que fuese, todo se colocaba, en todo caso parte de ella debería de colocarse a menor precio – lo cual no tiene nada de malo para el consumidor-; él expresó así esa ley: “ley de la oferta”.
Uno de los más importantes corolarios de la Ley de Say es que no existe tal cosa “saturación” de bienes o servicios en mercado alguno. La oferta de estos nunca va a estar demás o de sobra. No va a haber algo como “sobreproducción”, ese también es un concepto absurdo, de inspiración marxista, otra idea disparatada del siglo XX que Keynes tomó a su vez de los viejos autores socialistas del siglo XIX.
¿Cómo va a haber “Sobreproducción” de bienes en un mundo de escasez y costos de oportunidad? Solo un intelectual marxista, sin experiencia directa en el mundo de los negocios y la producción, puede pensar así. En el mundo real, una vez que el productor vendió una parte de la mercancía, vende el resto a menor precio en algún otro mercado o segmento del mercado. Obviamente, el intelectual marxista piensa que lo hace por “dumping” y no por simple necesidad.
Keynes, a comienzo del siglo XX, que por suerte ya acabó, creyó erróneamente que Say estaba equivocado y quiso enmendarle la plana. Formuló su “ley de la demanda”: toda demanda crea su propia oferta. Es erróneo: por más fervientemente que una población demande comida o zapatos, la oferta de los mismos no va a generarse, mágica y automáticamente, a menos que haya ciertas condiciones: producción; para eso tiene que haber inversión; y para eso debe haber ahorro; y todo eso toma un cierto tiempo, no puede esperarse que la gente ahorre, invierta y produzca en el muy corto plazo, y por ello es importante no concentrarse exclusivamente en el mismo, sino también dirigir la vista al mediano y más largo, pero que no es tan largo como para desesperarse, dura tanto como un proceso productivo, que es simplemente un proceso de transformaciones, físicas en su mayoría.
Lo que sí puede hacerse a muy corto plazo es dictar medidas populistas para “estimular” la demanda, o la oferta, o ambas. Puras ilusiones. Más efectistas que efectivas, las medidas populistas producen un efecto benéfico sólo aparentemente o de modo nada más que momentáneo.
Esa idea disparatada sobre la necesidad de “estimular la demanda” fue lo que hundió al siglo XX en la “estanflación”: inflación sin producción. ¿Por qué? Porque si bien es absurda la idea de estimular la demanda de bienes y servicios económicos, algo imposible, es en cambio muy posible, y perjudicial, estimular artificialmente el poder adquisitivo de la gente, por encima de la oferta, mediante la inflación de dinero. El dinero de papel es la única producción que puede hacerse fácilmente, de la nada, aumentando la oferta de dinero al nivel que se desee. Con más dinero en el bolsillo, la gente puede pujar más alto por los bienes y servicios existentes, pero como su producción u oferta, no ha aumentado esta puja, lo único que hace es incrementar los precios.
La oferta puede tener “estímulos” perversos.
En el siglo XX, los economistas que advertían la inflación de precios, comprendiendo por fin que la oferta de bienes y servicios era insuficiente en relación a la oferta de dinero disponible, creyeron que debían “estimular” la oferta real. ¿Cómo? Mediante la intervención del Estado, a través de subsidios y protecciones a la producción. Pero la oferta puede recibir tanto de estos “estímulos” perversos, que llegue a encontrarse demasiado cómoda, y perder eficiencia y capacidad competitiva.
Los “estímulos” de esta clase, subsidios y protecciones, se transforma en una especie de droga, que algunos creen necesarias para compensar esos verdaderos “antiestimulos” a la oferta que son restricciones limitantes de tipo microeconómico: regulaciones, impuestos, subcapitalización, inflación, etc. Por eso, los únicos estímulos apropiados para la producción son la demanda, el propósito de obtener beneficios, y la libre competencia. Y los antiestimulos: inflación, impuestos, reglamentaciones, simplemente deben removerse, como lo que son: obstáculos a la producción y a la oferta.
La oferta necesita que los desestímulos les sean removidos.
La inflación, que muchas veces ha sido vista como un “estímulo“ (a la demanda, en este caso) se convierte a la postre en un “desestímulo” a la oferta. Algo similar ocurre con reglamentaciones, tratamientos impositivos, discriminantes, etc.
En un clima inflacionario, no se pueden rebajar precios para salir de saldos; apenas “mantenerlos”. Aunque también se “mantiene” y hasta “aumentan”, los salarios nominales, con lo que se encubren, disminuciones en los salarios reales, que permiten a muchas empresas seguir operando. Algo similar pasa a los empresarios y a los consumidores, ahorristas, trabajadores y cualquier agente económico, con muchas conductas racionales, que no pueden concentrarse cuando la inflación distorsiona los precios nominales e impide el cálculo económico; no sólo a los empresarios, sino a todo el mundo.
Hay otras fuentes de distorsiones, con similares efectos: las reglamentaciones, los impuestos, excesivos y discriminantes, etc. Un artículo de calidad inferior, elaborado con costo de producción menor, puede venderse a un precio inferior, beneficiando consumidores más pobres, si las reglamentaciones de “normas y controles de calidad” no lo impiden. Un empresario potencial puede ingresar a un mercado, excepto que los impuestos excesivos se traguen todo o gran parte del ahorro popular y no haya capital disponible. Una suma de capital, o un equipo humano de trabajo, puede cambiar de una actividad menos productiva a otra de mayor rentabilidad y eficiencia. Excepto que se cruce un decreto proteccionista, o una resolución de la agencia impositiva que establece una discriminación. Una empresa ineficiente puede quebrar, liberando recursos para otros usos, a menos que la legislación, le conceda el privilegio de no quebrar, impidiendo la movilidad de los factores.
¿Qué es “Economía de la Oferta”?
En todo el mundo hay numerosas instituciones académicas dedicadas al análisis de políticas públicas y de ajuste de distintos países, que mantienen una perspectiva diferente, incluyendo un aparato conceptual y un lenguaje distintos. Resumiendo: en lugar de centrarse en la demanda y el consumo, estas nuevas visiones giran en torno a la oferta, las inversiones y el ahorro.
No es del lado de las necesidades humanas y la demanda de bienes y servicios que hay que esperar la producción de los mismos. De otro modo países masivamente poblados como Brasil, China continental o India, serían líderes productivos. La producción depende en cambio de factores que se ubican del lado de la oferta, cómo son las inversiones, y estas a su vez dependen de otra oferta: la de ahorros de la población, eficientemente canalizados hacia la producción de bienes y servicios a través de un sistema financiero, funcional y competitivo, tanto en su segmento bancario, como bursátil. Por su parte, la capacidad de ahorrar, como la de invertir, se haya estrechamente vinculada al ingreso real, a la dureza de la moneda, a la soportabilidad de las cargas regulatoria en positiva. Y al marco de una ley común que sirva para consagrar las normas de respeto a la propiedad, a la autonomía del trabajo y la actividad de cada quien, y a los compromisos y las deudas. En esta perspectiva de la oferta, se corta a liberar los resortes de la productividad, a través de reducciones en las cargas fiscales, desregulaciones y aumentos en la competencia, estabilidad monetaria, y un adecuado mecanismo de recompensas y correctivos. Entre estos puntos de vista, se introducen algunos conceptos nuevos, como el mandato de “responsabilidad microeconómica” de los agentes: no trasladar a otros las propias ineficiencias.
La democracia repetidas veces ha destruido al gobierno limitado y eso ha sido un grave error. Lo que hoy vemos es al estatismo destruyendo a la democracia.