(15 de septiembre del 2020. El Venezolano).- Según el diccionario de la Real Academia Española, el realismo mágico es un “movimiento literario hispanoamericano surgido en torno a los años 30 del siglo XX, caracterizado por la introducción de elementos fantásticos en una narrativa realista.” Tristemente, en un momento coyuntural en la lucha por la libertad y la soberanía de nuestro país, los venezolanos hemos aprendido que este término tiene una relevancia que va más allá de las letras y las artes. Según el Enviado Especial para Asuntos de Venezuela de la administración de Donald Trump, Elliot Abrams, creer en las palabras del presidente de los EEUU, que “todas las opciones están sobre la mesa,” incluyendo la posibilidad de una intervención humanitaria, es creer en el “realismo mágico.” Es decir, según Abrams, a estas alturas cualquiera que contemple esa posibilidad está introduciendo “elementos fantásticos en una narración realista.”
Con esas palabras el señor Abrams confirmó lo que muchos ya sospechaban, que lo de la intervención norteamericana es, y siempre ha sido, un engaño. Como lo afirmó John Bolton, quien fuera el Asesor de Seguridad Nacional de Trump por más de un año en su lapidario tomo “The Room Where it Happened” (“La Habitación Donde Sucedió,”) el presidente Trump actúa sola y exclusivamente basado en una motivación primordial: sus intereses personales y políticos. Con una elección presidencial en el horizonte en la cual el estado de Florida jugaría un papel fundamental, emitió esas declaraciones con el único propósito de atraer al votante venezolano-americano, y más importantemente aún, movilizar al poderoso voto del exilio cubano que tan generosamente se ha solidarizado con la causa de la libertad de nuestro país.
Las consecuencias de ese engaño han sido profundamente dañinas. El presidente interino de Venezuela, cuyo desempeño en ese cargo deja un amplio margen para la crítica, tuvo que obrar en un ambiente político distorsionado por las esperanzas de una intervención humanitaria liderada por los EEUU. Desde el principio su gestión fue atacada y desacreditada por aquellos que interpretaron como cobardía su reticencia a la posibilidad de activar el Artículo 187.11 de la Constitución de Venezuela para aprobar la presencia de tropas extranjeras en el territorio nacional. Lo más probable es que Guaidó haya entendido desde un principio, o quizás haya sido directamente notificado por funcionarios gubernamentales norteamericanos, que la trillada tesis de “todas las opciones sobre la mesa” no había sido más que una maniobra política interna de la administración Trump y no una oferta genuina de apoyo militar.
En la práctica, la falacia de la intervención humanitaria ha entorpecido la construcción de una estrategia opositora coherente en la lucha contra la dictadura. Tampoco se han realizado movilizaciones populares masivas en contra del narco-régimen en más de un año, ¿Pero quién puede culpar al pueblo venezolano? ¿Como y para qué pedir a la población que se arriesgue a ser reprimida, encarcelada y torturada cuando, al fin y al cabo, el “catire” ya viene con los “Marines” para acabar con Maduro y sus secuaces?
Las consecuencias de la incoherencia y la deshonestidad de la administración Trump frente al caso de Venezuela han sido nefastas. Si bien fue digno de elogios el reconocimiento casi inmediato de Juan Guaidó como legítimo presidente de Venezuela en enero del año pasado, acción que motivó a casi sesenta países del mundo libre a hacer la mismo, prácticamente todo lo que ha hecho desde entonces el actual mandatario estadounidense ha agravado la situación en el país.
El argumento más poderoso que teníamos los venezolanos para solicitar la asistencia de otras naciones en nuestra lucha contra el régimen madurista nunca fue el hecho de que vivíamos sometidos por una dictadura, pues ese tipo de regímenes abundan y están en todas partes del mundo. Lo que motivó a tantos países a reconocer a Juan Guaidó como presidente interino fue la convicción de que el gobierno chavista era tan incompetente y corrupto que ni siquiera podía atender las necesidades más elementales de la ciudadanía. Imágenes de personas comiendo directamente de la basura mientras otras huían del país literalmente a pie, despavoridas ante el hambre y la miseria que las azotaba, le dieron la vuelta al mundo.
La respuesta de Trump fue aplicarle sanciones a la economía venezolana, las cuales han servido para enturbiar las aguas y confundir a la opinión pública internacional respecto a quienes son los verdaderos culpables del colapso humanitario en Venezuela. No es ninguna casualidad que desde que se aplicaron estas sanciones muchos de los mismos países que se apresuraron a reconocer a Guaidó dieran un paso atrás en su apoyo proactivo a la causa libertaria del pueblo venezolano. Se le ha hecho más difícil a los dirigentes de estas naciones reunir el capital político interno necesario para actuar de manera más contundente y categórica contra la dictadura de Maduro y, en consecuencia, hoy estamos más aislados que nunca. Peor aún, algunos de los regímenes más represivos del mundo, como los de Rusia, China, Irán y Turquía, han cerrado filas en torno a la tiranía de Maduro, brindándole el apoyo diplomático y económico necesario para mantenerse en el poder contra viento y marea.
¿Y qué de nuestros verdugos? Ellos siguen manejando sus Mercedes-Benz y comiendo filet mignon del bueno. Al fin y al cabo las sanciones unilaterales, incluso aquellas impuestas por una nación tan poderosa como los Estados Unidos, jamás han logrado evitar que los dictadores y sus colaboradores disfruten de los lujos y vicios que típicamente acompañan a la corrupción del poder.
Lamentablemente el futuro cercano no luce en absoluto alentador. Estamos a escasos meses de unas elecciones para la Asamblea Nacional que no solo serán manipuladas sin escrúpulos por el régimen, sino que además se celebrarán en momentos en que la oposición se encuentra penosamente fracturada. Por un lado, está el sector de oposición que aún cree en el “realismo mágico” de una intervención humanitaria, por otro está el sector que se rehúsa a participar en un proceso electoral que ni siquiera cuenta con garantías mínimas de transparencia y justicia, y finalmente está el sector que opina que entregarle la Asamblea Nacional al chavismo sin luchar, por más cuesta arriba que parezca, sería un gravísimo error. Ante esta división de la oposición, la dictadura parece tener todo lo que necesita para acabar definitivamente con la presidencia interina de Juan Guaidó, adueñarse de la rama legislativa y consolidarse aún más en el poder.
Para aquellos que pudieron escapar la dictadura y ahora viven en los Estados Unidos con situaciones migratorias irregulares, las perspectivas tampoco son esperanzadoras. A pesar de la supuesta preocupación del presidente Trump por el sufrimiento de los venezolanos, él no ha querido o sido capaz de otorgar un Estatus de Protección Temporal (TPS) a tantos compatriotas que viven aquí sin poder trabajar legalmente y con la angustia de verse obligados a regresar a Venezuela y sufrir nuevamente las penurias del diario vivir bajo esa tiranía. El presidente Trump no necesita al Congreso ni a la Corte Suprema para otorgar el TPS, ya que es una prerrogativa suya realizable mediante una orden ejecutiva. En otras palabras, el TPS para los venezolanos depende literalmente de un plumazo presidencial, pero el presidente no está dispuesto a dar ese paso porque su base electoral xenofóbica y anti-Hispana nunca se lo perdonaría.
Ninguna dictadura, especialmente una tan caótica e incompetente como la de Nicolás Maduro, tiene su futuro asegurado. El régimen chavista-madurista podría caer mañana mismo y eso no sorprendería a nadie. Pero si de aquí a varios años (o décadas) tenemos que seguir lamentando y padeciendo la permanencia de la dictadura en Venezuela, no dudo que vengan a nuestra memoria los acontecimientos de este último año, y en particular el “realismo mágico” que nos vendió Donald Trump, y seguramente muchos lo juzgaremos como lo que fue: un engaño que le facilitó a nuestros opresores aferrarse al poder. En otras palabras, Trump estafó a los venezolanos.