(29 de mayo del 2025. El Venezolano).- Sucedió, sí. Lo que todos sabíamos, aunque fingimos sorpresa. Esta historia ya la hemos vivido: en 2005, en …, en 2018, en 2020… Y, sin embargo, actuamos como si fuera nueva. Como si no hubiéramos aprendido nada.
Y entonces vuelve la misma pregunta: ¿qué hacer?
La respuesta es tan simple como amarga: lo de siempre. Apostar por el único camino posible: el voto. No es ideal, no es perfecto, pero es la única herramienta que tenemos. Votar es resistir. Es organizarnos, movilizarnos, recordarle al poder que no nos rendimos.
¿Y qué hicimos esta vez? Lo contrario. Nos quedamos en casa, convertimos la rabia en abstención. Ellos ganaron, no porque fueran mayoría, sino porque nosotros abandonamos. Les entregamos lo que no podían conquistar por sí solos: el poder.
Hoy tienen más gobernaciones, más diputados, más poder. No porque vencieron, sino porque no competimos. Lo más trágico es que quienes promovieron esa abstención llegaron ahí gracias al voto, y sin embargo, llamaron a destruirlo.
¿Difícil recuperar la fe en el voto? Por supuesto. Pero no hay otro camino. Lo demás es resignarse o ser cómplices. Votar no es ingenuidad, es voluntad. Es seguir existiendo políticamente.
¿Lo van a irrespetar otra vez? Es probable. Pero que quede claro quién ganó y quién robó. Que no les regalemos también la legitimidad. ¿Y ahora? Lo de siempre: organizarnos para votar. Aunque duela. Aunque parezca inútil. Porque todavía no es tarde.