(12 de abril del 2024. El Venezolano).- Apenas ayer, una multitud de ciudadanos colmamos las calles caraqueñas para exigir libertad y democracia. Fue una soleada y fresca mañana cuando resplandeció la conciencia cívica sembrada por años de lucha. Allí estuvo presente la fuerza avasallante de una sociedad que quiso frenar los arrebatos dictatoriales del bellaco de Sabaneta. Acudió cargada de futuro democrático. Repleta de esperanza.
Por Fredy Rincón Noriega
Una cita con la historia imposible de eludir. Por montones llegamos saturados de fervor patriótico. Se sumaron barrios y urbanizaciones. Militantes, simpatizantes y amigos de las organizaciones partidistas flamearon banderas y gritaron consigas. Un aluvión multicolor de sueños se adelantó a cantar victoria. La euforia impidió detectar que, la procesión iba por dentro.
En efecto, una reducida casta de incompetentes conspiradores tenía varios días tramando una asonada. Lograron tejer una selecta red de empresarios, dueños de medios de comunicación, militares descontentos, políticos y sindicalistas. Aquí también entraron a jugar algunos gerentes petroleros que hacían su debut en la política, oficio que despreciaban. Montaron reuniones secretas. Afinaron planes. Participaron en los eventos que organizaba la disidencia. Andaban juntos, pero no revueltos. La cuestión era crear condiciones y ambiente para dar el golpe definitivo. Rescatar la democracia era el objetivo. En esa operación valía todo. El fin justifica los medios, decían con ironía, algunos asesores del pensamiento académico que, tentaron al diablo, en su afán de coronar y ganar el premio gordo.
Ya han pasado más de dos décadas de aquella jornada que pudo ser y no fue. Hasta el mediodía y parte de la tarde del 11 de abril de 2002, no había forma ni manera de impedir su ingreso triunfal a las hermosas páginas de nuestras luchas ciudadanas Tenía un lugar seguro junto al 14 de febrero de 1936 y el 23 de enero de 1958. Dos fechas ejemplares en la que los venezolanos, con inteligencia y arrojo, supieron salir airosos, tras librar sendas batallas cívicas por la libertad.
Sin embargo, aquel día y los dos siguientes, estuvieron interferidos por la torpeza y las ambiciones personales. Desde la sombra, un pequeño grupo de conspiradores, hacía todo lo posible para que los acontecimientos se desarrollaran de la peor manera. Un error era acompañado con desatinos infantiles. Los traspiés se sucedían unos tras otros, hasta terminar de arruinar el maravilloso final feliz, esperado por millones de venezolanos.
Toda esa energía repleta de esperanza, se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. En la confusión, se colaron oportunistas y vividores. Impacientes y traficantes de la política. Aduladores sumisos de la plutocracia caraqueña. La impaciencia enseñoreada anduvo de la mano con el aventurerismo. Y al final del día, el atajo venció a la razón.
Pasado el tiempo, los recuerdos se acumulan y se atascan en la memoria. En los meses previos a la frustración y los dislates de abril, comenzaba a preparar Crónicas de una victoria. Un breve ensayo sobre las elecciones sindicales de la CTV ocurridas en 2001. Allí narro la primera derrota sufrida por el gobierno. El triunfo de Carlos Ortega sobre Aristóbulo Iztúriz. Una jornada que dirigió magistralmente el dirigente sindical Jesús Urbieta, a la sazón jefe de Junta de Conducción Sindical y presidente del Instituto de Altos Estudios Sindicales (INAESIN).
Por esos días las oficinas del Instituto eran un hervidero. Un entrar y salir de gente preocupada por el rumbo equivocado que llevaba Miraflores. Prevalecía la idea de contener los ímpetus autoritarios del felón barinés, ahora catequizado por el sátrapa del caribe y fascinado por el esplendor de la “isla de la felicidad”. Reuniones y encuentros se multiplicaron con la sana intención de encontrar una salida que detuviera el rumbo equivocado.
En ese ínterin, afloró la preocupación de Urbieta, cuando empezó a sospechar de los malos pasos de Ortega. Andaba reuniéndose a escondidas y por su cuenta, con los golpistas. Antes, en las elecciones sindicales, tuvo fuertes enfrentamientos con el sindicalista petrolero, por su tendencia a caer en las provocaciones del adversario. Más de una vez puso en peligro la realización de los comicios. La autoridad y ascendencia en el mundo sindical de Jesús Urbieta, evitó caer por el despeñadero y sorteó con éxito los trapos rojos del chavismo.
Lo que colmó la paciencia, fueron sus maniobras, horas antes de intervenir como orador, en el evento realizado en la agencia de festejos La Esmeralda. Encuentro, a dos días del 11 de abril, organizado por la sociedad descontenta, con el fin de dar a conocer los mensajes de FEDECAMARAS, la Iglesia y la CTV. Estaba acordado que leyera un documento que recibió en sus manos, luego de ser aprobado por los organizadores del encuentro. Lo aceptó, pero a condición de tomarse unos minutos para decir sus pareceres. Pues bien, los tomó para llamar, con verbo encendido, a la rebelión popular y a derrocar al gobierno.
Ese día estábamos juntos en el evento mencionado, varias personas ligadas al INAESIN y a la CTV. Luego de oír la arenga orteguista, el vozarrón de Urbieta no se contuvo y nos dijo en medio del ruidoso murmullo. Ese carajo nos va a meter en un tremendo lío. Esa vaina jamás la voy a acompañar, es un contrasentido que el movimiento sindical independiente, participe en conspiraciones al lado de empresarios y militares para tumbar gobiernos.
Por cierto, Teodoro Petkoff, en su condición de director del periódico Tal Cual, promovió y participó en la organización del célebre encuentro. A pocos metros de llegar a la cita se tropezó con un líder de AD que, al parecer, también estaba en la conjura. Luego de saludarlo y oírle las peroratas conspirativas, se dio la media vuelta y se regresó a sus oficinas, sensiblemente angustiado y molesto.
Volviendo a los acontecimientos iniciales, no puedo dejar de narrar otra anécdota que dibuja la hora loca de esos dramáticos días. El 13, la suerte estaba echada. Se conocía, por boca del general Lucas Rincón, la aceptación de la renuncia de Chávez. El 12, con asombro y estupor, oímos de la boca de Pedro Carmona, el decreto dictatorial que mató la esperanza democrática. Preparado con antelación por juristas de renombres, pero incapaces de entender la política y su dinámica.
Conocido el adefesio jurídico, un grupo de personas se dieron cita en una oficina en Altamira, la mañana de ese 13 de abril. Era poco lo que se podía hacer, pero nada costaba con intentarlo. Allí estaba Teodoro. Desde el mismo 11 en la noche, el Catire venía trabajando junto a Miquilena y otros, para que la crisis tuviera una solución pacífica y constitucional. Teodoro, desesperado, se movió para detener esa locura. Buscó a su amigo, el general Ovidio Poggiolli, recién nombrado jefe del SEBIN por el fugaz dictador, para que lo llevare a Miraflores. En el camino, las camionetas negras se desviaron al Ministerio de la Defensa. Una llamada les advirtió que al “avispado” empresario, tuvieron que trasladarlo intempestivamente a Fuerte Tiuna. Las noticias no le eran favorables a los protagonistas de la bufonada.
Luego de superar varias alcabalas, Teodoro y la comitiva de civiles lograron llegar a su destino. Poggiolli tuvo que irse de urgencia a una asamblea de generales del ejército que discutía la situación. La «arrechera» del otrora guerrillero, era inmensa. Los segundos en la antesala eran una eternidad. Como pasaron diez minutos, armó un zafarrancho y salió a recibirlo, el ministro de la defensa, vicealmirante Héctor Rafael Ramírez Pérez, acompañado del general Guaicaipuro Lameda. Luego de un saludo frío, le lanzó esta lapidaria frase ¿Es que ustedes no se han dado cuenta de la cagada que han puesto con ese decreto? Teodoro, en esta gestión, estuvo acompañado de Alfredo Padilla, Gustavo García, León Arisimendi, Pedro España y Gustavo Linares Benzo. Y dónde está Carmona, le preguntó al marino. De inmediato se apareció el nonato dictador acompañado de su famoso guardaespaldas Pérez Recao, quien lucía una gigante ametralladora ZK checa. El saludo fue seco. Seguía engorilado Teodoro. Sin mediar palabra le dijo: Pedro, será posible que no te hayas dado cuenta de que estás caído. De repente, una tímida mano se levanta para pedir la palabra. Era la de Orlando Urdaneta. Más vale que no, el búlgaro bobureño, le gritó: tú te callas, aquí no vas a hablar, si quieres sirve café.
*El título de este artículo esta tomado del libro Apenas ayer de Frederick Lewis Allen. No tiene nada que ver con lo narrado.