(16 de Febrero del 2020. El Venezolano).- Hay vidas tan llenas de significado, que su lustre va más allá de la muerte. Son vidas colmadas por el aporte profundo, el legado valioso, que de alguna forma siguen presentes por años, por décadas las recordamos, celebramos su llegada a este mundo: no tienen final.
Solo a algunos personajes como el poeta nicaragüense Rubén Darío, el alemán universal Beethoven, el maestro Picasso, Carlos Gardel o Gabriel García Márquez; la gente los sigue amando y admirando después de un siglo o más de su nacimiento. Al escudriñar en sus biografías surgen conjeturas sobre la reencarnación, la vida después de la vida, el cielo, el predestino, Dios y sus dominios o el misterio insondable de la nada. Lo cierto es, que hasta los ateos como: Charles Chaplin, Jean Paul Sartre y José Saramago, y los agnósticos como Albert Einstein, Eduardo Galeano o Karl Popper; siguen presentes en este mundo de vivos. En más de un hogar andino o falconiano he visto altares en las hornacinas, con la imagen de Bolívar alumbrado por un cirio, o la fotografía de Alí Primera, y delante de esta, una vela, como si ambos fueran parte de un santoral criollo.
El 16 de febrero está marcado en nuestro calendario latinoamericano como el día en el que «Alí Primera cambió de paisaje», frase que él mismo acuñó para referirse a Pablo Neruda y a otros compañeros que se marcharon para siempre, como su abuela Mamá Pancha «comadrona y rezandera». Ese día, un accidente de tránsito lo sacó de este plano terrenal, era una madrugada fría de 1985, mientras transitaba por la autopista Valle-Coche. En un primer momento se llegó a pensar que se trataba de un atentado, luego esa hipótesis se descartó. Alí Rafael tenía 43 años de vida, recién había salido del estudio de grabación donde había dejado la guía de su tema «El lago, el puerto y su gente» una danza en re menor que finalmente debió grabar su hermano materno José Montecano:
«Pero yo soñé que un día
el corazón del zuliano
latía por salvar el lago
es decir su propia vida
porque sin lago no hay puerto
ni gente de Maracaibo».
Alí vivía el período más creativo del hombre, cuando brinda sus frutos más valiosos, entre los 40 y los 60 años de edad. Había superado con mucha garra los vetos en la radio, los asedios policiales, las batallas políticas y electorales. Había sufrido con la muerte de compañeros entrañables como Jorge Rodríguez, Alí Brett, su maestro cantor Armando Molero, y sus compañeros del Grupo Madera de San Agustín, quienes naufragaron en el Río Orinoco el 15 de agosto de 1980. A ellos dedicó su tema «Tin Marín» que se convirtió en un éxito nacional, hoy en día, es un gran clásico:
«Tin Marín que arda la candela tin Marín contra la humedad muchacho tambor manos quitiplás sólo se mojaron vuelven a sonar».
Sus hijas europeas; María Fernanda «Chimpi» y María Ángela «Marimba», sus cinco hijos caraqueños: Servando, Florentino, Sandino, Juan Simón, y Jorge Primera Pérez. Y su viuda Sol Musset, la gran cantora de Acarigua; todos recibieron la infausta noticia de los labios del coterráneo Charles Arapé, un decano de la radiodifusión, nativo de la Sierra de Coro, quien fue hasta la morgue a identificar su cadáver, a ver su cuerpo sin vida, lacerado por el amasijo de hierros, producto del terrible impacto. Esa imagen la recordó años después Arapé, le llegaba a su mente como el Ecce Homo de la iconografía religiosa, una imagen del Cristo sufriente, al que el mismo Alí Primera admiraba en su dimensión más terrenal: la del predicador de los pescadores de Galilea, la del valiente que desafió al poder imperial romano, en tierras de la antigua Palestina.
Algunos artistas se apagan al morir, a veces aparecen sustitutos de su estilo y llenan su espacio. Otros, desaparecen sin dejar rastro alguno, ni huella visible. Pero Alí Primera Rossel goza de absoluta vigencia, lo demuestran sus temas aún sonando en las emisoras, la gran variedad de versiones realizadas a sus composiciones, fusionadas con arreglos vanguardistas, contemporáneos. En definitiva, Alí no tiene quien lo releve, y sigue cantando, como lo hizo en su tiempo. Alí Primera el ecologista, férreo defensor de la natura:
«Yo no me quedo en la casa pues al combate me voy voy a defender La Puerta en el valle del Momboy» El Alí, el hijo de Bolívar libertador:
«Dicen que viene a caballo pero trae en la gualtrapa un arsenal de cariño para querer a la patria».
El Alí, el trovador del romance y la ofrenda:
«Vamos a darle una flor
a aquella paraguanera
flor cantarina negra-amarilla
que ya las tunas están en cinta»
El Alí que honró a los cantores de Venezuela:
«La tonada es amorosa
en la boca de Simón
es brillante mariposa
volando de flor en flor
es como nombrar al hombre
a la altura del amor».
El cantor que homenajeó a los pintores Armando Reverón, César Rengifo y Bárbaro Rivas con auténtica admiración, y colocó sus pinturas en las carátulas de los 13 álbumes que produjo con los sellos Promus y Cigarrón.
Cada 16 de febrero, en la península de Paraguaná se realiza «La marcha de los claveles», la misma comienza temprano en la mañana y participan los cantores, músicos de calle, artesanos, gente humilde, estudiantes que marchan con claveles rojos en alto; la flor predilecta de Alí. El clavel florece en el verano intenso y llena con su aroma a toda la península de Paraguaná, las praderas norteñas de África y la península ibérica. Alí lo prefería rojo. Para recordarlo y rendir tributo, van desde su casa, ahora convertida en Museo Primera, hasta el cementerio de Santa Elena donde reposan los huesos del trovador. Van entonando sus canciones, lanzando consignas y versos, saludando a los parroquianos paraguaneros, a los habitantes de su amado «conuco del mar». Es tradicional ver a sus hermanos, sus hijos, y su mujer Sol Elena Musset junto a muchos seguidores, marchando con ímpetu, portando los clavelitos coloraos en lo alto de su puño.
En todas sus dimensiones, Alí Primera sigue vigente, nos acompaña, es canto vivo. Los zulianos en especial, debemos agradecerle tanto amor ofrendado al lago, manifiesto en su tema «Coquivacoa»:
«La guitarra enamorada de Armando
llorando su cocotero,
cuando en la rada se puso negro el lago,
estando azulito el cielo».
Él le cantó a nuestros pueblos lacustres, a la «Tía Juana» de los obreros petroleros, cultivó una sólida amistad con los integrantes del Gran Coquivacoa y del Grupo Guaco, con su paisano Tino Rodríguez y con su admirado Ricardo Cepeda. A Doña Josefina Leal, la viuda de Molero, la consideraba su segunda madre, en su casa pernoctaba, en su inmenso patio sombreado por nísperos y guayabales, establecía las parrandas con sus amigos:
¿Cómo le parece Doña Josefina?
Que en la Guajira la resolana venezolana
quema el amor.
En algún momento Alí afirmó: «mi casa tiene cuatro grandes pilares; el primero es Falcón, mi cuna. Lara es el segundo, tierra de prodigios musicales. El tercero es Caracas, mi centro de creación, epicentro de la militancia política revolucionaria. Y el cuarto es el Zulia, con sus danzas y su gaita soberana, con el inmenso afecto de sus cantores fraternales». En palabras aprendidas del sabio Umberto Eco, Alí vivió entre nosotros, los lacustres: «En un universo atestado de espíritus creativos».
Su despedida como cantor la realizó en Maracaibo, cuando el 12 de febrero «Día de la juventud» de 1985, cantó ante el busto del General José Felix Ribas, ubicado en la entrada a la urbanización La Victoria, rodeado por sus compañeros, por algunos estudiantes universitarios y los vecinos que poco a poco se sumaron a su serenata diurna. Horas después, se había marchado, Alí pasó violentamente a otra dimensión inmaterial, se hizo espíritu inasible, se hizo canción. Y desde entonces: no ha parado de sonar. (Por León Magno Montiel )