(06 de marzo del 2022. El Venezolano).- Ya se armaron los bandos: lo único que resta es saber quién ganará. El presidente Joe Biden no solo encolumnó a Occidente, sino a gran parte del mundo, y anunció sanciones de un alcance y una dureza nunca vistas contra una economía importante. Los resultados ya están a la vista: la Bolsa rusa y el rublo se hicieron trizas.
Sin embargo, las sanciones económicas rara vez han forzado a un país a retroceder sobre sus pasos, y menos aún han provocado la caída de un régimen. En las contadas excepciones en las que parecen haber surtido algún efecto -contra el apartheid en Sudáfrica, o el enriquecimiento de uranio en Irán-, se trató de sanciones muy abarcadoras y aplicadas por casi todos los países del mundo. Pero como en este caso hay países claves, como China, la India y los Estados del Golfo, que seguramente no se sumen al boicot contra Rusia, las sanciones no causarán dolor a largo plazo, reseñó La Nación.
Hay un solo camino para obligar a Vladimir Putin a modificar sus cálculos: aplicar sanciones al petróleo y el gas rusos, su gallina de los huevos de oro, fuente de la riqueza del Estado y única razón que hace que Putin se sienta capaz de capear cualquier tormenta. Hasta ahora, no sólo eso se ha dejado intacto, sino que las sanciones financieras que sí se aplicaron fueron pensadas meticulosamente para permitir que Rusia pueda seguir vendiéndole energía al mundo.
El sentido común indicaría que Occidente no puede sancionar la energía rusa porque se desataría una crisis energética similar a la crisis del petróleo de la década de 1970, y el consecuente descontento en el interior de Estados Unidos. Pero la situación energética actual no es en absoluto comparable a la década de 1970. Hoy Estados Unidos es el mayor productor de petróleo y gas del mundo. Eso le permite aumentar su producción y sus exportaciones a voluntad, y ayudar a otros países a abrir también el suministro . Biden está demasiado preocupado por no parecerse al expresidente Jimmy Carter, cuando en realidad su posición de poder se parece más a la del rey de Arabia Saudita.
Biden debería anunciar que va a responder a este enorme desafío al orden internacional acelerando al máximo posible la producción y exportación de petróleo estadounidense para reemplazar la energía rusa. En el caso del gas natural, debería instar a los organismos reguladores a facilitar la producción y reforzar el financiamiento a la producción de gas natural licuado, para que pueda enviarse a Europa. También debería alentar a países como Japón y Corea del Sur -que tienen fuentes de energía alternativas- a derivar una mayor parte de su gas natural licuado hacia Europa. Algunas de esas cosas llevan tiempo, pero los mercados reaccionarán favorablemente a esas señales y nuevas fuentes de abastecimiento, y los precios de la energía bajarán.
Pero con eso tampoco alcanza. Biden también debería ayudar a desbloquear el acceso a dos grandes fuentes de petróleo que hoy no llegan al mercado con suficiente rapidez o en cantidades suficientes. Para empezar, tendría que suspender las sanciones del expresidente Donald Trump contra Venezuela e Irán. En lo posible, Washington debería trabajar con Irán para cerrar los detalles que faltan y reflotar el acuerdo nuclear: el petróleo iraní ingresaría de inmediato de nuevo al mercado . Y Biden debería comunicarse personalmente con Mohammed ben Salman, de Arabia Saudita, y Mohammed ben Zayed, de los Emiratos Árabes Unidos -dos países que se sienten malqueridos por Washington en estos días-, para restañar heridas y pedirles que escalen la producción, algo que los Estados del Golfo están en condiciones de hacer con un chasquido de los dedos.
Ya estoy escuchando las objeciones, por derecha y por izquierda. Permítanme adelantarme a algunas de ellas. Gran parte de este petróleo y gas simplemente irá a sustituir energía rusa de las mismas características, así que no habrá un incremento de las emisiones de gases a la atmósfera. De hecho, hasta podría traer beneficios ambientales. El gas de Estados Unidos libera menos metano que el gas ruso, y la producción de petróleo de Estados Unidos es también menos dañina para el medio ambiente que la producción rusa. Y una mayor provisión de gas natural puede hacer que países como Alemania usen menos carbón, uno de los combustibles más contaminantes. De hecho, con la tecnología y a la escala actuales, la mejor manera inmediata de reducir la emisión de gases es reemplazar el carbón con gas natural.
Todas estas medidas tienen desventajas, algunas simbólicas, otras reales. Pero gobernar es elegir, y gobernar en una crisis es tomar decisiones difíciles y costosas. Ningún país entiende esto mejor que Alemania: suspendió la aprobación del gasoducto Nord Stream 2, anunció planes para construir dos nuevas terminales de recepción de gas natural licuado y reconoció que tal vez deba usar más carbón y extender la vida útil de sus plantas nucleares, cuyo cierre escalonado ya estaba en agenda. Son políticas que surgen de un gobierno de coalición cuyo segundo socio más importante es el Partido Verde, histórico y tenaz defensor de sus objetivos ambientales.
El gobierno de Biden ha subrayado la gravedad del momento y tiene razón. Si la agresión de Putin tiene éxito, viviremos en un mundo diferente. Así que más vale asegurarnos de que no gane.
Cuando Adolf Hitler atacó la Unión Soviética, Winston Churchill, un furibundo anticomunista de toda la vida, dijo que si Hitler invadiera el infierno, “yo empezaría a hablar bien del diablo”. A nosotros nos alcanza con dar algunos pasos para fomentar toda fuente de energía que no provenga de Rusia, y ese cambio de política se convertirá en un arma que herirá de muerte a Putin en su verdadero talón de Aquiles.