(03 de abril del 2021. El Venezolano).- El desarrollo científico, tecnológico y el crecimiento del mundo de las comunicaciones llevaron a un proceso de globalización que requería con suma urgencia de las artes de las relaciones exteriores. Había que llevarse bien con los vecinos y con el resto del mundo. Todos estábamos más cerca. Se multiplicaron las Escuelas de Asuntos Internacionales, los Institutos de Comercio Exterior, los Tratados de Libre Comercio. La exploración de la cooperación y el entendimiento se abrían camino como el lenguaje entre los pueblos en tiempos de paz.
Todo eso ha quedado en el pasado con las sanciones económicas convertidas en elemento de intervención mayor contra países a los que se quiere someter. Atrás quedó la Diplomacia como herramienta para congeniar entre Estados obligados a convivir dada su interdependencia. El país más poderoso del planeta ha impuesto una guerra que va más allá de ejércitos en combate y que afecta a todos los conglomerados humanos bajo gobiernos que no le sean subalternos. En lenguaje militar, la guerra de las sanciones económicas afecta a toda la población civil.
El bloqueo económico que impide a un país vender sus productos a otros países, el acceso a los mercados financieros, como también la importación de bienes esenciales para la alimentación y el cuidado de la salud de sus habitantes, es una política criminal. De esa manera a un país se le asedia y asfixia económicamente si no se atiene al libreto que le ordene la potencia que pretende someterlo, o la élite que aspira conducir esa Nación y que ha optado por encargarle a una o varias potencias el trabajo sucio de entregarles el poder a cambio de los recursos naturales de su pueblo y de absoluta sumisión política.
Las sanciones económicas sepultan el concepto de soberanía y convierten en pieza de museo el debate sobre las políticas económicas a aplicar. La única posible es la de las potencias que imponen el bloqueo.
La experiencia histórica demuestra que en pocas ocasiones las sanciones económicas han logrado cambiar la conducta del Estado afectado. Lo que siempre producen son daños severos a la economía de esos países con saldo de gran sufrimiento humano expresado en pobreza, miseria, exacerbación de los conflictos internos y de la violencia política. Desestabilizan completamente la economía y las instituciones de los países hostigados. Convierten la vida en un infierno.
No logran cambiar los gobiernos. No modifican las políticas económicas de esos países. Por lo contrario, se convierten en grueso impedimento para necesarias rectificaciones y reorientaciones de políticas que esos Estados puedan tener en sus planes. Los esclavizan a las sanciones. Los condenan a la parálisis y al estancamiento.
La geografía política de países sancionados apuntaba hasta ahora a Rusia, China, Irán, Irak, Corea del Norte, Cuba, Birmania, Zimbabue, Siria, Sudán, Libia, Nicaragua y otros. Sin justificación alguna que sustente el cuento aquel de que Venezuela es una amenaza para los Estados Unidos y su pueblo, desde hace unos años hemos sido agregados a esa lista. Vivimos bajo acoso. El bloqueo económico lo ha empeorado todo y hace cada vez más complicadas las reorientaciones de política económica y de gerencia pública de las cuales hay plena conciencia a todos los niveles.
El bloqueo económico lo que sí ha logrado es estrechar las relaciones económicas y políticas de Venezuela con Rusia, China, Irán, Turquía. Todo lo contrario de lo que se proponían las potencias que lo han llevado adelante. Esas sanciones han sido, además de una perversa decisión que todo lo ha empeorado para Venezuela, una torpe decisión política por parte de sus promotores.