(08 de marzo del 2021. El Venezolano).- Creemos en un Estado para el servicio público, para que desde sus organismos se generen políticas eficientes que redunden en educación de la mejor calidad para todos y en programas de prevención y curación de la salud que lleguen a los más apartados rincones del país. Un Estado que ponga fin a escuelas abandonadas, sueldos de hambre para los maestros, altos índices de absentismo escolar y a la impotencia de no saber dónde acudir cuando se tienen problemas de salud o tener que hacer recolectas y pedir limosnas para comprar medicinas.
Aspiramos un Estado que brinde seguridad a la vida de los ciudadanos y a sus bienes, al patrimonio de cada familia venezolana y que acabe con el fantasma de vivir a merced de bandas, pranes y mafias.
Queremos un Estado que atienda debidamente, con excelencia, la infraestructura nacional. Si así fuera, la dramática historia de apagones y largos cortes de energía eléctrica, de comunidades sin agua o con racionamiento de meses, así como las humillantes colas y esperas de semanas por una bombona de gas, no serían temas del día a día en nuestro país.
Necesitamos vivir en vecindarios libres de basura, de contaminación, en los que nuestras familias estén libres de enfermedades infecciosas. Reclamamos vivir en un medio ambiente con agua, tierra y aire limpios.
Para lograr los objetivos anteriores es necesario que se le dé verdadera prioridad a la educación, la salud, la seguridad, la infraestructura y la protección del medio ambiente. No se trata de dar declaraciones amables de vez en cuando en Congresos o en Seminarios diseñados para el mercadeo de imágenes personales y para relaciones públicas.
Se trata de dedicar el mayor esfuerzo del Estado, con suficiente asignación presupuestaria para esas áreas, no con saludos a la bandera sino con voluntad y determinación política.
Se trata de contar con personal especializado, de solvencia profesional, para atender escuelas, hospitales, canchas deportivas, policías, acueductos, plantas de tratamiento y mantenimiento de carreteras. Esos presupuestos dignos para salud, educación, embalses, plantas de tratamiento y centrales para generar energía eléctrica, no se alcanzarán mientras los fondos públicos se represen manteniendo centenares de empresas del Estado que podrían ser manejadas por particulares, con fondos privados, sin quitarle recursos públicos a la salud, la educación, la seguridad, la infraestructura y el ambiente.
Para alcanzar la excelencia del servicio público el sistema de reclutamiento de personal debe cambiar. Los cargos públicos no deben ser el botín de los que ganaron las elecciones. Miles de técnicos y profesionales bien formados, pero sin palanca política o con criterios independientes, se ven impedidos de trabajar en alcaldías, gobernaciones y ministerios porque no son de la militancia partidista del poder.
La formación y entrenamiento de empleados, obreros, técnicos y profesionales al servicio del Estado debe ser un empeño permanente del más alto nivel. Eso no ocurre hoy.
Vivimos en medio de una economía hemipléjica. Sólo crecen los organismos públicos. Se multiplican día a día, aunque sólo existan para pagar nóminas. No hay desarrollo de nuevos proyectos ni ampliación de los planes existentes. La libre iniciativa de los ciudadanos se encuentra en terreno hostil. No puede desarrollarse porque la mayoría de los espacios económicos están reservados para el Estado, poniendo así trabas y límites al crecimiento de la familia venezolana.
Queremos un Estado que consulte con la gente, que dialogue. Urgimos de autoridades que se nutran de los criterios de los gremios profesionales y de las universidades, de los vecinos organizados, de los centros de estudiantes y de las cámaras de comercio y de industriales. Necesitamos un Estado que decida de acuerdo a los planteamientos de los trabajadores organizados, de productores, de los transportistas y de los consumidores. Un Estado que viva de la participación del colectivo, no uno que impone su criterio porque está convencido de ser el dueño de la verdad. Ese autoritarismo no le sirve a nadie.
Recientemente se ha ido abriendo la ventana del diálogo como tesis opuesta a la confrontación total y al exterminio del contrario. Es la respuesta de la humildad frente a la soberbia. Es el sentido de las proporciones frente a la ficción de la autosuficiencia.
Estos pasos iniciales para ensayar decisiones compartidas que permitan enderezar ese Estado que nos ha traído hasta la crisis que actualmente padecemos no están libres de obstáculos. Son muchas las piedras en el camino, desde autócratas convencidos quienes creen que todo lo saben, hasta resentidos y cultores del odio que se niegan a sentarse con quienes tuvieron diferencias y los tienen como enemigos perpetuos.
Falta mucho camino por recorrer para establecer una economía sana y un país que funcione. No desmayemos.