(15 de enero del 2021. El Venezolano).- Nuestra Universidad sucumbe lentamente sin cuenta darnos. Nos estamos acostumbrando a lo banal, a lo común de no me importa. Estamos cerrando un año colmado de incertidumbre, un año fatídico que nos agobió y nos desanimó.
Esta Universidad Ulandina, cuna de saberes y talentos, la primera republicana de la América Hispana perdió su esplendor y buena parte de su grandeza. Sus pasillos desolados y sucios. Las aulas vacías sin el bullicio estudiantil. Los laboratorios sin investigación o escasamente los nichos que aún sobreviven. Los jardines y áreas verdes como huerto abandonado. Pareciera que los dolientes son inexistentes.
La academia ha perdido su lustre, el profesor el ánimo, el estudiante el fervor, la comunidad espera que una voz con grandeza y reciedumbre levante los quereres y los haberes. Aquella voz de otros tiempos, que se levantó en el aula del saber, el salón de Frai Juan Ramos de Lora, de Caracciolo Parra y Olmedo, de Ramón Parra Picón, de Diego Carbonell, de Roberto Picón Lares, de Joaquín Mármol Luzardo y de Pedro Rincón Gutiérrez, esa voz que fue de esperanza y de luz, que hizo de Mérida, la cuna de la academia y de las letras.
La Universidad está a la deriva. No tiene norte ni rumbo que la oriente. La fatiga y el cansancio han embargado la dirección universitaria. Aquella Universidad que cautivó a la juventud se está dilapidando, se está esfumando.
La renovación académica, en otros tiempos bandera de la excelencia, perdió el sendero, debe ondear de nuevo en los estandartes universitarios.
Los organismos de cogobierno no funcionan o funcionan en bajísimo perfil. El claustro universitario, máximo exponente de la academia, sucumbió en la inercia. La asamblea de facultad, cuya función asignada por la Ley de Universidades es, además de la elección de la autoridad decanal, conocer los planes y proyectos de las dependencias académicas, es inexistente. Los departamentos, estructura fundamental para el buen funcionamiento académico-administrativo, tampoco tienen vida. De manera que nuestra universidad está a la deriva, sin rumbo ni concierto.
Esfuerzos muy aislados y puntuales aún mantienen un mínimo de actividad académica, más por el empeño del profesor investigador que mantiene cierto nivel de motivación.
A las puertas del 2021, se hace impostergable responsabilidades que deben asumirse con una visión de vuelo alto y largo. No permitamos que nuestra universidad sucumba. Rescatarla es deber y amor de todos. ¡Dios salve la Universidad!.