(14 de enero del 2021. El Venezolano).- Uno de los fenómenos que caracteriza a la política, es que su análisis está siempre asediado por la especulación. A menudo el comentario político se separa de los hechos -en otras palabras, se aleja de la realidad- y toma el camino de lo contrafactual, es decir, de lo que podría haber ocurrido y no ocurrió. Sobre la posible utilidad de este tipo de razonamientos, me adelanto a decir: no proveen más que ilusiones. Sirven para dar pie a distorsiones y falsos argumentos.
La vertiente preferida de lo contrafactual en lo que queda del chavismo -una minoría en decrecimiento- y en sus aliados de la izquierda y el neocomunismo internacional -que no son pocos y en algunos países tienen un poder significativo, como en España-, consiste en darle vueltas a esta afirmación: si Chávez no hubiese fallecido, las cosas serían distintas en Venezuela. A partir de esta especulación básica -insisto en que no es sino eso, un burdo masticar sobre lo inexistente- se ha ido construyendo una hipótesis política de alto riesgo para el retorno de la democracia en Venezuela.
La burda especulación sirve de base a cuatro falaces sugerencias, que el lector debe atender con su mejor concentración posible: la primera, que Chávez y Maduro son radicalmente distintos; la segunda, derivada de la anterior, es que si Chávez estuviese vivo, la situación venezolana no sería tan catastrófica; la tercera, clave en este análisis, que las diferencias entre Chávez y Maduro son tan marcadas que, en términos políticos, cabe hablar de dos familias políticas distintas, el chavismo y el madurismo; la cuarta, trampa de trampas, que el chavismo, y no el madurismo, podría ser la solución a la catástrofe venezolana. Esto es, un cambio que consistiría en quitar a Maduro del poder y mantener el régimen actual, pero manejado por el resto de los factores que hoy son los pilares del ejercicio del poder: el alto mando militar, Cabello, El Aissami, los hermanos Rodríguez, los grupos torturadores, las ex FARC, el ELN, los iraníes, los cubanos, los rusos, los chinos, los bielorrusos y el resto de aliados.
Quiero decir que la tesis de un mismo régimen, pero sin Maduro al frente, como modo de prolongar el control del poder, ha ganado terreno dentro y fuera de Venezuela. La comparten personeros del PSUV, del Gran Polo Patriótico, casi todos los integrantes del Alto Mando Militar y los líderes de los principales colectivos, especialmente de Caracas y Miranda. También casi todos los gobernadores del régimen, que han sido consultados al respecto. El proyecto de un cambio que se limite a reemplazar a Maduro tiene, además, apoyo internacional: lo alientan en la cúpula del gobierno español (PSOE y Podemos), entre miembros del Parlamento Europeo, en el partido Demócrata, y es la apuesta que están evaluando los gobiernos de México, Argentina y Bolivia. También Cuba, Rusia y China lo asumen como la alternativa más inmediata. Salvo la pareja Ortega-Murillo, que sostiene que la pareja Maduro-Flores debe resistir, está muy avanzado el camino de un consenso que reduce el horror venezolano a una exclusiva causa, a un hombre: Nicolás Maduro.
El conjunto de planteamiento es falaz, básicamente porque, más allá de las superfluas diferencias de estilo, las líneas de acción del poder ejercido por Maduro provienen, de forma directa, de Chávez. Maduro nunca protagonizó una ruptura, ni con la figura política de Chávez ni tampoco con sus lineamientos gubernamentales. No lo olvidemos: Maduro alcanzó el poder como producto de un dedazo de Chávez. Lo puso allí para que continuara con su programa de demolición de la nación venezolana. Y Maduro aceptó el encargo y dijo que recibía y continuaría “profundizando el legado” de Chávez, y eso es justamente lo que ha hecho.
No fue Maduro quien sistematizó la violación de los Derechos Humanos y de los derechos políticos en Venezuela. Chávez fue el maestro fundador de la destrucción de la autonomía de los poderes y el que convirtió al CNE en una estructura electoral ilegal, ilegítima y fraudulenta. Y fue, y esto es relevante, quien, con ayuda del castrismo, convirtió a la FANB en un aparato al servicio de los intereses políticos y económicos de una minoría.
Tampoco Maduro inició la persecución a los periodistas y los medios de comunicación. Ni quien abrió el territorio venezolano a grupos armados delincuentes de Colombia, ni a los apetitos de naciones delincuentes y enemigas de la democracia. Ni es el autor del diseño y de las primeras fases de ejecución del doble objetivo que consistió y consiste en destruir la industria petrolera venezolana -que ha convertido a PDVSA en la empresa hazmerreir del universo petrolero internacional-, al tiempo que se destruía la estructura productiva privada nacional -hoy, un campo cuya imagen oscila entre la ruina y la sobrevivencia-.
Chávez fue quien inicio el empobrecimiento de la sociedad venezolana. Quien asaltó los ingresos de PDVSA para financiar al terrorismo y al neocomunismo en América Latina y Europa. Quien no titubeó arrasar con la industria nacional para favorecer a los intereses de empresarios extranjeros. Quien, como demuestra Antonio Pasquali en su extraordinario libro “La desvastación chavista”, destruyó por acción u omisión la infraestructura, los sistemas de transporte, los diarios, las empresas de radio y televisión, el desarrollo de internet y sus potencialidades, la aviación y la aeronáutica, la industria del transporte y tantas cosas más.
Entre 1999 y 2013 Chávez encabezó una gigantesca operación para apropiarse y desmantelar a la nación venezolana. Sus logros fueron enormes. Cuando su muerte se aproximaba, entregó a Maduro el testigo para continuar con la tarea, que su pupilo ha llevado a extremos insospechados. Tras 22 años con el control del poder, el horror venezolano no se reduce a un hombre: es una inmensa red de mafias, complicidades, corruptelas y formas de violencia, que no admiten lecturas equivocadas ni falsas ilusiones. Lo que se interpone entre las legítimas aspiraciones de la inmensa mayoría de los venezolanos, de un regreso a la democracia y al país productivo, no es solo Maduro, sino un régimen: una mafia de mafias que aplasta las vidas y la dignidad de los venezolanos.