(07 de abril del 2020. El Venezolano).- La noche del 17 de junio de 1972, en la sexta planta del edificio de oficinas Watergate, en Washington, la policía arrestó a cinco a personas que habían irrumpido en las oficinas del Comité Nacional Demócrata, detonando un escándalo que costaría la presidencia a Richard Nixon. Este viernes, enfrente del mismo complejo de edificios, atravesando un cruce de carreteras tan desiertas ahora como las del resto de la capital, una veintena de personas se congregaba ante la verja del comedor social Miriam’s Kitchen. Un temprano símbolo, como tantos que se repiten desde hace dos semanas por todo el país, de los colosales problemas a los que se enfrenta otro presidente republicano 48 años después.
Miriam’s Kitchen lleva cuatro décadas sirviendo comidas a los sin techo de la ciudad. Los comensales apoyan las cajas blancas de poliespán con su comida en el muro de piedra de la colindante iglesia presbiteriana, como una barra de un bar imposible. Algunos llevan bolsas o carritos con sus escasas pertenencias. Otros, como Andy, que prefiere no dar su apellido, pelo blanco, camisa azul, tienen un techo bajo el que volver, pero ya no tienen un trabajo con el que pagarse la comida. “Hasta la semana pasada era yo el que servía cenas”, explica. “Trabajaba en un restaurante, pero cerró, como todos. Ahora solo sirven comida para llevar y se bastan con los dos dueños y dos trabajadores más”, explica.
“Hay 12 millones de personas que trabajaban en restaurantes en este país, y la mayoría están cerrados o solo sirven comida para llevar. Con que solo la mitad se queden en la calle, son seis millones de parados. El nivel de deterioro es tremendo. La producción también sufre. La construcción, las ventas de coches. Grandes partes del Producto Interior Bruto que esencialmente se colocan a cero de actividad. Es muy diferente a todas las crisis anteriores. No es un declive orgánico. Es un apagón coordinado”, explica Andrew Hollenhorst, director del equipo de investigación económica de Estados Unidos de Citigroup.
Entre las dos últimas semanas de marzo, casi diez millones de personas, un 6% de los trabajadores del país, solicitaron el subsidio de desempleo. Los cálculos más solventes pronostican que llegará a un 15% en los próximos meses. En febrero, la tasa de paro era del 3,5%, la menor en 50 años.
Estados Unidos nunca ha experimentado un frenazo como el provocado por el coronavirus. Es el país con más casos de Covid-19 confirmados (276.000 el sábado por la tarde) y la cifra de fallecidos, que se ha multiplicado por seis en la última semana, supera los 7.100. La proyección más optimista de la Casa Blanca es que el virus se cobrará entre 100.000 y 240.000 vidas estadounidenses. Y eso, siempre que se respeten las órdenes de confinamiento, a las que está sujeto ya el 90% de los ciudadanos. Goldman Sachs calcula que las medidas de distanciamiento social, necesarias para frenar la propagación del virus, provocarán una contracción del 34% en el PIB en el segundo trimestre respecto al trimestre anterior, en términos anualizados.
Esto sucede en un país subido a un ciclo expansivo extraordinariamente largo. La economía de Estados Unidos llevaba 10 años creciendo ininterrumpidamente, desde que dejó atrás la Gran Recesión. Y, de repente, un frenazo en seco. “La crisis financiera global tardó más en afectar a la economía, y lo hizo de una manera similar a las recesiones y ciclos pasados”, explica Daniel Bachman, analista económico para Estados Unidos de Deloitte. “Mucho de ello era conocido para los estudiosos de la historia financiera. Esta recesión es diferente: el problema no se ha originado en el sistema financiero, ni siquiera en algún sector como la energía. Eso hace que la velocidad de transmisión y la magnitud del impacto sean únicos”.
La magnitud y la velocidad del impacto suponen un auténtico desafío para un país con una red de protección social extremadamente frágil. En medio de la pandemia, muchos de los que pierden el empleo se quedan también sin el seguro médico que les pagaba su empleador. Tienen tres opciones: pagar cerca de 20.000 dólares al año para mantener su seguro, desembolsar la mitad en franquicias solicitando la cobertura del conocido como Obamacare, o unirse a los cerca de 30 millones de ciudadanos que no tienen seguro médico. Uno de cada 10 estadounidenses demora o evita la visita al médico, aún teniendo síntomas, por motivos económicos. Un dato preocupante en medio de una pandemia provocada por un virus que trasmiten pacientes con escasa o nula sintomatología
El Congreso ha lanzado un primer paquete de ayudas por valor de 2,2 billones de dólares, el mayor rescate económico de la historia. El plan incluye el envío masivo de cheques a los ciudadanos, una línea de préstamos para pequeñas y medianas empresas y un fondo para industrias, ciudades y Estados. Contribuirá sin duda a compensar algunas de las carencias estructurales de protección social. Pero algunos críticos, como los economistas de Berkeley Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, lo consideran insuficiente y, en parte, equivocado. Al contrario que otros países, apuntaban los autores en un artículo en The New York Times, Washington ha optado por ayudar a los desempleados en vez de proteger el empleo. En lugar de ayudar a las empresas a pagar los salarios, los trabajadores son despedidos, empujados al proceso burocrático de solicitar prestaciones y condenados a esperar en sus casas a que la economía se reactive.
Como suele suceder en estos casos, el impacto del frenazo será mayor para los más desfavorecidos, contribuyendo a agudizar una desigualdad económica que se ha disparado en las últimas décadas. El 23% de los trabajadores estadounidenses asegura que ellos o algún miembro de sus familias han sido despedidos tras el brote del coronavirus, según una encuesta de Associated Press. El porcentaje sube al 33% entre los hogares con ingresos inferiores a 50.000 dólares al año.
Luego están los que no han podido parar. Aquellos para los que respetar las directrices de distanciamiento social es un lujo fuera de su alcance. Según un análisis de datos de geolocalización de teléfonos móviles realizado por el Times, dentro de las mismas áreas metropolitanas, los hogares más ricos han limitado mucho más sus movimientos que los hogares más pobres.
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