(06 de abril del 2020. El Venezolano).- En mi caso, es decir en el tercer mundo, no hay demasiado que podamos hacer contra el coronavirus más que seguir el mismo protocolo de encierro contra un enemigo más, de los muchos que se suman a nuestras inmensas preocupaciones diarias.
En el caso de los venezolanos por ejemplo, podríamos afirmar sin exagerar que a la fecha hemos enfrentado la siete plagas de Egipto, por muchos años hemos tenido que vivir encerrados por la violencia criminal que a diario nos amenaza, por los brotes de enfermedades que habían sido erradicadas hace más de 60 años como el sarampión, la malaria y la difteria, mientras tratamos de protegernos de los zancudos que son agentes transmisores del dengue y la chinkungunya, en plena temporada de influenza.
Millones de venezolanos son héroes anónimos, pues deben protegerse y no en pocos casos en las ciudades del interior convertidas en pueblos del siglo XVIII sin luz, sin gasolina y sin agua corriente, es decir sin los servicios públicos básicos que requiere todo ser humano, lo que convierte esta supervivencia en una proeza aún mayor que la de la Capital. Por eso esperamos que el coronavirus no llegue demasiado lejos aquí, no porque estemos educados en prevención, sino que sabemos que si no nos cuidamos nosotros mismos de contagiar esa enfermedad, nadie lo hará por nosotros.
Venezuela, mi país, que hace 21 años estaba entre las 30 economías más grandes del mundo, enfrentará la pandemia con la mitad de la economía de países como Ecuador o Etiopía, por eso si sobrevivir una pandemia es tremendo en cualquier parte del mundo, salir vivos en un país en el que se habrá perdido 81% de la economía para 2020 y la inflación se prevé en 500,000% (FMI), atender esta emergencia será una tarea digna de superhéroes.
Aunado a esto aquí nos ha tocado vivir de sobresalto en sobresalto frente a medidas de carácter político que impactan tremendamente en nuestra habilidades para sobrevivir, lamentablemente no pocos venezolanos las aplauden aunque dichas decisiones lleguen junto al exterminio sistemático y progresivo de la poca economía que queda en pie, pensando que con ello conquistarán una libertad cada día más lejana.
Por eso cuando leo que, “las sanciones a Cuba están diseñadas para negarle recursos al régimen de Castro, que se usan para controlar y abusar de los derechos del pueblo cubano e interferir en los países de la región”, y luego leo que es exactamente el mismo diseño que el venezolano, no hago más que temblar como cuando me lavo las manos compulsivamente por el coronavirus, así cumpliera 20 días de cuarentena.
A lo que me refiero es precisamente al diseño de unas sanciones que nunca lograron el cometido que pretendían sus autores, porque para someter y arrodillar a un pueblo precisamente lo que se necesita paradójicamente es poco dinero y lo que sí se logró fue que ese “diseño” obligara a Castro a intervenir en los países de la región con más fuerza que nunca después de la caída del muro de Berlín.
Creo que esa visión está equivocada porque ha sido probado hasta el cansancio con cuanta dictadura ha existido y no ha dado resultados o por lo menos los esperados por quienes las han aplicado y en especial, porque creo que en política internacional la teoría de Brzezinski de que “un bombardeo de jamones es más peligroso que uno de cañones” es la noción correcta. Y es que con ese plan va a ser muy difícil lograr el ansiado retorno a la democracia, si además de la lucha por la supervivencia diaria también trastornamos la resilencia interna de los millones de venezolanos.
En mi opinión, como lo he dicho siempre, creo que las sanciones “económicas” estaban demás pues Venezuela se había ya aislado en materia financiera por cuenta propia, nadie invertía, ni mucho menos prestaba, ni siquiera los chinos y el final estaba cantado por mérito propio y lo que debía ocurrir precisamente era lo contrario a las sanciones, que no vinieron a darle un respiro a la resilencia comprobada de los venezolanos, sino vida de nuevo a la izquierda trasnochada latinoamericana dándoles la tan anhelada excusa que necesitaban.
Por eso mi voz, es que se tomen medidas internacionales para evitar el colapso de esa resilencia de los millones de venezolanos, porque una vez destruida no habrá vuelta atrás.
Nada tiene que ver con negarle dinero a un régimen –que tiene mil formas de encontrarlo– mientras los únicos dólares disponibles para los millones están en las cuentas congeladas y eso se puede aplicar en los fertilizantes que se requieren, en los medicamentos y planes básicos de alimentación e industria, pues un pueblo postrado por el hambre no es un pueblo libre, ni capaz de obtener su libertad por cuenta propia.
Hay que volver con urgencia al tablero político. El gran reto para Venezuela es evitar una mortandad, es reactivar el aparato productivo para que lleguen los fondos que los venezolanos necesitan en medio de una pandemia, que puede dejar más muertos de hambre que por el coronavirus. Mientras tanto, rezo porque le dejen a las guardias costeras y no a los buques de guerra las responsabilidades, y las fuerzas en conflicto jueguen a desescalar.
Hay que poner los pies en la tierra porque las amenazas de guerra podrían entrabar más la grave situación de Venezuela o radicalizarla a unos extremos realmente impensables –ya lo estamos viendo– y porque no se sigan cometiendo errores de cálculo, blufs innecesarios o visiones pueriles del verdadero problema venezolano, así que en mis oraciones porque cese pronto la pandemia mundial, incluyo a lo que queda de resilencia en el pueblo de Venezuela, porque también por aquí nos ha tocado duro.
Como siempre, cedo la última palabra a los políticos, a quienes les pido: escuchen por el amor a Dios.
Con información por Thays Peñalver para el Nuevo Herald