(23 de junio del 2025. El Venezolano).- El fin de la brutal dictadura de Nicolás Maduro sería, según muchos, algo positivo. Millones de venezolanos lo desean; incluso altos cargos del gobierno de Trump lo han expresado. El Parlamento Europeo aprobó una resolución que insta a los líderes mundiales a apoyar a la oposición venezolana frente a Maduro como un “deber moral”. Aun así, los líderes opositores sintieron la necesidad de ofrecer un mensaje más convincente: ayudar a la causa democrática de Venezuela no es solo lo correcto, sino también una oportunidad de enriquecerse.
Nota publicada en AveFenix
El jueves pasado, la prensa fue invitada a una mansión del Gilded Age en Manhattan para asistir a la presentación titulada “Una oportunidad de un billón de dólares: el potencial global de una Venezuela democrática”. En el centro del evento estaba María Corina Machado, quien compitió por la presidencia de Venezuela el año pasado —y que muy probablemente habría ganado si el régimen de Maduro no la hubiera inhabilitado y luego declarado vencedor a su sustituto, en lo que un think‑tank de Washington calificó como “la madre de todos los fraudes electorales”. La OEA también reconoce que hubo “fraude electoral”.
Desde su escondite en Caracas, Machado se dirigió al público por videollamada en inglés: “Hoy, Venezuela está al borde de una transformación histórica”. Se refería a una transición democrática y al “inmenso potencial de generación de riqueza” que esa transición desataría. “Esta oportunidad va más allá de nuestras fronteras”, afirmó. Los inversionistas internacionales se beneficiarían de condiciones inigualables “desde el día uno”.
Lo que siguió no fue tanto una rueda de prensa como un pitch para Wall Street. Sary Levy‑Carciente, economista del equipo de Machado, tomó el micrófono. Si la oposición llegara al poder, “hablamos de un crecimiento del 10 % anual”, dijo mientras sus asistentes entregaban folletos con los sectores que florecerían bajo un gobierno hipotético liderado por Machado. Mencionaron el turismo, donde Venezuela es un “gigante dormido”; el sector inmobiliario, con “ganancias enormes”; y, por supuesto, los combustibles fósiles, dado que “Venezuela posee las mayores reservas de petróleo del mundo y las octavas de gas natural”. Según estimaciones “conservadoras”, en 15 años la inversión en una Venezuela democrática podría generar 1,7 billones de dólares.
El equipo de Machado no abordó explícitamente la condición previa para destrabar este bonanza: el fin de una dictadura de 26 años cuyo líder no muestra indicios de irse. En el último año, Maduro ha intensificado la represión, desaparecido activistas prominentes e encarcelado a manifestantes incluso de bajo perfil. Un ambiente de miedo se ha apoderado de Venezuela. La presentación pedía invertir en una Venezuela democrática que aún no existe, sin detallar cómo se haría realidad. Si habían contado con algún intermediario para facilitar esta transición —un actor en la administración Trump, por ejemplo— nadie lo mencionó.
Aun así, dado que los financieros estadounidenses pueden hacer poco por sí solos para provocar el fin de dictaduras en Sudamérica, los funcionarios de Trump, si no el mismo Trump, parecían ser el público objetivo del nuevo mensaje de Machado. Esto sugiere una nueva percepción entre los líderes de la oposición venezolana sobre qué motivará a la administración Trump a respaldar su causa.
Durante la primera administración Trump, la idea de que Washington pudiera liberar a Venezuela de Maduro no parecía descabellada ni necesitaba un incentivo de ganancias. Trump condenaba frecuentemente la dictadura venezolana. En 2019, frente a una multitud de venezolanos en Miami, proclamó que los días de Maduro estaban contados. Reconoció a Juan Guaidó como presidente interino hasta que se realizaran elecciones libres. Decenas de países lo siguieron. El entusiasmo se desvaneció cuando quedó claro que Maduro no tenía intención de ceder el poder y Trump no estaba dispuesto o no podía obligarlo.
Desde entonces, la oposición venezolana ha ganado fuerza. Machado es mucho más popular que Guaidó, quien emergió de la nada. Guaidó contó con el apoyo de Washington por su posición en la Asamblea, pero Machado ha dedicado más de 20 años a combatir la dictadura. Puede movilizar multitudes incluso en zonas remotas. Aun así, la segunda administración Trump parece más interesada en deportar venezolanos de EE.UU. que en apoyar a una política que mejore Venezuela. Ya no están los días en que Trump prometía “presión máxima” sobre Maduro.
Le pregunté a Machado, poco después de la toma de posesión de este segundo mandato de Trump, qué esperaba de esa administración. Creía que Trump entendería que ayudar a la oposición venezolana era un asunto de “seguridad nacional y hemisférica”, dadas amenazas regionales generadas por el gobierno venezolano. Maduro, al fin y al cabo, es responsable del éxodo migratorio; además, ha tolerado el auge de Tren de Aragua, la banda criminal que Trump menciona frecuentemente. No habló de intereses económicos.
Machado desarrolló una teoría de cómo podría ocurrir el cambio de régimen en Venezuela. Si otros países ejercieran suficiente presión sobre Maduro, el “costo de mantener el statu quo” aumentaría. Los altos cargos concluirían que les conviene negociar una salida con la oposición. Por eso apoya sanciones estadounidenses, a pesar del sufrimiento que causan en la población. “¿Las sanciones a violadores de derechos humanos perjudican al pueblo venezolano?”, replicó con sarcasmo. “Lo que realmente lo perjudica es un gobierno criminal que destruyó nuestro aparato productivo”.
Machado sí cuenta con un aliado en el gobierno Trump: el senador Marco Rubio, quien recientemente la elogió como “la personificación de la resiliencia, tenacidad y patriotismo”. En noviembre de 2022, el presidente Biden otorgó una licencia para que Chevron pudiera evadir sanciones y extraer petróleo en Venezuela. Rubio calificó esto como un “regalo pro‑Maduro” y presionó para que expirara. Finalmente, la administración Trump pactó un compromiso: extendió la licencia, pero con restricciones más fuertes. Desde entonces, observadores destacan a Rubio y a Richard Grenell como líderes de dos facciones rivales: los halcones principistas y los pragmáticos dispuestos a negociar con Maduro.
Este equilibrio también exige pragmatismo de Machado. Su equipo ha pedido públicamente a Trump que no revoque el estatus migratorio protegido que otorgó Biden a los inmigrantes venezolanos. Pero también ha apoyado la deportación de pandilleros venezolanos a El Salvador, sin cuestionar si los que deporta Trump verdaderamente lo son.