(22 de septiembre del 2020. El Venezolano).- Sábado en la mañana y amanezco en Houston. Esta ciudad tan complicada y densa, tiene el excepcional encanto de ofrecerme en abundancia la comida venezolana que tanto extraño. Sin que nadie de mi familia se de cuenta, huyo a un rincón de Katy que ofrece deliciosas arepas, tequeños y cachapas con jugo de naranja. Hago mi pedido y me siento a esperar, revisando en mi celular las noticias del New York Time.
“Luisiiiitooo…. Donde te vengo a ver” es un grito estruendoso que hace voltear las miradas de las personas en el restaurant. De pronto siento que alguien se abalanza sobre mí, me abraza y me deja inmóvil y comienzo a sentir terror de ese ataque de afecto inesperado porque ya estoy enfermo y obsesionado con eso que hemos dado en llamar “social distance”. Pero es mi amiga Yajaira, quien no veo desde hace más de 4 años. Olvidándome de toda norma de distanciamiento, nos abrazamos con la emoción de un reencuentro de amigos fraternos. Me traen mi orden de cachapas, tequeños, empanadas y comenzamos a comer.
Yajaira me confirma su historia de persecución política por el régimen de Maduro y de cómo logro huir con la ayuda de algunos “amigos” dentro del régimen. Como mujer inteligente y audaz, se trajo todas sus pruebas, documentos, declaraciones y tuvo un buen caso de asilo. Ahora esta a la espera de su primer permiso de trabajo. Es una de esas excepciones casi milagrosas de personas que han obtenido el asilo estando dentro del Migrant Protection Protocol (MPP) un programa que obliga a solicitantes de asilo a permanecer en México, mientras esperan sus cortes de inmigración. “Yo fui unas de las ultimas en darme asilo, antes de que cerraran las cortes de inmigración”. “Yo conozco esa historia – le dije -, porque trabajo en esos casos” y nos sorprendimos los dos que no hubiésemos coincidido en la defensa de su caso, estando tan cerca.
Comentamos de todas las tragedias y necesidades que pasan y están pasando las familias en las poblaciones fronterizas de Matamoros, Reynosa, Tijuana y otras más pequeñas en la frontera del Sur de los Estados Unidos y México. Yajaira está super contenta con haber ganado su caso, pero siente una gran pena por todos los que están “varados” a la espera de sus cortes “Nunca me imaginé que este país de libertades, nos sometiera a nosotros a la más absoluta humillación como seres humanos: El que se le niegue el derecho a la justicia y a que sus casos no sean atendidos con la celeridad.” Compartimos la misma impresión, conociendo los dos que hay millares de personas y familias enteras que llevan más de un ano sin que hayan tenido la oportunidad de ver a un juez o que sus audiencias estén diferidas.
“Mientras esto pasa, la vida les cambia completamente Luisito” y la voz se le comienza a quebrar. “Las mujeres son violadas… Los hombres extorsionados…. Los muchachos pierden la escuela…las preñadas no tienen la atención para sus bebes…y las que tienen hijos, se les comienzan a enfermar de vainas raras. Todo mientras se quedan sin cobres, sin dinero para vivir” El ambiente comienza sentirse espeso, triste. Se me han quitado las ganas de comer, sobre todo porque mi amiga Yajaira me insiste: “Y tú que estas metido en la candela, cuando van a empezar las cortes, que va a pasar con esa pobre gente, porque no les deja entrar bajo supervisión si tienes familiares acá, donde esta la justicia en este país?” A lo que yo solo puedo dar respuestas a medias, mucho de las cuales ni yo mismo estoy seguro: “Las cortes se reiniciaran pronto… el problema fue que se atravesó la pandemia… nosotros seguimos trabajando nuestros casos”, etcétera., etcétera.
Hasta que sale ella con su agudeza de brillante periodista: “Yo creo que mientras este el catire de Trump acá, nada de eso va a cambiar. Yo he hecho un análisis del discurso de Trump y es una persona absolutamente racista, con un absoluto menosprecio a los migrantes y a los solicitantes de asilo. Nos ha llamado flojos, ladrones, narcotraficantes y esto es sencillamente inaceptable. Cuantos inmigrantes no han contribuido con la grandeza de este país. Yo a veces me pregunto, cuando me entra la depre y la nostalgia por Venezuela: ¡Sali de mi país por el discurso de odio y división que sembró Chávez y profundizo Maduro y vine a caer en un discurso sofisticado de racismo y división de Donal Trump! ¡No me jodas! “
Las palabras de Yajaira suenan con tal claridad de firmeza que dieran la impresión que ella hubiese vivido acá por mucho tiempo. Pero su análisis no es en nada descabellado ni ajeno a la realidad que ha vivido.
“Yo creo de verdad Luisito que a este país le hace falta un gran baño de justicia y de compasión con los que sufren. Alguien que rescate la dignidad de la persona humana, de las minorías, de las personas de color, del inmigrante, de las personas de la tercera edad, de las que piensan diferentes a los que detentan el poder. Este país esta es un momento decisivo de su historia: O se convierte en una fuente de inspiración para la humanidad, promoviendo el respeto, la tolerancia, la justicia y la igualdad. O se convierte en una gran corporación afiliada a los intereses de Trump, con el país lleno de campos de golf en el centro y llenos de campos marginales de concentración en las fronteras”.
“Yo Luisito, yo te digo una cosa. Yo no voto. Pero si tengo muchos amigos y familiares que votan y a todos les digo: Yo, la verdad, verdaita, estoy esperando a Joe Biden. Creo que es el hombre para cambiar el rumbo de injusticia y de mercantilismo en que esta este gran país. Tu, que vas a votar, piensa hermano, piensa.”
Hemos terminado el desayuno venezolano. Suena una corneta insistentemente afuera. Intercambiamos teléfonos. Yajaria se levanta apresurada, me vuelve a besar y abrazar. Nos olvidamos del distanciamiento social. “Me voy, me olvide que me estaban esperando en el carro… Chaooo Chaoooo.”