(13 de abril del 2020. El Venezolano).- Hace solo dos semanas, Álex Canal, 40 años, estaba instalando los azulejos de una piscina en un chalé a las afueras de Madrid. La empresa que lo tenía contratado le pagaba en mano al acabar la jornada. Álex, como el resto de sus compañeros, vivía al día. Aquella tarde, al terminar, el patrón les dio la mala noticia. “Prohíben trabajar. Todos a casa”. Recogió sus cosas y se fue. Desde entonces vive metido en una habitación de dos metros de ancho por cuatro de largo —medidas reales, no es una forma de hablar— con su mujer, Carmen Rosa, y sus dos hijos, de 15 y 6 años. Los cuatro, dentro de la estancia, lo ocupan todo. No hay más espacio. “Aquí llevamos metidos todo el confinamiento”, dice Canal. “Y aquí dormimos”, añade señalando una litera de colchones hundidos por el uso y un metro de anchura. “Dos arriba y dos abajo”.
En el piso, de unos 40 metros cuadrados y situado en Alcobendas, al norte de Madrid, hay dos habitaciones más. En ellas viven otras dos familias. En total hay 10 personas en un espacio diseñado para dos o tres. Por momentos, durante la charla, se amontona tanta gente que se tropiezan entre ellos. Cuando ocurre, ni reparan: les resulta un gesto natural, interiorizado. “Lo más duro de todo esto no es la enfermedad. Es no poder salir, no tener espacio”, añade Canal tras una mascarilla de papel. “Y rezamos para que nadie caiga enfermo, porque no podríamos aislarlo. Tendría que salirse a vivir al descansillo o al portal”. Lo dice en serio. “Yo antes de contagiar a mis hijos me iría a vivir debajo de un puente”.
David de Miguel es el director de Intervención Social y Empleo de la Cruz Roja de la Comunidad de Madrid. Coordina el reparto de alimentos a los más vulnerables. “Antes de la pandemia, a cada punto de Cruz Roja de reparto de alimento se acercaban unas diez personas. Ahora tenemos unas 50 en cada uno”, explica. Solo en Madrid hay 45 puntos de este tipo.
“Esta emergencia sanitaria conlleva una emergencia social para la que no teníamos plan ni protocolo. Vamos dando respuesta cada día”. Y cada día las cifras se disparan. “En solo dos semanas se ha generado una bolsa de pobreza tremenda. Y no deja de crecer. En España hay todo un segmento de la población que vive de la economía sumergida y esta se ha parado, se ha destruido en unos días. Y esta gente se ha quedado sin nada”, cuenta.
Uno de los puntos de reparto de Cruz Roja se sitúa en San Sebastián de los Reyes (Madrid). Allí, en una sala amplia, Javi y Sofía, dos voluntarios, preparan decenas de cajas de cartón con alimentos y productos de limpieza. Son las diez de la mañana y afuera no deja de llover. “Estamos recibiendo cien llamadas diarias pidiendo ayuda. Diarias”. Quien recalca es Fran Rico, director técnico del centro. “Lo que estamos haciendo actualmente es ayuda humanitaria. No recuerdo nada igual”.
Dice Sofía, mientras se sube a la furgoneta de reparto, que a veces llegan a casas donde llevan dos días sin comer. “Nos los encontramos con hambre. No me quiero imaginar lo que puede ser esto dentro de dos meses”. Esta mañana tienen que visitar 10 hogares. Una ruta por la cara más dura del confinamiento.
Cuando nos abren el primer portal se escucha una fuerte tos desde la escalera. Sin atravesar el umbral de su puerta espera Mari Cruz, envuelta en un albornoz rojo y con una mascarilla. Dio positivo por coronavirus hace unos días. Javi y Sofía dejan la caja con alimentos sobre la mesa de su cocina. El piso tiene dos habitaciones. En una vive Mari Cruz con sus dos hijos, de 4 y 2 años. En la otra, su hermana, embarazada y enferma de cáncer. “Está aislada porque no puedo contagiarla”, explica Mari Cruz.
Llevan sin salir del piso desde el 13 de marzo. “Una vecina va al supermercado por nosotras y también nos compra medicinas. Dios la bendiga. Lo subimos en un cesto con una polea por la ventana”. Todos en el piso viven de la pensión que el padre de los niños les pasa. “Unos 200 euros al mes. Pero se ha quedado en paro, así que no sé qué va a pasar el próximo mes”, cuenta Mari Cruz. “Si sobrevivo al coronavirus no sé si sobreviviré a la crisis”.
En casa de Miriam, el segundo hogar de la ruta, tienen más espacio. En el piso vivían ella y su hijo con dos amigas más, pero las amigas se han quedado internas en las casas donde trabajan. Mientras coloca los cartones de leche que le ha traído Cruz Roja, explica Miriam que ella se ha quedado sin nada. “Trabajaba como empleada doméstica en cuatro casas, me pagaban por horas. Solo una me sigue pagando, así que ahora tenemos muy poco. Se me va todo en el alquiler”. El hijo de Miriam tiene 15 años. Y sus perspectivas tampoco son buenas. “Es que no tenemos ordenador, así que para hacer los deberes y seguir las clases se conecta a veces con mi teléfono y les envía algún mail a los profesores. Pero es difícil…”.
David de Miguel, director de Intervención Social de Cruz Roja de la CAM, explica que “mucha gente se va a quedar atrás». «Gente sin recursos, sin conexiones a Internet, sin medios… Va a haber alumnos que van a empezar el siguiente curso con mucha diferencia de preparación con respecto a otros compañeros”. El hijo de Miriam es un ejemplo. “También nos encontramos casos —prosigue David— de padres que tienen que ir a trabajar y dejan a niños pequeños todo el día solos en casa. Esos niños no están siendo atendidos”.
El reparto continúa por Alcobendas, localidad pegada a San Sebastián de los Reyes. Allí, Blanca Nubia, de 44 años, responde con sinceridad a Javi, el voluntario de Cruz Roja.
-¿Cómo estás?
-Bueno, mal.
Vive con un hijo de 27 años y otro de 15 en una habitación por la que tiene que pagar 350 euros al mes. Otra estancia la ocupa un señor y en la tercera hay una familia. Todos comparten la cocina y el baño. El suelo es de baldosa blanca y tiene poca luz. Las paredes se aparecen gastadas y desnudas. En total, 50 metros cuadrados. “Yo es que ya no sé ni dónde estar. A veces vengo aquí a la cocina y me siento, luego regreso a la habitación… En ocasiones me meto en el baño para sentir un rato que estoy sola… Estoy desesperada, la verdad”. Se quedó sin trabajo después de que la despidieran de una empresa de servicios de limpieza, donde trabajaba con su hijo.
Dos euros en la cuenta
Cuenta Blanca que, cada día, sentada en la cocina, envía decenas de solicitudes a ofertas de empleo. “De todo tipo. Pero solo me responden, bueno, ya sabes, cosas que no puedo aceptar. Que si un señor que quiere compañía, que si una webcam… En fin, que hay gente que se aprovecha de los que estamos desesperados”. A Blanca se le humedecen los ojos cuando lo cuenta. Traga saliva y continúa. “Ahora mismo tengo en mi cuenta dos euros. Es que no tengo ni para una barra de pan. Dependo de esto”, dice señalando las cajas de alimentos que le han traído Javi y Sofía. Luego baja la mirada al suelo.
La jornada de trabajo termina en casa de Abderrazak Harraz, marroquí asentado en España desde hace 18 años. Baja al portal él mismo a recoger las cajas, con un gorro de lana en la cabeza y chanclas en los pies. “Estoy buscando trabajo de temporero, leí en algún sitio que necesitan gente en el campo”, cuenta mientras carga los alimentos. “Ahora mismo no tengo nada, mi familia de Marruecos me está enviando dinero. Necesito trabajar de lo que sea. Pero bueno, al menos estoy sano. Hay gente que lo está pasando peor. No hay que quejarse”, dice sonriendo.
Cuando ya nos vamos, Abderrazak les dice a Javi y a Sofía que, si se necesitan más voluntarios, que le avisen. “Si hace falta ayuda, llamadme por favor. Yo puedo echar una mano”. Después coge la última bolsa y regresa al confinamiento a través del portal. Afuera sigue lloviendo.