(22 de marzo del 2022. El Venezolano).- Escribo lo que siento, lo que me motiva, lo vivido, lo que quiero vivir, lo no vivido. Lo que quiero para otros o para mi. Escribo lo que río y lo que lloro. Porque deseo compartir felicidad o tristeza, logros o carencias. Escribo para decir cuánto los extraño. Si algo perdimos los venezolanos fue la cercanía, gozarnos, impedidos de hacer algo tan simple, como visitarnos y abrazarnos, como antes…
Escrito por Orlando Viera Blanco
La Torrera
Alguien me preguntó en estos días en medio de un frío inclemente: ¿Debes extrañar mucho a Venezuela? Lo primero que vino a mi mente no fue precisamente el mar caribe sino la imagen sonriente de mi tía Berta [mamama]. ¿Por qué? Porque ella ha sido testigo de mi vida y fuego-luz-en mis laberintos. Quizás no lo sabe. Es tiempo que lo sepa…
Quien ha gozado de una niñez feliz goza de una vida iluminada. Los recuerdos encienden la nostalgia que son ganas de dejar caminos sobre la mar… A los venezolanos nos robaron no sólo un territorio y nuestra identidad, sino nuestro derecho a abrazar, a compartir y besar a los nuestros.
Una visita dominguera, al vecino, al amigo, a la abuela o la tía, dejó de ser hábito para ser negación…Cada navidad, cada semana santa, cada tarde después del colegio, tomaba mi bici rumbo a La Torrera [a casa de la tía Berta]. Primero en San Bernardino donde nos soltaban entre tierra, columpios y pelotas, y después en La Trinidad entre caimaneras-en una redoma de piedra, monte y asfalto-poesía, música y arepas. No se quien se alegraba más, si ella al anunciar ‘suban a comer’ o nosotros, un ejército de hermanos y primos que corríamos a la zafra…
Berta Elena Viera Acosta de Torres, Médico, microbiólogo de la UCV, profesora por décadas de su alma mater; séptima de doce hermanos [sigue a papá] es la piedra angular de una familia extensa de linaje canario y crianza pastoreña en la parroquia San José. Una mujer típica venezolana de los 60, generosa y exigente, dulce y disciplinada, apasionada del estudio y la enseñanza, que se encontró con un país que le dio crédito a esas virtudes y los cosechó con docencia, inclusión y conocimiento. Por cierto, si a alguien valoran en países serios, desarrollados y cultos, son a sus profesores retirados, madres o padres ejemplares, ciudadanos honestos y trabajadores incansables. Valor que hemos perdido y también extraño…
Ir a la Torrera era llegar a un templo de aprendizaje. Mi tío “Tony”, su esposo por 6 décadas [el Dr. Jesús María Torres Solarte], cardiólogo y gran recitador, hacía más ruido con su máquina de escribir y verbo que con su estetoscopio. Y mis primeros pasos en la música y la poesía, fueron de la lírica de María Teresa Chacín, Soledad Bravo o Simón Díaz o la prosa de Neruda, Vellejo o Andrés Eloy… La tía Berta digna representación del matriarcado criollo, persuadía al tío Tony llevar a cada hijo [4] más sobrinos, a Don Disco en Chacaíto, el Palacio del Libro en el Silencio o Suma en Sabana Grande a elegir un “souvenir”. Así me estrené con un LP de la Dimensión Latina y el libro “nuestras zonas erróneas”, por lo que mi adolescencia fue querer vivir y soñar con taboga, taboga mía, lidiando con mis zonas indómitas…
La historia de la tía Berta es la historia de todas las tías de Venezuela. Historia de un mestizaje maravilloso de plasma hispano y nativo, resiliente, irreverente, infatigable. Su hermana mayor-quien inspira a ella y papá estudiar Medicina [Cicita]-marchó muy joven siendo profesora del Liceo Andrés Bello. Otro hermano mayor, el tío Fernando, también lo sorprendió la vida sin olvidar que la abuela Felicita nos dejó pronto por hepatitis. Qué corazón habría tenido el Abuelo Don Paco para criar 12 muchachos a solas. Ese es la impronta de la tía y de todos. Cada hijo se convirtió en hermano, madre, padre e hijo a la vez. Rastro que está en su mirada, en sus manos, en sus palabras. Nunca ha fallado extenderlas [sus manos] a un hermano, un pariente, un paciente. Un corazón infinitamente bondadoso, que no tiene edad…
Aprendiendo a lavar nuestros platos…
La primera vez que me pidieron fregar el plato después de comer, fue en la torrera. “Preciosuras ayuden a María” decía. Igual aprendí regresar libros a su lugar, limpiar discos antes u después de usarlos o aplaudir el concierto en la llanura del maestro Juan Vicente Torrealba o cantares de Serrat. La tía Berta disfrutaba ver a sus cuatro hijos, sobrinos y muchachera, cantar y coser, jugar y leer…Un contemplar orgullosa y alegre que aún llevó en mi memoria y mi corazón, como ejemplo febril de la Venezuela horizontal y familiar. Por eso si alguien nos pregunta, qué extrañas de Venezuela, respondo sin vacilar:¡nuestro gentilicio, nuestro sentido único de igualdad!
Le tengo a mi tía Berta un inmenso respeto y camaradería. Ella es mi taboga, la reina de las flores, pero también la gran amiga. No le llamo tanto como quisiera. El exilio es así, ausente pero presente. Pero igual le hablo imaginariamente y adivino sus respuestas: sabias, suaves, ingrávidas y sutiles, como pompas de jabón… con su recién estrenada cabellera blanca.
Escribir es una maravilla decía porque dejamos pisada de admiración y amor de lo que pasa y queda en esta peregrinación sin cuya inspiración, no vivimos, no respiramos, no somos lo que somos…Escribo porque siento a Venezuela en cada mujer como Berta, la aldea que fue y que anhelo. Parafraseando a García Lorca, su presencia me ayuda a desechar tristezas y melancolías, por haber tenido una vida amable, que tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar…
Escribo para gozar, para permutar melancolías por alegrías, porque la vida ha sido amable… Muchos días la he tenido a mi lado y aun ausente me ha enseñado, comprendiendo y redimiendo mis zonas erróneas.
Hoy te rio y te lloro a la vez querida tía. Al decir del poeta granadino, porque me da la gana, porque así atesoro tu luz mi preciosura, para vivir y soñar, para ser libre…Te veo pronto. Bendición.