(18 de abril del 2019. El Venezolano).- Si la detención era provisional, incluso Ollanta Humala ya había pasado por eso y salido en libertad… si su Partido seguía apoyándole y lo haría aún en la eventualidad de una sentencia condenatoria, si estaba aún lejos una sentencia definitivamente firme: ¿por qué apuró su final el sobreviviente de mil batallas?
Alan García venía enfrentándose desde hace mucho contra la depresión. El mismo lo había contado en sus memorias, diciendo que enfrentaba una “nube negra” en el exilio anterior. Quizás una severa depresión, no tratada, porque los políticos sólo pueden parecer indoblegables ante la opinión pública, haya pesado mucho en la decisión de eliminarse por mano propia y no seguir adelante.
Los procesos judiciales, las acusaciones de corrupción, el esfuerzo por inhabilitarlo, venían rondándolo desde treinta años atrás, al salir por primera vez del poder. Esta vez parecía que no saldría ileso, que por primera vez pisaría la cárcel, pero esa sería sólo otra coyuntura, manejable para un formidable “zoom politikon” como él.
Porque en el fondo del caso Odebrecht se enjuicia el modo tradicional de la financiación política en Latinoamérica. Toda empresa o personero interesado aportaba para la campaña de un promitente candidato, quien ya en el poder tendría que retribuir los favores. El coloso brasileño trasnacionalizó esa criolla modalidad, y con su caída está arrastrando parte de la dirigencia regional. En el futuro, si eliminan la modalidad, los Estados tendrán que pagar directamente las campañas y sancionar draconianamente todo apoyo formal o informal a cualquier candidato.
Es impensable suponer que la cuantiosa coima de Odebrecht haya sido destinada sólo a las cuentas particulares de los dirigentes apristas. No, ese dinero fue el que pagó las campañas electorales, y de otra forma habría sido imposible el fenómeno aprista de 2001 y 2006, llegando a la segunda vuelta y luego triunfando después del estrepitoso derrumbe de los años ochenta. Todos lo sabían, fingían no saber, y ahora en gesto algo hipócrita, se rasgan las vestiduras por lo que era un secreto a voces. Así también con todos los grupos y candidatos peruanos, todos procesados en el juicio por la trama.
Uno ve la política y el periodismo peruanos de hoy y recuerda al de Perú y Venezuela en los años noventa. De hecho el actual presidente Martin Vizcarra quiere inaugurar una nueva era, con él como outsider y proscribiendo a la la dirigencia partidista. De un experimento así surgió Fujimori en Perú. Y de algo equivalente salió Hugo Chávez en Venezuela. Valdría la pena recordad que todos los políticos procesados son resultado de la práctica democrática, porque en Venezuela Odebrecht no ha generado ni un solo procesado.
Alan García no se habría extinguido con una sentencia por corrupción. Y tenía aún muchos años aún de plenitud para luchar por su reivindicación. Para medir la edad, sólo recordemos que Vargas Llosa, con once años más, su antiguo rival, a los ochenta, ensaya nueva pareja y nueva vida. Pero el corpulento gladiador estaba ya fatigado, o sencillamente minado interiormente por una crisis emocional que tampoco lograba ventilar, porque a los políticos les está vedado mostrar sus debilidades y sólo pueden mostrarse locuaces, convincentes y seguros, cualquiera sea su situación real.