(19 de mayo del 2025. El Venezolano).- La historia de Pepe Mujica sobrepasa la calificación de excepcional. No recuerdo otro caso semejante al suyo en América Latina: la de un político que no haya utilizado el poder político para cambiar de estatuto social y económico. Ese hecho y otros que me propongo comentar aquí, hacen de él un irrepetible, un hombre que ha dejado una huella pública que muy difícilmente podría ser replicada.
Uno: Como tanto se ha recordado en estos días, Pepe Mujica nació en una familia de campesinos, cuyos antecedentes eran europeos: por vía paterna provenían de España, en concreto, del País Vasco, mientras que, por vía materna, eran italianos provenientes de la región de Génova. Sus abuelos eran inmigrantes pobres que habían cruzado el Atlántico y habían llegado a Uruguay buscando una vida mejor. Mujica creció en un ambiente de carencias. Tenía seis años cuando su padre falleció. Entonces conoció una experiencia frecuente en nuestro continente, la de una familia sin padre, cuya madre debe afrontar sola los desafíos afectivos, educativos y económicos de la familia.
Dos: Como tantos jóvenes latinoamericanos, Mujica no culminó sus estudios de bachillerato. Trabajaba, practicaba ciclismo, resistía bajo las circunstancias de la pobreza familiar. No tardaría en acercarse a la política. En 1956 -tiene 20 años- milita en el Partido Nacional. Ahí comienzan sus avatares político-partidistas, a los que dedicaría buena parte de su vida. Era un joven izquierdista, insatisfecho y enérgico que, junto a otros, se aglutinan en torno a una nueva organización, Unión Nacional, y a un candidato presidencial derrotado, Emilio Frugoni. Frugoni era entonces una referencia por sus textos ideológicos y su reiterada participación en los debates con otros teóricos marxistas como él.
Tres: Así están las cosas para el joven Mujica -sin un campo evidente de oportunidades, cabe decir, casi sin perspectivas-, cuando en 1964 se vincula a la organización guerrillera Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Es, aunque hoy nos cueste asociar a Mujica con la desesperación, una decisión extrema. Entonces el joven de origen campesino estaba convencido de que haciendo uso de armas se impondrían al Estado para tomar el poder. Los Tupamaros fueron una organización criminal que asaltaba, secuestraba y asesinaba. Algunos de sus crímenes, como el fusilamiento en 1971 de un desafortunado campesino que por casualidad tropezó con el lugar donde los Tupamaros ocultaban armamento, evidencian la ferocidad que había crecido dentro de la organización.
Cuatro: Mujica ya había estado preso al menos en tres momentos (se había fugado en dos oportunidades), cuando, tras ser detenido en 1972, permaneció 13 años preso en brutales condiciones. Cuando se observan las imágenes del lugar donde permaneció buena parte del tiempo, nos preguntamos cómo logró mantenerse con vida. No podía ni siquiera leer, encerrado en una especie de mínima y aborrecible celda de castigo.
Cinco: Cuando se produce el decreto de amnistía en 1985, el Mujica que sale a la calle es un hombre con otro pensamiento. Con un pensamiento sustantivamente distinto, que ha concluido que la violencia armada es el peor y más infructuoso camino, y que la lucha por el poder debe hacerse en el marco de la acción legal y democrática, aunque ella sea ardua y compleja.
Seis: Pero en el hombre liberado hay también una adquisición mucho más honda y relevante: Mujica ha decidido perdonar. Romper el ciclo de la venganza. Defiende: hay que dejar la violencia atrás. No más enemigos sino adversarios políticos. Hay que buscar el entendimiento, especialmente con quienes piensan de un modo distinto. Este es, muy probablemente, el más significativo capítulo en la vida de Mujica. El más duradero, la pieza central de su posible legado personal, político y moral.
Siete: En esas condiciones, Mujica inicia su larga andadura por el hacer político democrático. Pasó por los vericuetos y vaivenes de la vida partidista, fue diputado, senador, ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, otra vez parlamentario, hasta que, convertido en una figura de enorme proyección dentro y fuera de Uruguay, logró ganar las elecciones presidenciales y convertirse en presidente de la República durante el período 2010 a 2015.
Ocho: Durante su presidencia, Mujica desarrolló una política exterior ambivalente: mientras insistía en promover valores democráticos fundamentales, se mostró amistoso, a un mismo tiempo, con Chávez y con Obama, por ejemplo. Su conducta fue excesivamente cautelosa, quizá apremiado por las presiones de la izquierda uruguaya, que constituían parte importante de su plataforma política. Sin embargo, hay que reconocer que en su discurso y en los hechos, Mujica no fue nunca ni un perseguidor ni un vengador político. Fue un gobernante de brazos tendidos a todos los uruguayos, conducta excepcional en la cultura política latinoamericana, crónicamente signada por el afán de venganza.
Nueve: Antes de presidir Uruguay, durante su gobierno y después de entregar la presidencia a su sucesor, Mujica mostró una lealtad con dos cuestiones esenciales: una relación de irrenunciable llaneza con los uruguayos. Fue siempre “uno más”. Una persona de a pie, aunque haya ostentado por cinco años la dignidad de hacer sido elegido presidente por alrededor de 54% de los electores. No solo eso: no fue un propagandista, sino un hombre que no abandonó nunca el camino de la austeridad, que era su vocación antigua y genuina. No una pose, sino una constitución moral, lo que le ha convertido en una referencia de carácter planetario, en un ejemplo casi incomparable.
Diez: Por último, quizá lo esencial en la trayectoria de Mujica, y que entiendo como el aspecto fundamental de su legado: en los cuarenta años que van desde 1985 -año en que salió de la cárcel- hasta su fallecimiento el 13 de mayo, fue invariable en la defensa activa, eficaz y ejemplar de las libertades civiles y democráticas. Mujica era un hombre de bien, impulsado por sólidos sentimientos de solidaridad hacia los demás, que los proyectó, sin titubeos, en un pensamiento de fondo humanista, de izquierda humanista si se quiere, donde nunca fue negociable la defensa de los Derechos Humanos y el ejercicio pleno de las libertades civiles.