(11 de noviembre del 2019. El Venezolano).- En el año 1956 un pelotero nativo del Zulia logró una interesante hazaña en el beisbol de las Grandes Ligas, ganó el premio novato del año en la Liga Americana. El protagonista de tal logro fue Luis Ernesto Aparicio Montiel, joven atleta con apenas 22 años de edad para ese momento. Fue un hecho pionero, de suprema importancia para el deporte en América Latina, sobre todo por las condiciones adversas que tenía que soslayar un caribeño para jugar en los Estados Unidos en ese decenio de 1950: bajo sueldo, sin familia que lo respaldase y sin el dominio del idioma inglés. El novato Aparicio, debutó en el mejor beisbol del mundo el 17 de abril de 1956, lo hizo con el uniforme de Medias Blancas de Chicago y se convirtió en el sexto venezolano que llegaba a la liga profesional de los Estados Unidos, a la tercera ciudad en importancia de esa nación, urbe con un largo historial de jazzistas y gangsters, con una afición intensa y agresiva al beisbol.
Para entonces Luis Aparicio viajaba de Maracaibo a Chicago en aviones de hélices, los originarios Douglas DC-7, eran vuelos de ocho horas con sus escalas. Llegaba desde la cálida Maracaibo a enfrentarse a una mega-ciudad, ajena, racista, fría e impaciente con los extranjeros. En la lengua de sus pobladores primigenios, los potowatomis, Chicago significa “grande y poderosa”.
Nos relataba Aparicio que cuando se sentía lesionado o sentía dolor, se vendaba, se colocaba hielo y tomaba calmantes para seguir jugando, porque en esa dura competencia, no se permitía la libertad de que subieran a otro pelotero para sustituirlo, era harto peligroso para su estabilidad como titular. Era un negocio que se tornaba cada día más agresivo y competitivo. Apenas habían pasado nueve años desde que Jackie Robinson había roto la barrera racial en el beisbol rentado y había debutado con los Dodgers de Brooklyn con su 42 en la espalda, número que se hizo mítico y sería retirado de todos los estadios por ordenanza del comisionado del beisbol mayor en su honor.
Así se mantuvo Luis con su guante en ristre por dieciocho temporadas. En ese período militó con Medias Blancas de Chicago por diez temporadas, en dos lapsos, allí suplió a su compatriota Chico Carrasquel, su ídolo. Con Orioles de Baltimore jugó cinco temporadas y logró un anillo de Campeón de la Serie Mundial de 1966. En esa ciudad fue donde se sintió más querido, con mayor confort junto a su familia. Esa fue la misma ciudad puerto que albergó al sabio Simón Rodríguez de 1797 a 1800, donde se hizo llamar Samuel Robinson.
Con Medias Rojas de Boston, el equipo legendario de Massachusetts, solo jugó tres temporadas, justo antes de su retiro el 28 de septiembre de 1973. Siempre se mantuvo en el nuevo circuito, la Liga Americana.
Luis Aparicio logró récords impresionantes: nueve guantes de oro, nueve veces fue líder estafador con 506 bases robadas de por vida, fue elegido 10 veces al Juego de las Estrellas, y nunca cambió de posición: debutó y se retiró como jugador del campocorto. Este dato fue muy importante para su exaltación e inducción la inmortalidad en 1984. En las libretas de anotación siempre apareció en la posición 6, desde el principio hasta el final de su carrera. Logró 2.583 partidos como guardián de las paradas cortas.
Este maracucho, hijo de Herminia Montiel y del respetado pelotero Luis Aparicio Ortega, llamado “el grande de Maracaibo”, nació finalizando la era gomecista, el 29 de abril de 1934, en el emblemático barrio El Empedrao de la parroquia Santa Lucía, célebre cuna de Felipe Pirela y Astolfo Romero “el parroquiano”. Su padre le dio la bienvenida a la pelota profesional, el 18 de noviembre de 1953, cuando le cedió su turno al bate en el juego de La Chinita.
Luego de jugar con solvencia en la pelota criolla, llegó a la “ciudad de los vientos” para hacer historia, se sembró en el corazón de esa fanaticada chicaguense. Fue exaltado al Salón de la Fama de Cooperstown en 1984, en el sexto intento como elegible. La noticia la conoció a través de la radio mientras manejaba su vehículo de Caracas a Barquisimeto, la ciudad crepuscular donde reside desde hace décadas.
Hasta ese momento, solo tres latinoamericanos habían logrado tener su placa en Cooperstown: Roberto Clemente de Puerto Rico, en 1973; el cubano Martín Dihigo, en 1977; y Juan Marichal de República Dominicana, en 1983. Luis Ernesto Aparicio Montiel fue el cuarto jugador exaltado a la inmortalidad. Luego ascendieron a ese templo deportivo Rod Carew de Panamá, en 1991; al puertorriqueño Orlando Cepeda en 1999, y Atanasio Tany Pérez en el 2000, el recio jonronero oriundo de Ciego del Ávila, Cuba. Finalmente, José Méndez y Cristóbal Torriente en 2006, a través del comité especial.
El pelotero venezolano que puede ser el próximo ingreso al templo de los inmortales Cooperstown es Omar Vizquel. El campocorto caraqueño debe esperar hasta el 2017 para ser elegible. Suponemos que logre los votos, aunque el periodista deportivo Juan Vené ha vaticinado que no ingresará. Mientras tanto, él se mantiene ligado al beisbol en condición de técnico, brinda entrevistas, realiza charlas y rondas de autógrafos. En sus horas de descanso se dedica a pintar, ejerce su nueva pasión: la plástica.
Otro compatriota grandeliga que pudiera ingresar a futuro en el Salón de la Fama es Miguel Cabrera, con números impresionantes, superando a grandes bateadores con tan solo 30 años de edad. Cabrera representa ese anhelo de nuestra afición beisbolera. El Doctor J.J. Villasmil, profesor de la Universidad del Zulia, actual director de IECLUZ, nos comentó un dato estadístico importante, harto elocuente: “Sólo el 3% de los peloteros que llegan a las grandes ligas, logran ser exaltados al salón de los inmortales”. Eso deja en claro lo exclusivo de ese club de talentos deportivos superiores.
Vimos con perplejidad la escena que vivió nuestro compatriota Andrés Galarraga en su primer intento para ser electo al Salón de la Fama, quedó fuera de competición por baja votación, obtuvo menos del 5% de los votos. Ojalá logre entrar por el comité de veteranos “El rey” David Concepción en esta segunda oportunidad, luego de no conseguirlo con los votos de los cronistas deportivos acreditados por la MLB. Quizá el trato hostil del maracayero con la prensa en sus años de pelotero activo con Rojos de Cincinnati y su baja figuración mediática, lo perjudicaron irremediablemente, negándole el honor de su inducción.
Por tanto, el logro de Luis Aparicio Montiel, como el único venezolano que tiene su placa en Cooperstown, Nueva York, se agiganta con el tiempo. Sobre todo, ahora que conocemos la bochornosa lista de grandes estrellas de la pelota que consumieron esteroides, mácula por la que estarán vetados de por vida para optar a ese lauro. Casos emblemáticos: Barry Bonds, Alex Rodríguez y Mark McGwire.
Luis Aparicio Montiel, el eterno número 11, es un símbolo del beisbol mundial, pero también es un ícono de la zulianidad, entendida como un imaginario colectivo, conjunto de costumbres, quehaceres artísticos y tradiciones propias de los pobladores de esta tierra de occidente, tan particular. Cada 11 de noviembre celebramos en Maracaibo “El día de Luis Aparicio”, por decreto aprobado en la cámara municipal.
Luego de vivir tragedias familiares, rupturas dolorosas, Luis sigue su camino erguido, lleno de triunfos al lado de su esposa, sus hijos, varios nietos y bisnietos. Su agente de contratos es Luis Nelson, su hijo, con él comparte la rutina de eventos, entrevistas y giras. En el año 2014, estaremos celebrando los 80 años de vida de Luis, 58 años de su premio como novato del año y 30 de su exaltación al salón de los inmortales, donde, en su honor, sonó el himno nacional de Venezuela el 12 de agosto de 1984.
Luis Aparicio Montiel, a quien sus compañeros de club house llamaron “el soldadito” por su férrea disciplina, es la inspiración más sustancial con la que cuentan los peloteros novatos de nuestro país. Es el ejemplo para todos los que quieren seguir adelante en su lucha por conquistar la gloria.