(15 de noviembre del 2021. El Venezolano).- Quizás por un arrebato de morbo ideológico, me dirigí a la XVII Feria Internacional del Libro en Venezuela (Filven) en los precintos del Palacio Federal Legislativo.
El Centro de Caracas vive ahora sacudones epilépticos: mientras bellísimas edificaciones art deco –como la antigua sede de El Universal o los relieves opacados de doncellas del Teatro Continental dan entrada a una tienda chimba de pantaletas y licras– se desvanecen ante la desidia, la Plaza Bolívar ha sido decorada con bellísimos arcos de flores de navidad dignos de festividad anglosajona. El antiguo Cine Rialto de 1917, hoy Cine Simón Bolívar, ha sufrido quizás una de las peores restauraciones históricas pensables: en 2013, la Alcaldía de Libertador lo cubrió con mármol vinotinto y vidrios contemporáneos hasta que se asemejara a un hotel de tres estrellas en un aeropuerto europeo.
Frente a la Casa Natal, quizás para el consumo de los nuevos turistas del este, una serie de tiendas minimalistas han surgido por obra y gracia de la gentrificación: preservando antiguas paredes y pisos coloniales, unas tiendas de chocolate, un café Paramo y una tienda de souvenirs estilosos rompen con la mugre de los edificios art deco o el horror de aquel Monumento al 19 de Abril o falo rojo-negro. Por su parte, el esplendor de la vista lejana del Palacio Federal – de la propaganda espectacular – se deshace cuando uno se aproxima: hay fachadas mal pintadas y todo parece desconcharse.
Cuando procedo a entrar al Palacio, unos funcionarios en la entrada me solicitan mi prueba de vacunación contra el covid-19. Aparentemente es el supuesto ‘semáforo’ que anunció Maduro. Me pregunto cómo han entrado la mayoría de los asistentes a la feria en un país donde la vacunación sigue siendo cosa de élites.
Les explico que me vacuné en el exterior. Me piden mi cédula y la ponen en un sistema. Les explico que no va a aparecer porque mi vacunación no fue hecha en el sistema venezolano, pero insisten. No aparece, por supuesto. Les muestro la prueba de mi vacunación, una foto de mi carné del CDC norteamericano, y finalmente aceptan que pase.
Sería deshonesto describirlos como abusivos o groseros, al contrario: fueron funcionarios particularmente gentiles. Pero no deja de extrañar esa manía estatal venezolana de jugar al Primer Mundo con los mandatos de Biden y el pass sanitaire de Macron.
Aparece el Filven, entre las escaleras y los altísimos chaguaramos del Palacio. Hay pantallas y pliegues de eslogans y símbolos de libros en colores ácidos: tonos de azules, fucsia, rojo, amarillo, verde limón, morado, anaranjado. Si la Feria no datase del 2005, con el mismo logo en colores chillones, pensaría que es parte de aquellas nuevas vestimentas del chavismo multicolor: como Georgette Topalian y Rafael Lacava, o el aeropuerto de Maiquetía, todos desprovistos del rojo monocromático o los ojitos de Chávez. Aunque los ojitos –tan pop art, y en los mismos colores chillones del Filven– no aparecen este año como en ferias anteriores. Lo más marxista en el diseño es la estrella amarilla contra fondo rojo de la bandera de Vietnam, país invitado.
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