(10 de septiembre del 2020. El Venezolano).- “Cada uno de nosotros debe saber cuándo manifestar la indulgencia y cuando el rigor, porque sobre este equilibrio está basado la vida en sociedad.” Omraam Aivanhov
Recobremos la serenidad. Parece ser que el intento de remover las fibras adormecidas del venezolano despertó la rabia contenida contra todo y contra todos, pero no está siendo bien canalizada, ni siquiera bien orientada, por lo que corremos el riesgo de caer nuevamente en el mismo estado que algunos expertos han llamado “el quietismo irónico”, situación en la cual por no estar de acuerdo con lo que ocurre, nos oponemos a todo, pero no hacemos nada positivo que nos impulse a cambiar lo que no nos gusta. Quizás los dirigentes políticos han confiado demasiado en los efectos de la “paciencia estratégica” diseñada por otros, a pesar de que el mal se extrema, inquieta y desespera a quienes sufrimos este dramático episodio de nuestras vidas.
El peligro está en que Venezuela se encuentre en este mal momento como los ríos profundos, serenos en la superficie, pero caudalosos por debajo de ella. Ese torrente de amargura puede salirse de su cauce de modo impredecible y cuando menos se piense, destruyendolo todo a su paso, lo que socialmente se constituirá en un caos. Por esa poderosa razón es que estamos urgidos de un liderazgo que manifieste con claridad un equilibrio entre la razón y la emoción, porque la razón si gobierna sola, dice Gibrán, es una fuerza que limita y la pasión sin guía es una llama que arde hasta su propia destrucción. Un liderazgo medianamente inteligente capta en el lenguaje y en las acciones las características y condiciones humanas de sus interlocutores y no se deja seducir por vana retórica y estimulantes ofrecimientos.
Vanidad de vanidades, todo es vanidad, dice el Eclesiastés. He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo es vanidad y atrapar vientos. Lo torcido no puede enderezarse, lo que falta no se puede contar, continúa. Todo eso lo hemos podido observar en estos largos días de obligado recogimiento como consecuencia de la pandemia y los desastrosos efectos “revolucionarios bolivarianos”, cuya dirigencia y los arrebañados en torno al poder, han intentado, con sórdidos comportamientos, doblegar la dignidad de los venezolanos. Sacudamos la vanidad y juntemos nuestros espíritus en torno al logro del ideal común.
No debemos ser agentes transmisores del odio que es atizado por la diablocracia al insuflarlo entre los que los siguen en contra de los que no lo hacen. Con ello intentan desgarrar profundamente el alma de los venezolanos. El odio es tan estéril como infecundo, nos conduce a la pérdida de valores sin crear nada positivo a cambio.
No andamos en búsqueda de un liderazgo que reencarne a Alejandro Magno quien consideró que la tierra era demasiado pequeña para su alma porque él aspiraba a lo infinito, a lo inmenso, a lo ilimitado, andamos en búsqueda de la unidad extraviada entre los venezolanos, más terrenal, más factible, más posible, que nos permita juntos ver el resplandor de la libertad, con humildad, en democracia, con equilibrio y en paz.