“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.
Simón Bolívar
Ellos sí son verdaderos héroes de la patria que antes de salir el sol ya andan arreando el ganado de ordeño, prendiendo tractores para sembrar la tierra o llevando a distintas ciudades del país los productos agropecuarios para alimentar a toda una nación día a día. Nada fácil la tienen los hombres y mujeres que deben confrontar a un Estado que no termina de entender ni de atender al grande, mediano o pequeño ganadero, agricultor o al campesino al negárseles las herramientas mínimas para hacer lo que saben que es poner a producir las fértiles tierras venezolanas únicas en el mundo. Por eso la pregunta es ¿Dónde está o quedó la independencia alimentaria?
En relación con la producción alimentaria la Revolución del Siglo XXI comenzó con mal pie su transitar de promesas no cumplidas, —mentiras del tamaño de una catedral—, cuando 23 años después, la zafra en campos y tierras de cualquier estado del país no ha sido de cosechas que permitan llenar las despensas y neveras de los hogares venezolanos. Una evidencia del fracaso de la cacareada “independencia alimentaria” de la Revolución Bonita, lo constituye el programa social de las cajas Clap, donde —cuando los beneficiarios recibían casi una veintena de productos— antes, como ahora, exhiben productos de otros países y muy pocos, por no decir ninguno, sembrado y cosechado en nuestras tierras. Después de institucionalizar la práctica de expropiaciones, confiscaciones, ocupaciones e invasiones de miles de hectáreas en plena producción de rubros agrícolas o pecuarios, el balance es entristecedor al ver hoy muchos de esos predios abandonados, porque lo que producen no es comida, sino lástima, donde abunda monte y cadillo, cuando contrariamente el esfuerzo de mujeres y hombres le permitía en otros tiempos al país abastecerse en un ciento por ciento con distintos rubros. El excedente permitía exportar, entre otros productos, azúcar, arroz, granos, oleaginosas y especies alimenticias que hoy están ausentes de la mesa del venezolano.
Quién no recuerda a Agroisleña, aliada de los productores en abastecerlos de maquinaria, semillas, fertilizantes, medicina veterinaria, asistencia técnica y otros servicios de mucha ayuda en la producción agroalimentaria nacional. Su realidad e historia es que la mano del Estado revolucionario la tocó y la sentenció a una muerte lenta y segura.
Algo así como lo que pisaba el caballo de Atila, le pasó a Agroisleña, convertida en Agropatria en 2010, cuando la miopía oficial no avisoraba a otra empresa en camino de destrucción. No olvido hace algunos años cuando un campesino de los Andes, —entrevistado por una colega de Globovisión—, definió muy bien en un tono jocoso el nuevo nombre de esa empresa de la que dijo la llamarían en adelante Agronada por la escasez de productos y servicios que ofrecía al poco tiempo de la absurda medida de expropiarla. Su destino en manos del gobierno tocó fondo cuando la vendieron en 2020 al grupo Agrollano.
El abogado Jesús Alberto Jiménez Peraza, especialista en Derecho Agrario, autor de libros en esa materia y conferenciante, ha advertido que “tres millones de hectáreas que se hallaban en plena producción fueron intervenidas por el Estado venezolano y de esta forma se produjo la ocupación de más de 600 fincas y de 10 centrales azucareros, ninguno de los cuales estuvo operativo por falta de mantenimiento, equipos y mala administración”. Asegura que desde 1956, cuando fue realizada la encuesta agrícola para sentar las bases de la Ley de Reforma Agraria, “Venezuela ha tenido la misma superficie de tierras dedicadas a la agricultura de 30 millones de hectáreas”.
Jiménez Peraza considera que el Estado debe darle prioridad a los productores del campo, porque “éstos se dedican con su trabajo a obtener provecho de la tierra. Sin embargo, en el curso de los últimos tres años, a raíz de la baja producción de derivados del petróleo, no cuentan con gasolina, ni gasoil, que son indispensables para el funcionamiento de los equipos agrícolas y la movilización de los productos que deben ser llevados a los centros de consumo. Los precios de granos, tubérculos, legumbres y de otros rubros, por tanto, suben de precio cada vez más. Y lo más lamentable es que no existe una política agrícola y pecuaria, sino simples anuncios que no se concretan”.
Qué decir de los comerciantes de Mérida, Trujillo o Táchira, por mencionar estados de excelencia en producción de hortalizas y legumbres, que madrugan, salen a las capitales venezolanas a llevar sus cargas y en el camino son víctimas de matraqueo o extorsión en alcabalas donde les piden “pa’ los frescos” o “unas verduritas” que es una practica convertida en “normal”, es decir, que si no los agarra el chingo los agarra el sin nariz. Sin olvidar que también deben estar “moscas” para prevenir y evitar a piratas de carretera o al hampa organizada.
Lo cierto es que el “sector agrícola venezolano sólo tuvo una leve recuperación en el área del maíz durante el 2021, mientras el resto de los rubros no registraron ningún crecimiento”. Celso Fantinel, presidente de la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios de Venezuela, Fedeagro, así lo ha advertido.
En lenguaje coloquial este conocedor del campo venezolano —teniendo los pelos en la mano— asegura que el resto de los rubros no registró crecimiento en el 2021. “Así lo reflejan todos los informes de los productores afiliados a la organización”.
Fantinel destaca que el sector debe pedir materiales e insumos con un año de anticipación y sin ayuda financiera de créditos, “porque apenas hace pocos días es cuando se han adoptado algunas decisiones, que pudieran contribuir a reactivar el crédito, aun no en los volúmenes que requiere la economía, ya que el ajuste del encaje bancario a 73 por ciento, aún es muy elevado y no genera la cantidad de recursos necesario para que la banca retorne a cumplir con su función de intermediación financiera”.