(28 de julio del 2021. El Venezolano).- En mi entrega de la semana pasada hice una breve reflexión sobre la situación de fraccionamiento, propio e inducido, que vive la oposición venezolana. Ese proceso nos conduce a una acefalia en la conducción política y esta solo genera anarquía y derrota para nuestra sociedad democrática.
La creciente desinstitucionalización sufrida nos ha traído hasta este punto. Sin lugar a dudas, los afanes protagónicos y las agendas personales y grupales han sido causas determinantes de este cuadro de anomia que percibimos en la sociedad.
Quienes hacemos política debemos asumir con honestidad la realidad. Admitir que el malestar de la sociedad está justificado. Más allá de admitir que la dictadura usa todos los mecanismos y formas para corromper, hostigar y dividir a la oposición, es también menester aceptar que nuestras miserias y debilidades potencian la labor maléfica de la barbarie roja.
En enero de este año propuse en esta columna, y lo presenté ante diversos actores políticos, la tesis de un proceso de legitimación ciudadana de una plataforma y de un liderazgo que represente de una mejor forma a la ciudadanía esperanzada en el fin del socialismo del siglo XXI.
Mis ideas no tuvieron acogida. Ni en partidos, ni en ONG, ni en la mayoría de los actores politicos. Estos parecen alérgicos a someterse, limpiamente, a la legitimación de su cualidad ante los ciudadanos. Prefieren crear entelequias, antes que ser parte de una corriente democrática de largo aliento, donde el ciudadano tenga la oportunidad de definir, con su voto, el destino de nuestra sociedad.
Un perverso juego de cúpulas ilegítimas se disputan la representación de una sociedad que no ha legitimado su actuación, ni su nominación.
Un liderazgo que anuncia trabajar por el rescate de la democracia debe, en primera instancia, enseñar con el ejemplo. Si yo quiero democracia para mi país, debo mostrar en mi casa, con mis actuaciones que practico la vida democrática. Es decir que respeto la diversidad humana en la que estoy inmerso, que respeto la pluralidad de opiniones existentes en su seno, y que debo ordenar mi actuación y la de mi agrupación política por reglas objetivas preestablecidas, y no solo por el particular cálculo del interés que pueda tener en un momento dado, por muy legítimo que sea el mismo.
Lo cierto es que ese cuadro de fragmentación nos ha conducido a la acefalia. No hay una dirección colectiva capaz de marcar la agenda. Tampoco hay un liderazgo receptor de la confianza mayoritaria de los ciudadanos. Hay quienes aún le apuestan al mesianismo. A la búsqueda de un salvador. De un nuevo caudillo que ponga el orden. A un nuevo Chávez a la inversa.
Soy de los venezolanos que apuesta por la reinstitucionalización. Por la legitimación de un liderazgo colectivo, consciente de la responsabilidad histórica de trabajar en equipo el rescate democrático de la nación.
Cómo el tiempo avanza, y la dictadura, sin inmutarse por la tragedia humanitaria, solo trabaja para perpetuarse en el poder ganando tiempo a partir de nuestras debilidades. Estamos en la obligación de cerrar filas para conseguir la unidad de la sociedad.
Si lograr una institucionalidad conductora resulta difícil, por el momento que vivimos, debido a los tiempos y a los intereses subalternos; impulsar cada uno el carruaje del cambio se impone entonces en su lugar.
Ese carruaje no es otro que el referéndum revocatorio. Como derecho consagrado en la Constitución debemos exigirlo con fuerza y decisión. Cada uno desde su especificidad, desde su trinchera, desde su legítimo o superficial interés.
El referéndum tiene la ventaja que no significa respaldar a un partido. Tampoco a un actor político en particular. Es una herramienta que busca derrumbar políticamente a la dictadura. A su implementación deben, entonces, contribuir todos los que honestamente aspiran a su final.
Detenerse en superficialidades, como que no hay ley desarrollando el derecho. O en leguyerias superficiales, según la cual el RR solo se aplica a gobernantes legalmente elegidos, o que su tramitación legitima a un régimen, solo pone en evidencia una falta de estudio técnico del asunto, o una forma disimulada de permitirle a Maduro llegar inerme a 2024.
Es hora entonces de recurrir a esa ciudadanía. Es hora de que cada venezolano asuma su rol y contribuya con su presencia y su determinación a rescatar la vigencia del Estado de Derecho, derrotando la soberbia típica de todos los autoritarismos: su pretensión de eternizarse en el poder. De ahí nuestra convocatoria a la unidad sincera.