(08 de mayo del 2025. El Venezolano).- La lealtad, la fidelidad y el honor son valores prácticamente extintos en los tiempos que corren. Defender durante más de una década, con profesionalismo implacable, los intereses de un empresario con poder en los sectores petrolero, agropecuario y automotriz —entre otros— ha implicado ganarse casi treinta enemigos de peso. No es una cifra menor si consideramos que cada acción fue ejecutada con precisión quirúrgica y consecuencias económicamente inestimables.
Nota de Reporte de la Economía
Pero lo más grave no es el desgaste profesional. Es haber puesto en riesgo la seguridad física y jurídica de mi familia, mi salud mental y física, y haber soportado amenazas, descrédito, escarnio público y campañas de desprestigio. Todo esto por una causa ajena, creyendo en una relación basada en principios sólidos. Lo mínimo que se esperaría, en este contexto, es reciprocidad. Pero no.
Hoy, al revisar uno por uno los casos en los que nuestros adversarios fueron llevados a la quiebra, a prisión y al descrédito legal y financiero, me encuentro con una situación insólita: mi cliente no solo ha perdonado a muchos de ellos, sino que ahora es su socio… e incluso su amigo íntimo.
¿Quién, en su sano juicio, traiciona de ese modo a quienes han sido incondicionales, incluso al precio de su propia vida y la de sus seres queridos? Solo alguien con una seria afección cognitiva, incapaz de medir las consecuencias de sus actos. No solo se pone en peligro su estabilidad y su éxito, sino que arrastra a su propia familia al borde de un colapso ético y emocional.
El mundo de los negocios es despiadado, sí. Pero a esos niveles donde el juego es entre millonarios con poder y conexiones insospechadas, la traición no es solo una falta de ética: es un suicidio en cámara lenta.
Estamos considerando muy seriamente hacer pública esta historia, con nombres, fechas, pruebas y consecuencias. Mañana daremos a conocer la lista selecta de implicados y el verdadero alcance de una saga de batallas libradas en silencio durante años.
Porque se puede ser cojo o renco…
Pero nunca estúpido.

