(19 de agosto del 2024. El Venezolano).- En el turbulento panorama venezolano, Mibelis Acevedo ha logrado capturar con una claridad metáforica notable el estado de nuestra nación al describirlo como «un alumbramiento largo, trabajoso, de alto riesgo». La metáfora del parto largo y arduo es una representación incisiva de la experiencia colectiva de Venezuela, un país tiranizado en un ciclo interminable de promesas incumplidas, esperanzas frustradas y barbarie represiva. Esta imagen no solo ilustra la crudeza de nuestra realidad, sino que nos sitúa en el corazón mismo del drama histórico que vivimos. No hay espacio para sutilezas ni para las ilusiones cómodas aquí: el parto es arduo, lleno de peligros, y sobre todo, encarna un proceso de cambio que se desarrolla con lentitud y bajo la amenaza constante de complicaciones, pero que avanza, inexorablemente, hacía un desenlace.
Por José Luis Farías
El Interregno Venezolano
Lo que Acevedo nos presenta es una visión del momento actual de la nación, que conceptualiza como «el interregno venezolano», este periodo de tiempo en el que priva la falta de estabilidad política y social, con la soberanía popular burlada con represión sobre el pueblo, con instituciones que no funcionan de manera efectiva por estar puestas al servicio de una ambición de perpetuidad, pero que a pesar de la desesperanza predominante, contiene un matiz de optimismo. Es un optimismo calculado, uno que surge no de la ignorancia de la gravedad del momento, sino del reconocimiento de que, pese a todo, el cambio es inevitable. Ese optimismo que refiere Peter Berger sobre la forma en que las personas y las sociedades adoptan una actitud optimista, pero de manera consciente y medida, para manejar los desafíos y las incertidumbres de la vida qué puede influir en la dinámica social y en la capacidad de las sociedades para adaptarse y cambiar. En el fondo, su metáfora del parto tiene un efecto casi terapéutico, pues propone que, a pesar del sufrimiento, existe la posibilidad de un nuevo nacimiento.
Esta perspectiva se alinea con la célebre observación de Antonio Gramsci: «lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer». Gramsci, desde su propia perspectiva histórica, entendía que los períodos de crisis son espacios de transición, en los que el viejo orden se desintegra mientras que lo nuevo aún no encuentra su forma. En estos momentos, “se verifican los fenómenos morbosos más variados”, y la nación, como un paciente en el quirófano de la historia, sufre en un interregno donde el nuevo soberano es aún desconocido, eclipsado por la brutalidad del poder.
Lo que Acevedo y Gramsci nos sugieren, en última instancia, es que este período de incertidumbre no es una condena al estancamiento, sino una invitación a la acción. La metáfora del parto no solo describe el sufrimiento, sino también la posibilidad de un renacimiento. La frase de Acevedo, al igual que la de Gramsci, nos llama a no cruzarnos de brazos, sino a abrazar la esperanza activa, a enfrentarnos a los demonios del poder con la certeza de que, aunque el camino sea riesgoso, el llanto de la democracia por venir será el signo de un futuro en gestación.
Este enfoque, lejos de resignarse al pesimismo, busca movilizar una esperanza que es, a la vez, paciente y decidida. Nos recuerda que en cada momento de crisis, aunque el proceso sea doloroso y complicado, existe la posibilidad de una nueva era, siempre y cuando estemos dispuestos a transitar el camino con coraje y determinación.
La Crisis como Espacio de Cambio
El esfuerzo lírico calza como una constante aplicable a cada una de las transiciones históricas fundamentales en Venezuela, una presencia omnipresente que refleja el dolor y el ímpetu de nuestras épocas convulsas. La independencia, un parto violento, dejó cicatrices indelebles, igual que los años tormentosos de la formación de la República, que, aunque culminaron en la paz de 1903, nos dejaron una herida de casi cien años de conflicto. A pesar de ese sufrimiento persistente, la marcha del civilismo ha dado fortaleza a la democracia, un proceso que sigue siendo arduo y peligroso, sin importar si consideramos como referencia o punto de partida los años 1810-1811, 1936-1937, 1945-1947, 1957-1958, cada uno con sus propias heridas y con sus indiscutibles avances.
Lo esencial es reconocer lo constante, que el ímpetu venezolano por alcanzar la paz y la libertad en una democracia con sus altibajos nunca ha cesado, manteniendo siempre viva la llama de la esperanza. El desvelo poético, con sus metáforas abrasantes, se adentra en la historia para reafirmar, sin demagogia, los valores democráticos como un pacto de espíritu hegeliano, concebido por Hegel como una fuerza dinámica que se manifiesta a través de la historia, la cultura y las relaciones sociales, no solo como un contrato formal, sino como una manifestación de la voluntad colectiva y el desarrollo del espíritu.
Así, los acuerdos reflejan una evolución en la conciencia y las relaciones entre individuos o grupos, contribuyendo al progreso de la libertad y la realización del espíritu en la sociedad. No es simplemente una cuestión práctica o legal, sino una expresión de la evolución filosófica y ética en las interacciones humanas. En última instancia, lo estético y lo ético se entrelazan, resistiendo las fuerzas tiránicas que intentan frenar la voluntad libertaria encapsulada en ese espíritu.
En este presente 2024, el 28 de julio revela un brutal zarpazo de la barbarie contra la voluntad general, intentando perpetuar una eternidad de estancamiento. Se busca ocultar el ocaso de un régimen totalitario disfrazado de socialismo, cerrando así el paso a la promesa de una verdadera democracia. Al confirmar atrocidades, parece como si el tiempo y la memoria se congregaran para exhibir un espectro perturbador y enigmático, destinado a instaurar una tiranía que se enorgullece de haber detenido a 2.500 ciudadanos, en su mayoría jóvenes. Para ellos, el destino es una suerte de campos de concentración en Yare, Tocorón y Tocuyito, viejos penales que en su momento albergaron a reclusos de alta peligrosidad.
No falta quien atribuye la tragedia actual a un supuesto error de la oposición por haber elegido como candidato a un «títere» en lugar de un candidato con la «aquiescencia» del régimen, a quien, con seguridad, «se le habría entregado el gobierno» sin mayores traumas. Y, por supuesto, también están quienes sostienen que la inocencia del pueblo no solo fue sacrificada en la presunta selección equivocada, sino en el altar de la ruta electoral misma, proclamando que «dictadura no sale con votos».
El 28 de Julio: La Determinación Popular
Esas posturas sirven, de manera inquietante, para cimentar el terreno del régimen al ignorar que el 28 de julio los venezolanos ofrecimos una lección de determinación palpable, un compromiso firme de desmantelar el régimen autoritario que nos oprime. Con un sufragio contundente, elegimos desafiar el régimen que ha reemplazado al sistema democrático.
La avalancha de votos, como un torrente de voluntad de cambio, se desató inesperadamente ante la mirada estupefacta del gobierno, que reaccionó enviando a Elvis Amoroso, presidente del CNE, para presentar unos resultados que chocaban frontalmente con las expectativas construidas a partir de los datos visibles en las mesas electorales y las imágenes de las actas que circulaban frenéticamente por las redes sociales. La madrugada del 29 de julio, la declaración de Amoroso desencadenó una conmoción que desbordó las fronteras del asombro colectivo. Nadie, en su sano juicio, podía aceptar tal falacia como verdad. La ola de indignación, que se levantó principalmente desde los sectores populares, otrora bastiones inquebrantables del gobierno, recorrió con furia el país aquel lunes y captó la atención internacional.
Ese episodio vergonzoso, que asoló la nación respirando corrupción y mal gobierno con el objetivo de perpetuarse, recuerda la frase del leal centinela Marcelo al príncipe Hamlet: “algo huele mal en Dinamarca”, justo antes de la aparición del espectro de su padre, el rey de Dinamarca, quien se manifiesta para comunicar a su hijo que ha sido asesinado vilmente por su propio hermano Claudio, con el fin de usurpar el trono y casarse con la reciente viuda, sumiendo al joven en un luto amargo al descubrir que su madre se ha entregado al “lecho incestuoso”.
En la tensión entre la esperanza y la opresión, la voluntad del pueblo se enfrenta a la dureza del poder. La lucha por el cambio se manifiesta en cada rincón de nuestra sociedad, y el costo de nuestra resistencia es el costo de la libertad misma.
El momento es complicado y lleno de incertidumbre, una de esas instancias en las que la realidad nos desafía a encontrar sentido en medio del caos y la ambigüedad. Es una encrucijada en la que el destino parece jugar sus cartas más caprichosas y despiadadas. Debemos aplicar la disciplina rigurosa de un artesano y la resiliencia implacable de un guerrero como herramientas fundamentales en la tarea de fomentar una alternativa que fortalezca y enriquezca nuestra democracia. No es sencillo. Ha sido un camino lleno de dolor, uno de esos que dejan marcas profundas y cicatrices invisibles.
¿Qué hacer?
La respuesta, en realidad, es más sencilla de lo que a menudo se cree: debemos defender la Constitución Nacional y el Estado de derecho. Lo complicado, tal vez, es encontrar la manera de hacerlo. Pero no es un desafío insuperable si lo enfrentamos con coraje, firmeza y una dosis considerable de imaginación. La esencia del problema no radica en la respuesta, sino en la creatividad y la determinación con las que se enfrenta.
En un panorama donde la opresión se despliega bajo un gobierno que no ostenta ni un ápice de legitimidad, el país se encuentra al borde de un abismo de inestabilidad y regresión institucional a niveles impensables. La democracia se ve amenazada por una erosión sistemática, que promete llevar a la nación a una crisis aún más profunda. La pregunta que surge no es meramente retórica; es una cuestión que exige reflexión y un vigoroso debate de ideas para sostener y acentuar la presión en el plano del civismo.
El escenario actual demanda una reacción contundente, un esfuerzo decidido para fortalecer el asedio democrático contra los abusos tiránicos. En este contexto, es imperativo construir alternativas que no solo desafíen el régimen opresor en las instancias internacionales que hoy lo mantienen cercado, con serias diferencias internas y sin ninguna base social, sino que también ofrezcan iniciativas y respuestas políticas internas adecuadas y acciones consistentes, incluso en medio de instituciones gravemente deterioradas, podridas moralmente y sometidas al poder despótico. Hay que insistir sobre ellas para exigirles cumplimiento de sus funciones constitucionales, la Constitución Nacional y la defensa del Estado de derecho es nuestro mejor refugio e instrumento de lucha.
Las respuestas en el ámbito de la calle deben caracterizarse por una calidad organizativa en exigencia de respeto al Estado de derecho, con pertinencia y claridad en los mensajes y las consignas que permitan una movilización efectiva y sostenible. La creatividad y audacia se vuelven esenciales para mantener la presión, pero deben equilibrarse con un alto grado de civilidad. La lucha por el cambio debe ser un esfuerzo prudente que preserve la paz, evitando que el clamor por justicia se convierta en caos, y valorar las propuestas que apunten a soluciones hacia la democracia.
En última instancia, la preservación de la paz y la efectividad del cambio dependen de nuestra capacidad para movilizarnos de manera estratégica y organizada, sin sacrificar los principios que definen nuestra lucha por la democracia. El tiempo para la reflexión y la acción es ahora: impulsémoos el asedio democrático al régimen. No podrán ocultar una mentira tan monstruosa que desconoce la voluntad popular, la verdad de lo sucedido la conocen: el mundo entero, los noventa mil testigos electorales del PSUV, las decenas de miles de efectivos militares y policiales que custodiaron los centros electorales y también, sin duda alguna, los miles de oficiales de mediana y alta graduación involucrados en el Plan República. Más temprano que tarde, el sol saldrá para todos.