(19 de abril del 21019. El Venezolano).-Si una tarea pendiente y urgente tenemos las feministas venezolanas es la de mostrar con argumentos más claros de los que hemos usado hasta ahora, que en este nuestro querido país estamos lejos de haber alcanzado igualdad real de oportunidades entre mujeres y hombres. El patriarcado y el machismo campean a sus anchas como buen país caribeño.
Para entenderlo mejor miremos lo que dice la Real Academia sobre el Patriarcado: “Organización social primitiva en que la autoridad es ejercida por un varón jefe de cada familia, extendiéndose este poder a los parientes aun lejanos de un mismo linaje”. Es un sistema político, económico, religioso y social basado en el privilegio de ser hombre. En otras palabras, una cultura en la que los varones dominan a las mujeres.
Y machismo que es: “actitud o manera de pensar de quien sostiene que el hombre es por naturaleza superior a la mujer”. El asunto es que las actitudes muchas veces inconscientes, fijan pautas de conducta para un grupo social y se justifican en nombre la cultura y las tradiciones. Ese es el problema con el que nos tropezamos las feministas, romper ese conjunto de creencias sobre las cuales se cimienta todo el tinglado como lo conocemos hoy. A esto se le llama Feminismo Radical, porque va a la raíz del asunto mismo.
En Venezuela, no existe matriarcado (del latín mater y del griego gobernar) como muchos sostienen, porque no vivimos en una sociedad donde las mujeres tengamos un rol central en el liderazgo político, ni control sobre de la propiedad. Solo la custodia de los hijos, lo cual en sí mismo se convierte muchas veces en barreras para movernos a nuestras anchas. A muchas familias no les ha quedado más remedio que ser matricentristas, porque el padre está ausente, pero no porque ello sea expresión de ejercicio de poder real.
Por más chistes que se hagan sobre la idea de que “en mi caso la mujer es la que manda”, el poder de las mujeres no sale de las cuatro paredes de su casa, si es que tiene la suerte de tener el título de propiedad, pero siempre en el ámbito de lo privado. En lo público, en la toma de decisiones políticas, en la conducción de empresas o partidos políticos o gobiernos, no estamos.
Que hay más o menos machismo que en otros países de la región latinoamericana habrá que verlo y medirlo. Pero ese juicio a priori no desdice de las prácticas y costumbres arraigadas que subyacen a la creencia de que las mujeres somos ciudadanas de segunda y que el poder político y económico pertenece a los hombres.
Ejemplos de esto tenemos y de sobra
Vivimos en un país donde campea el acoso callejero entre las muchas expresiones de violencia de género, que comienzan en la descalificación por pensar como mujer (mujer tenía que ser) y termina en golpes físicos y feminicidios. La que es violada y se atreve a poner una denuncia es doblemente victimizada, porque se le atribuye la culpa a su forma de vestir o actuar o ser. Un país donde no existen mecanismos efectivos de protección para las víctimas dejándolas a su suerte bajo la idea de que aprenda a defenderse mejor para la próxima. #JusticiaParaAngelaAguirre
Un país donde se inventan y celebran chistes sexistas y misóginos; donde se discrimina a las mujeres por no parecer una Miss Venezuela, y a las misses se les pone en duda su capacidad intelectual. “El país de las mujeres bellas” resume la frase para pasar bajo perfil la idea de la cosificación y el uso de la mujer como objeto sexual. Si eres fea, y además gorda, o negra, o tienes una discapacidad, o eres lesbiana o cualquier atributo no definido por el machismo como positivo, entonces sufres una o dos o tres o más discriminaciones juntas. Interseccionalidad de género se le llama a esto.
División sexual del trabajo
Un país donde según data de Fedecámaras y el Instituto Nacional de Estadísticas 2015, que es hasta cuando se dispone de información, 98% de los empleadores y dueños de empresas son hombres, y ni el 1% de ellos admite dedicarse a labores del hogar, o como la encuesta INE establece “actividades propias de su sexo” (mujer, claro está), sin remuneración ni prestación social alguna, lo que compromete la jubilación de muchas mujeres. Feminización de la pobreza, se llama a esto.
Empresas donde se reservan las posiciones más apetecibles en beneficios y poder para hombres, basados en un montón de estereotipos de género que descansan en la lógica binaria de la división sexual del trabajo, destinando a las mujeres a cuidar la casa y los hijos y a los hombres la tarea de ganar dinero y sostener el hogar. Cualquier inversión de estos roles es castigada socialmente. Mujeres que tienen que salir a trabajar en la calle porque están al frente de hogares monomarentales, cargan con doble o triple jornada laboral que les medio ayuda a sobrevivir. Precariedad del empleo, se llama esta parte.
Varones y hembras
En este país, mi país, tu país, se educa a los niños llamándolos a ellos varón y a ellas hembra (distinción social vs biológica animal). Se les enseña desde chiquitos el azul y el rosa de sus vocaciones futuras estimulando en ellas la sumisión, la complacencia, la cooperación ciega y sin protesta (llamando a todo esto amor y femineidad) y en ellos, la competencia, el arrojo, la ambición, el poder (les llaman masculinidad), zanjando así una clara línea que lleva a unas a ser sostén de otros y a ellos a ser los adalides del liderazgo.
Un país donde conviven religiones con sus dogmas que dejan a las mujeres sistemáticamente por fuera -cualquiera que esta sea-, con la prostitución, como ese coto de satisfacción masculina y de iniciación de los chicos de la casa, sin considerarlo como explotación o esclavitud moderna y adonde las putas las llaman “trabajadoras sexuales” como para que se sientan mejor, pero donde nadie se mete con los proxenetas o los puteros.
Un panel sin mujeres
Aún se celebran foros, jornadas, eventos donde los paneles están compuestos exclusivamente por hombres, a menos que el tema sea sobre la mujer o la belleza o cualquier cosa habitualmente atribuida a lo femenino. Los “expertos” se reservan el estrado para ellos, invisibilizando y quitando voz a tantas mujeres universitarias brillantes que podrían ser convocadas. Los partidos políticos, las juntas directivas de las empresas, las bancadas parlamentarias, tienen composición abierta y claramente masculina. Solo basta ver carteles, planchas y fotos para constatarlo.
Las mujeres no tenemos plenos derechos sobre nuestro cuerpo, ni acceso mecanismos que garanticen nuestra salud sexual y reproductiva: limitado acceso a anticonceptivos, no existe la posibilidad de abortar ni aún siendo violadas -a menos que tengas dinero y contactos-, registrándose así altas tasas de mortalidad por abortos mal practicados o por partos en condiciones insalubre; escasez y alto costo de productos de higiene íntima, menstruación plagada de mitos y tabúes que impide moverse con libertad a muchas niñas, incluso ir a clases.
El machismo forma parte del paisaje social
Pero la señal más clara de ser un país machista y patriarcal es que todo esto se entiende comocosa natural, como parte del paisaje social, como el deber ser de una sociedad “normal”. Quien lo cuestiona pasa a ser enemigo del estatus quo y por eso nos caen con todo cuando hablamos de Feminismo en Venezuela, porque esta sigue siendo una sociedad profundamente conservadora, temerosa de los cambios y defensora de valores que vienen desde los días de la colonia. Nos confunden con comunistas, nos tildan de resentidas, nos agreden en las redes metiéndose con nuestra vida privada repitiendo consignas antifeministas que quizás ni entienden.
Mujeres machistas también las hay
El mayor dolor es el ataque que viene de las mismas mujeres “empoderadas, entaconadas”, que argumentan en contra porque ellas no ven la discriminación en sí mismas o se sienten libres por haber alcanzado posiciones desde sus privilegios personales, ignorantes y ciegas a la realidad que se nos impone por vivir y haber sido criadas bajo el sistema cultural imperante del patriarcado. Solo cuando viven la discriminación, es cuando abren los ojos.
Ver más allá
A ellas les digo que amplíen la mirada porque vale mucho en la vida aprender a ver las cosas como suceden a la mayoría y no como “te” sucedieron a ti. Y las invitaría a revisar las trampas de la supuesta liberación en la que viven: puedes estudiar lo que te dé la gana (siempre que sea una profesión bien vista), pegar cuatro gritos (aunque te dirán histérica) , vestirte como quieras (pero cuidado no ser muy sexy y te violen), divorciarte (y andar como con una suerte de estigma de fracaso por no cumplir con el mandato de tener una familia y casa normal), trabajar en la calle (siempre y cuando tengas una infraestructura de apoyo -otras mujeres- que te cuiden a los hijos y no te llamen egoísta) y un largo etcétera de ejemplos…
Afortunadamente, desde mediados del siglo pasado, el movimiento feminista en Venezuela empezó a activarse con fuerza, logrando primero la conquista del voto, la participación política y civil de las mujeres, a ser reconocidas como sujetas con Derechos Humanos, la fundación de centros e instituciones abocadas a empoderar a muchas y a la consolidación de redes de ONGs y personas, apoyadas por organismos de cooperación internacional, que nos da la plataforma sobre la cual levantarnos y decir que sí, que Venezuela es machista y que hace falta más feminismo. Así que seguiremos.
Por: Susana Reina