(17 de junio del 2021. El Venezolano).- “No existe peor alienación que experimentar que no se tiene raíces, que no se pertenece a nadie.” Papa Francisco.
No solo podemos perder el país, lo más lamentable es que no sabríamos cómo encontrarlo por no tener cómo reconocerlo. Estamos a punto de perder nuestra identidad como pueblo dentro de un mundo civilizado; desconfiamos de todo y de todos, de los más honestos dedicados y sacrificados por el bien de la Patria, y hasta de nosotros mismos.
Me anoto entre los que consideran que hay que dejar atrás la quejadera, los lamentos y la espera, y reaccionar positivamente. No deja de resultar paradójico y alentador que en una época tan oscura para el país muchos compatriotas brillan con luz propia, salvando la honra de nuestro gentilicio, diferenciándonos de la barbarie que se empeña en encapsularlo todo en esquemas comprobadamente fracasados, de los que alejados de todo lo que signifique progreso en la humanidad, pretenden imponer una reedición falsificada de nuestra historia y obstaculizar el camino de quienes fijamos nuestra vista al frente para poder transitar hacia el futuro deseado, posible y lleno de esperanzas y certidumbres.
Definitivamente sabemos que la mediocridad instalada con solemnidad, la indecencia y la impudicia como una expresión de un pretendido liderazgo, y la inmoralidad como práctica política, chocan contra los principios, valores y perfiles que nos caracterizan como ciudadanos triunfadores a pesar de los intentos del régimen que se esfuerza en hacerlos desaparecer.
Los venezolanos que han puesto en alto el estandarte de la Patria, que son muchos, tendrán siempre su sitial de honor. Por méritos propios, no por la sombra brutal de los mediocres. Dejemos a los que así actúan rumiando su envidia, su rencor, sus complejos y resentimientos. Es más contagiosa la mediocridad que el talento, decía José Ingenieros, tengamos cuidado.
Propongámonos con decidido valor a ponerle freno a la usurpación de la barbarie y cambiemos de rumbo para que emprendamos el camino de los triunfadores y exitosos. Centremos nuestros esfuerzos y entusiasmo en la construcción de ese futuro deseado, mirando hacia atrás sólo para darnos cuenta de cuánto avanzamos.
La tarea es ardua, para cumplirla vamos a necesitar una conducción fuerte y decidida, no una dictadura saqueadora y atroz, no una oclocracia despiadada e ineficiente. Unas instituciones sólidas que ayuden a acabar con la corrupción; un excelente sistema educacional que nos ubique en el futuro y no en el pasado; grandes inversiones en el capital humano; apoyo a las actividades productivas fundamentales previamente priorizadas; incentivos a la inversión extranjera y una política económica integral que sea el soporte para una buena política social que atienda por igual la equidad en la distribución de la riqueza así como en quienes la producen. Ese es el camino de los países exitosos.
Los venezolanos somos capaces de distinguir entre las payasadas y las verdaderas virtudes; entre la viveza y la sinceridad de las posturas fingidas, de modo que deben abstenerse los que aspiren a una vuelta al pasado o reforzar el tenebroso y vergonzoso presente. Queremos construir un futuro luminoso, elegir lo que nos acerque a los otros, a nuevas experiencias, a diversas alegrías y alejarnos de lo que nos encierra y entierra, como dijera Savater.
AFP