(14 de enero del 2020. El Venezolano).- «Eco era el intelectual más reconocido del planeta»Paolo Fabbri (Rímini, 1939).
A los 84 años de edad lucía jovial, indetenible, siempre fiel a su rutina intelectual de lecturas en horas tempranas y escritura profusa. Era un piamontés que degustaba con sumo placer cada bocado, siempre jovial, amaba lo que hacía: crear ideas, generar pensamientos, devanar bellas narraciones ficcionales; sobre la base de su vasto conocimiento del medievo y de las ideas estéticas escolásticas. Estudió a fondo y amó los preceptos de Santo Tomás de Aquino y siempre vivió en una eterna fascinación por la antigüedad: era un duende renacentista viviendo en la moderna Milán.
Aunque no tuve la dicha de conocerlo, o de estar en un auditorio escuchándolo; vi muchas de sus brillantes entrevistas en televisión, las que brindó a muchos canales del mundo. En México dialogó en español sobre los símbolos. También lo oí hablando en su italiano nativo, en francés, en latín y aunque decía detestar el inglés, y lo calificaba de «lengua bárbara», igual lo hablaba con solvencia y realizó varias entrevistas en Kesington y en Nueva York en ese idioma.
No hubo anuncio de su enfermedad terminal, ni de agonías; se fue en silencio la noche del 19 de febrero en Milano, su ciudad adoptiva, en donde residió en las últimas décadas de su vida. Umberto murió acompañado por su esposa Renata Remge, la bella dama alemana con la que se casó en 1962, escritora y catedrática, nacida en 1937. Él exhaló su último aliento entre sus brazos, al amparo de quien fuera su primera lectora durante 53 años. Así terminó su existencia fecunda, única. Logró redondear un proyecto intelectual que muchos califican como «El de mayor nivel» en cuanto a la disciplina de la semiótica. Con logros muy destacados en la literatura, algunos inalcanzables.
Sus libros los disfruté desde mis días en los pasillos de la Universidad del Zulia: «Apocalípticos e integrados», primero lo leí en una guía precaria que vendían en las escaleras del bloque Q de la Facultad de Humanidades. Luego en edición de Tusquest, lo compré como un tesoro, traía en la portada un Súperman Súperintegrado. Le siguieron las lecturas de sus novelas «El nombre de la rosa» 1980, «El péndulo de Foucault», 1988. «La misteriosa llama de la Reina Loana», 2004; «La isla del día antes», 2006. En total, la genialidad de Eco nos dejó una obra de 63 libros publicados, y uno que estaba en proceso, y estará disponible en el mes de marzo 2016 en las librerías europeas (obra postmorten). Ese tomo es una antología de sus escritos periodísticos de reciente fecha. En total, Eco escribió siete novelas, todas muy exitosas. Se calcula que «El nombre de la rosa» la han leído 60 millones de personas, en un centenar de lenguas y dialectos. Las demás son ensayos, todos de gran repercusión en el ámbito académico.
Un indicador de la dimensión universal de Umberto (nombre germánico que significa osezno, en su versión italiana sin la H) es que recibió cerca de 50 Doctorados Honoris Causa en importantes universidades de tres continentes; un honor no superado por ningún intelectual actual.
Siempre se mostró contrario al mundo de las redes sociales, sentenció con algo de arrogancia académica, que internet le había dado protagonismo a los imbéciles, afirmó: «Le dan derecho de palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad. Mientras que ahora tienen el mismo derecho de palabra de un Premio Nobel. Es una invasión de imbéciles». Luego matizó un poco su aserto, le puso bemoles y recomendó a los periódicos que coloquen en sus sitios en la web a periodistas especializados, que sean unos buenos «curadores de contenido», para que los usuarios puedan determinar, con mayor facilidad; cuáles son los sitios en la web con contenidos de excelencia, veraces, perdurables.
Sus frases, todas célebres, invaden agendas, los epígrafes, paredes grafitadas. Sus seguidores las colocan en los álbumes musicales, al inicio de programas de radio o de televisión. Estas abarcan todos los senderos del saber humanístico, son los frutos de un auténtico polímata:
- «La cultura es lo que queda cuando todo lo demás se ha olvidado».
- «La voluntad de orden es un intento de guardar distancia con el caos del mundo».
- «Lo que queremos y lo que conseguimos rara vez es lo mismo».
Fue un amante fetichista de los libros, y un coleccionista de respeto. Se ufanaba de tener bajo llave una colección de libros prohibidos, proscritos, algunos considerados satánicos o apócrifos. Llegó a codificar en su biblioteca personal casi 40.000 tomos. Creía firmemente que el libro en su formato clásico, se iba a mantener en el tiempo. Por ello aseguraba:
«Los libros son esa clase de instrumentos que, una vez inventados, no pudieron ser mejorados, simplemente porque son buenos. Como el martillo, el cuchillo, la cuchara o la tijera».
La lectura era su principal divertimento, su gran placer, su cacería diaria sin tregua:
«Quien no lee, a los setenta años habrá vivido una sola vida. Quien lee, habrá vivido cincuenta mil años». (Eco, 2014)
Otras aficiones muy ecosianas eran la colección de pipas, con las que fumó durante 40 años. Poesía una respetable muestra de sombreros y bastones de diversas maderas. Se divertía haciendo juego de palabras y catando güisquis: el agua de vida de las praderas escocesas.
Sus exequias fueron laicas, sobrias, sin mayor pompa. El féretro colmado de flores blancas y amarillas, en un ataúd de pino, partió del célebre Castillo Sforzesco, obra inaugurada en 1499 (actualmente es un museo de arte) ubicado a una cuadra de la casa del autor, el hijo ilustre de Alessandría. Fue un funeral sobrio y austero, sin curas ni rezos, desbordado por el afecto de los asistentes.
La carta abierta que en 2014 escribió a su nieto Emmanuel conmovió al mundo, muestra la ternura del abuelo que sabe que su recorrido vital pronto se acabará, mientras va acariciando con sus sabias palabras, al hijo de su hijo:
«Mira a las chicas de tu escuela o de donde vayas a jugar, porque son mejores que las que ves en televisión y un día te darán más satisfacciones que las que ves en internet. Si yo hubiera descubierto el sexo a través del ordenador, tu padre no hubiera nacido y tú no existirías en absoluto».
Le advertía a su nieto que la memoria es imprescindible para ser un hombre completo:
«Cada mañana, memoriza algunos versos o una breve poesía. Y quizá compite con tus amigos por ver quién recuerda mejor. Si la poesía no gusta, hazlo con alineaciones de equipos de fútbol».
Su nieto Emmanuel Eco fue el encargado de pronunciar las palabras de despedida en su sepelio, conllevaron un sentido agradecimiento por las enseñanzas del viejo, por sus cuentos y sus horas de conversaciones y largas caminatas. Antes de partir el cortejo, el cineasta Roberto Benigni dijo a viva voz: «Personas como Umberto hacen falta en la tierra, no en el cielo».
Su última novela titulada «Número cero» (2015) retrata el actual mundo del periodismo, los perversos mecanismos de presión y extorsión de los medios. La obra nos habla de la «máquina del fango» utilizada para crear campañas de desprestigio a los poderosos, a gente notable, que luego queda con su imagen destruida, hecha pedazos, desprestigiado sin remedio. Y que solo la puede parar el dinero, o los favores forzados:
«Un periódico se mide también por la capacidad de hacer frente a los desmentidos, sobre todo si es un periódico que demuestra no tener miedo de meter las manos en la podredumbre. Además de prepararnos para cuando llegaran los desmentidos verdaderos, había que inventar algunas cartas de lectores a las que siguieran nuestros desmentidos. Para que nuestro financiador viera de qué pasta estábamos hechos».
La alegría más grande para el profesor Umberto, según testimoniaron sus alumnos, lo representaba el colocarse su toga de la Universidad de Bolonia donde impartió cátedra por 30 años. Fueron incontables las ocasiones donde entró al antro académico y sus discípulos lo rodeaban con idolatría, en un gesto espontáneo, no ensayado, de admiración hacia el semiólogo universal. Esa toga blanca-azul con ínfulas, estuvo exhibida al lado de su ataúd en su despedida, fiel testigo de su vocación de pedagogo.
Eco fue muy valiente al enfrentar a Silvio Berlusconi, el magnate de la televisión italiana, político populista de extenso historial de fraudes. Empresario corrompido y déspota. Eco representaba la contrafigura de este millonario al que calificó de representar la corrupción moral: «El berlusconismo fertilizó en las vísceras y en la inmoralidad». Nunca se intimidó ante el capo milanés y sus cancerberos, públicamente aseveró: «He nacido bajo el fascismo y no quiero morir bajo el yugo de Berlusconi». Se mantuvo dignamente antípoda al reino de dinero y corruptelas de MEDIASET creado y liderado por Berlusconi, a quien llaman con sorna en las calles de Italia: «Sua Emittenza», algo así como «Su eminencia la radiodifusión».
Reconociendo la grandeza del maestro polaco Zygmunt Bauman, quien tiene 90 años y goza de una asombrosa lucidez; y teniendo en cuenta que Noam Chomsky celebró en Pensilvania, EEUU, sus 87 años con absoluta vigencia y con una agenda apretada; debemos reconocer que el gran semiólogo Paolo Fabbri acertó al calificar a Umberto Eco como el intelectual más influyente del planeta a comienzos del 2016.
Pues, se ha marchado el último sabio total, el erudito que llegó a las masas. Los periódicos italianos titularon «Italia está de luto» y eso amerita una corrección: «El mundo está de luto». El maestro Eco nos deja su inmensa obra con páginas magistrales, a través de ellas podremos reencontrarnos con el resplandor de su inteligencia, con los códigos de su narrativa ingeniosa, con los códices de su poesía solapada, y revivir los matices de su palabra viva.
León Magno Montiel