(24 de febrero del 2022. El Venezolano).- No hay duda que el escenario mundial está dominado por la sociedad del conocimiento. La educación como factor fundamental para el proceso de desarrollo de los pueblos se ha convertido en uno de los elementos más importantes que inciden en el perfil productivo de las naciones. Ya la riqueza contabilizada en términos de recursos naturales no garantiza por sí sola el progreso de una economía, más aún si aceptamos como válida la afirmación de Alvin Toffler que nos ubica en una tercera ola impulsora de un tercer sistema de riquezas más reciente y más vertiginoso , que desafía todos los principios de la industrialización, puesto que sustituye los factores tradicionales de la producción industrial por el conocimiento más refinado.
La sociedad se encuentra frente a una nueva revolución, la revolución de la inteligencia y de la creación de riqueza, profunda y continuada, en la que predomina el uso de la robótica, la microelectrónica y la biotecnología, que inciden en el desarrollo de los procesos productivos. Estas apreciaciones nos dan una idea acerca de las exigencias de la competitividad en que se encuentra la sociedad global y especialmente las universidades y el mundo empresarial. Estas razones indican que para ser más competitivos es necesario ser más productivos, eficientes y excelentes tanto en la producción de bienes materiales como en la producción de conocimiento, y éstos deben ser de calidad.
En un mundo dominado por la sociedad del conocimiento difícilmente podrá desplazarse la importancia de la investigación y sus resultados, de las consideraciones para el desarrollo de la humanidad. Las grandes potencias se interesan más por exportar e importar información que por los mismos recursos naturales que antes movían sus arsenales industriales. La información domina al mundo. La comunicación triunfa, aunque como dice Edgar Morín, sin embargo la incomprensión sigue siendo general, y por ello necesitamos ciencia con conciencia y comunicación con ética.
Entender a profundidad el grado de deterioro de la estructura institucional del país, el desaliento de nuestra sociedad frente a la situación económica que la oprime y la pérdida de valores que la desorienta, debe servir de acicate para participar en su recomposición y asegurar amplios horizontes para el futuro, afrontando las soluciones no con simples maquillajes sino con decisiones pertinentes que implicarán una buena dosis de sacrificio para toda la población.
La realidad y el nivel de la crítica social hace pensar que las soluciones mágicas no aparecerán. El discurso y la acción política deben guardar coherencia para materializar dichas soluciones en beneficio real de una sociedad tratada injustamente por gobiernos demagogos que olvidan que la sociedad es más importante que el Estado y que el ciudadano es más importante que el gobierno.
La crisis institucional que afecta la estructura social del país no la podemos endosar a la democracia. Estamos en deuda con ella y es precisamente esa capacidad interna de estimular la confluencia de fuerzas, la crítica constructiva y la respuesta acertada y oportuna las que forman parte de su esencia. El poder de rectificación y de autotransformación es lo que permitirá que se retome el camino hacia el progreso y el bienestar de la población.