(27 de julio de 2019. El Venezolano).- El chavismo siempre fue un proyecto dictatorial, tal como lo predijo Carlos Andrés Pérez en 1997 antes de que Hugo Chávez fuera presidente. Sin embargo, esto no implicaba que para enfrentarlo había que partir de esa predicción. No se debía confrontar radicalmente a Chávez en su momento de mayor popularidad ni denunciar fraudes cuando ganaba elecciones, tampoco imaginarlo débil con el petróleo a $100 dólares por barril o pretender que la comunidad internacional lo aislara cuando había sido legalmente electo y casi todo el continente era gobernado por sus aliados. No bastaba tener razón, era necesario tener paciencia, acumular fuerzas, unir a la oposición y preservar los espacios de poder. El fracaso del llamado “socialismo del siglo XXI” era previsible y esto ocurrió a partir del año 2015.
La trampa del tiempo es un error muy común en estrategia; la experiencia enseña que para obtener resultados a corto plazo se necesita un plan de largo plazo. El golpe del 2002, la huelga de PDVSA en ese mismo año y el retiro de las elecciones en el 2005 fueron errores de la oposición que le facilitaron a los cubanos controlar el país y al chavismo afianzar el poder militar, el petróleo, la justicia, el sistema electoral y todas las instituciones. Así creció el fenómeno populista más poderoso que haya existido en Latinoamérica. Para enfrentar una dictadura la regla general es que se debe romper la cohesión del adversario, mientras se asegura la unidad en las filas propias, lo primero requiere pragmatismo y lo segundo madurez.
Finalmente, la situación se modificó a favor de la oposición con la victoria electoral de diciembre de 2015. A partir del 2016 comenzó la decadencia política del chavismo, el destape pleno de su carácter dictatorial, la implosión de su modelo económico, la pérdida irreversible de su hegemonía social y el aislamiento internacional de su gobierno. Es hasta entonces que la oposición tomó ventaja estratégica. Es decir que son apenas 43 meses de lucha con ventaja y eso es poco tiempo para hablar de final. En el análisis estratégico es un error juzgar eventos y perder de vista el proceso. Los eventos no se deben juzgar por lo que ocurrió en un día, sino por el rumbo que estos marcan. Una victoria puede resultar de una sucesión de intentos supuestamente “fallidos” que van debilitando al adversario.
La oposición está ahora unida, tiene liderazgo, es mayoría en las calles y ha construido una dualidad de poderes sin precedentes en la historia de la lucha contra las dictaduras en el continente. Maduro viene retrocediendo en todos los terrenos, la corrupción ha creado una tragedia humanitaria, sufre rupturas internas constantes, intentos de golpes de Estado, deserciones masivas de sus militares y un severo aislamiento internacional. Maduro no tiene futuro, su estrategia es solo sobrevivir, sin embargo, la visión de corto plazo termina afectando a los opositores porque al presentar todas sus batallas como finales no logran ver las derrotas que le propinan a Maduro y esto le ayuda al régimen a presentar los días que sobrevive como victorias. La oposición va ganando y tiene el tiempo a su favor, aunque tenga un problema táctico de administración de expectativas. Maduro, por el contrario, tiene un problema de inviabilidad estratégica.
Se argumenta que los venezolanos están desmoralizados y que ya no van a las protestas. La lucha de calle contra las dictaduras es siempre cíclica porque es imposible que sea permanente, tiene altos y bajos y esto es normal. Basta hacer memoria de los últimos tres o veinte años y se verán claramente los ascensos y descensos. La pregunta principal es si la dictadura de Maduro puede consolidarse, recuperar el apoyo de la gente, reconstruir la economía y permanecer. La respuesta es que eso es imposible. La estrategia de “resistir y esperar” que ahora está aplicando Maduro y también Ortega en Nicaragua fue un diseño de Fidel Castro. El supuesto es que con el tiempo se pueden producir cambios que les permitan permanecer. Los Castro inventaron el período especial con la esperanza de que se revirtieran los cambios en Moscú y estos no ocurrieron, pero llegó Chávez y se salvaron.
Ahora están resistiendo a la espera de los resultados electorales en Argentina en octubre de este año; de la elección del secretario general de la OEA en marzo de 2020 y de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y de la Asamblea Nacional en Venezuela en diciembre de ese mismo año. Puede ganar el Kitcherismo en Argentina, Almagro puede dejar de ser secretario de la OEA, los demócratas pueden ganar la presidencia de Estados Unidos y Maduro puede imponer con fraude su propia Asamblea. Sin embargo, nada de eso cambiaría la suerte de Maduro porque su permanencia solo sirve para agravar el sufrimiento de los venezolanos. Es en extremo ingenuo pensar que un gobierno demócrata en Estados Unidos levantaría las sanciones y aceptaría convivir con la dictadura de Maduro. Esto mismo vale para los gobiernos que cuentan para reconstruir Venezuela.
Venezuela no es Cuba, ni Haití, ni Zimbabue, ni Libia. La dictadura cubana pudo sobrevivir décadas gracias al subsidio soviético y su economía parásita depende ahora del petróleo venezolano. El problema es que los chavistas destruyeron la economía venezolana y ahora ambos regímenes son parásitos y no existe quien los subsidie. Haití es un Estado fallido que genera sufrimiento a su gente al igual que Zimbabue, pero son países poco importantes que sobreviven en el olvido y la indiferencia. Venezuela no es una isla, es un país rico, está en el corazón de América y su degradación es una amenaza para todo el continente que no puede quedar en la indiferencia. Se equivoca Putin cuando compara a Venezuela con Libia. Venezuela no es un país tribal, los venezolanos han votado durante generaciones, el proyecto revolucionario fracasó, ha destruido a Venezuela y jamás podrá estabilizarse, la democracia liberal es por lo tanto una necesidad no un asunto ideológico.
El régimen venezolano está herido de muerte en un contexto de decadencia global de la extrema izquierda. Cómo caerá es asunto de adivinos, pero pase lo que pase la oposición no desaparecerá; mientras haya descontento habrá protestas, intentos de golpes, deserciones militares, sanciones internacionales y conflictos permanentes en las filas chavistas y esto no hay régimen que lo aguante. Como dice un viejo refrán “tantas veces va el cántaro a la fuente que al final se rompe”.
Por Joaquín Villalobos | El País