(01 de octubre del 2020. El Venezolano).- “Convertir el plomo en oro se interpreta como transformar el metal vil -el hombre mediocre-, en uno noble -el hombre virtuoso-.” José Ingenieros.
Hay cosas que parecen evidentes pero no lo son. Así pasa con la delincuencia y la política. Quien comete un delito, delinque, y quien lo hace pasa a ser un delincuente. Es decir, se decide por hacer el mal. Quien decide hacer política es un político, por lo tanto se supone que se propone a hacer el bien a la sociedad. Hasta aquí la lógica funciona. La realidad se torna más compleja e inconveniente, cuando los roles se confunden y los delincuentes se hacen políticos y los políticos se hacen delincuentes. Eso dicho así, simplificadamente, lo hemos observado y vivido en nuestra historia venezolana.
Gonzalo Barrios, político venezolano que gozó de gran estima y se le conoció como un hombre honesto, llegó a decir sin rubor, que “ en Venezuela no hay razones para no robar”; y Hugo Chávez, lo justificó: “el que tiene hambre tiene derecho a robar”. Podríamos enumerar muchos más casos de ese tipo de “justificaciones” del roce de la política con la delincuencia, por no hablar de las evidentes flagrancias y descaros del accionar político para delinquir. Lo que no habíamos experimentado es que delincuentes, con prontuario, asuman altos cargos políticos, sin pudor, sin vergüenza y cometan hasta lo inimaginable desde el poder.
Se ha hecho de la política un oficio vil y gran parte de los venezolanos así lo consideran. Lo más grave es que se haga de los delincuentes unos héroes de la patria que defienden su “revolución” y con ello a la nación. De ello pueden dar fe los llamados colectivos chavistas y la política penitenciaria llevada a cabo por la “Ministra” Iris Varela por instrucciones de sus jefes de pandillas.
En mi libro “El extravío revolucionario” yo expreso que nos está gobernando una legión de resentidos sociales, incapaces de anidar verdaderos ideales como seres humanos, pero dispuestos a encarcelar, perseguir, torturar, robar y matar dentro de una aborrecible concepción de la justicia revolucionaria, cuyas razones para insurgir en el año 1992 hoy se han magnificado. Lo corrobora el informe de la misión de los derechos humanos de la ONU recién hecho público, donde califica a los autores materiales del régimen de cometer crímenes de lesa humanidad.
Quizás sea necesaria otra aclaratoria. Entre delincuentes hay cómplices y enemigos. Entre políticos hay aliados y adversarios. Quienes confunden la actividad política con la delincuencia y viceversa se hacen cómplices; quienes ejercen la actividad política sustentada en principios y valores, tiene aliados y adversarios. Así de sencillo parece, pero no lo es. Es triste observar que entre los que abrazan una misma causa política se comportan como delincuentes y prefieren hacerse cómplices y dejan de ser aliados.
Por eso hay que hacer un gran esfuerzo por devolver a la democracia sus principios fundamentales y a la política su invalorable contenido ético. Se trata de poner en práctica y distinguir lo que la conocida frase enseña: hay que tener el poder para poder hacer, no tener el poder para poder tener. Esa es una gran diferencia entre la política y la delincuencia.