(17 de enero del 2024. El Venezolano).- En mi artículo de la semana anterior adelante algunas ideas sobre el avance e implantación de la política digital. Allí comenté el deterioro de la democracia representativa ante el peso e influencia actual de las redes sociales y el resurgimiento del populismo. De la política democrática de corte tradicional, puesta en práctica a través de la democracia representativa como forma de comprometer a personas dedicadas de forma exclusiva y permanente a la gestión de los asuntos públicos, de la existencia de partidos políticos como instrumentos de intermediación entre los ciudadanos y el poder, pero también como cetros de preparación y conocimiento de las personas dedicadas al servicio público, llegamos a un momento donde las personas no quieren partidos, ni representantes sino que se consideran en capacidad de emitir opinión directa desde su ciudadanía para establecer una política, un liderazgo o una decisión en cualquier materia de su interés.
Por César Pérez Vivas
Ese comportamiento no es el resultado de una reflexión o de un estudio sereno de los asuntos planteados. En muchos casos, dada la instantaneidad de las redes, se trata de emociones generadas por imágenes, palabras o frases, consignas o lemas, que impactan la psicológica o el espíritu de las personas. Lo grave de esos comportamientos es que buena parte de esas comunidades virtuales son impactadas por los laboratorios que diversos centros de poder (político, económico, religioso o culturales) instalan precisamente para generar comportamientos en el campo o área de su interés. En el terreno específicamente político, la utilización de las redes para la propaganda y la contra propaganda ha tenido un auge exponencial, hasta el punto de haberse logrado con su utilización, comportamientos y hasta el establecimiento de liderazgos y gobiernos, que luego han producido, fruto de los hechos y los comportamientos efectivos, profundas decepciones sociales respecto de las percepciones iniciales que se ofrecieron. La política digital está demostrando ser efímera, emocional y poco efectiva en la conducción de la vida social. Logra éxitos transitorios, pero aún no termina de garantizar estabilidad y capacidad efectiva de garantizar una convivencia civilizada para atender las demandas del hombre del siglo XXI.
Lo cierto es que estas herramientas estarán con nosotros y seguirán siendo utilizadas, pero su impacto nos debe obligar a repensar las formas de organización, de tramitación de la participación ciudadana, de la consulta y toma de decisiones para garantizar estabilidad y bienestar de las sociedades post modernas.
Ya la figura del partido político por sí sola no resuelve la conducción socio política. Las demás organizaciones de la sociedad, tales como gremios, sindicatos, fundaciones, asociaciones, ligas y equipos tampoco. Las redes, como estamos presenciando, tampoco garantizan efectivas soluciones. El desafío de estos tiempos está en articular una combinación de todas esas herramientas sociales y tecnológicas para ofrecer un sistema de dirección social más eficiente y seguro, capaz de permitirle a la ciudadanía decisiones inteligentes y reales.
En la base de la construcción de nuevas formas de organización, y en la búsqueda de comportamientos más racionales, está un elemento cultural de especial trascendencia. Se trata de una formación en valores, y en el estudio de los procesos históricos de la humanidad y de cada nación. Si nuestros ciudadanos no acceden a esa formación serán presas fáciles del populismo, de los autoritarismos, de los demagogos y en consecuencia se irá haciendo más presente la frustración y la indignación. Es decir, se estará gestando nuevos y recurrentes niveles de anomia.
Por eso el desafío de construir una nación auténticamente democrática, moderna, productiva, equitativa y entusiasta pasa por un inmenso proceso cultural y espiritual. Ahí está la gran tarea para poder alcanzar estabilidad, gobernabilidad y desarrollo. Es una tarea de la sociedad toda, de sus diversos sectores y de las organizaciones existentes. En nuestro caso venezolano, un cuarto de siglo de ignominia populista y autoritaria, ha minado de forma sensible el tejido social, pero aún tenemos reservas humanas e institucionales con las cuales desarrollar ese proceso cultural que haga posible la sociedad democrática, moderna y justa de la posmodernidad.