(20 de mayo del 2019. El Venezolano).-Como todo vasco, Fernando Savater disfruta la buena mesa, las tertulias largas y amenas, la música del mundo y sus interminables lecturas monacales.
Nació en Euskadi, Donostia (San Sebastián) el 21 de junio en 1947. Fue un niño lleno de preguntas, de interrogantes que aún sigue tratando de resolver después de dedicar toda su vida a la filosofía. Es celebrado catedrático de la Universidad Complutense, autor de libros que se han convertido en indiscutibles superventas: “Ética para Amador” (título en homenaje a su hijo, de 1991) “El contenido de la felicidad” de 1996, “Las
preguntas de la vida”.
Libros de una gran sencillez, con un talante pedagógico: son como cartas abiertas a los estudiantes que le siguen en buena parte del mundo occidental.
Tuve el honor de conocerlo en el Teatro Heredia de la zona amurallada de Cartagena de Indias, en el marco de “Sí hay Festival” de 2006, donde él tuvo una brillante intervención, a su mejor estilo construyó una suite de frases certeras, con su humor fresco y sereno, con anécdotas que ilustran grandes enseñanzas, y citas de sus autore preferidos, a los que llama “leones”. Todo lo expresa con mucha naturalidad y con gran arte para comunicar: “Lo máximo que podemos obtener, sea de lo que sea, es la alegría”.
En esa edición de “Si hay Festival” dejó en claro su gran admiración por Jorge Luis Borges, autor que le inspiró uno de sus libros más exitosos: “Borges, la ironía metafísica”. Sobre ese tomo declaró el autor español:
“Entre Borges y yo existe una relación de casi 40 años. Es el único autor importante del que he leído todo lo que ha escrito. Empecé con “El Aleph” y luego busqué todos sus libros, por todas partes. Ambos nos consideramos lectores de profesión, los dos admitimos una clara vocación por la lectura”.
El libro de Fernando Savater que he leído con mayor admiración, es “El valor de elegir”, obra que él considera “el núcleo esencial de todo lo que he escrito” (Ariel, 2003).
En esa obra, con varias traducciones, nos regala conceptos como estos: La acción es el fundamento de la vida para nuestra especie, la acción es lo que
define al hombre. Elegir: unos sufren su suerte como juguetes de fuerzas ajenas, otros realizaron su humano propósito. La vida no es un mero proceso biológico, sino un devenir de símbolos que se entrecruzan en forma de memoria.
En 2015 tuvo un gran bajón vital cuando murió su esposa Sara Torres, su leal compañera, mujer de cine que compartía con el filósofo el amor por los libros, por el mundo catedrático, el universo editorial y los documentales.
Llegaron a trabajar un libro a cuatro manos, sobre las casas de grandes escritores españoles, titulado “Aquí viven leones” (Debate, 2016). Un cáncer se la llevó violentamente. Desde entonces Savater vivió días de abulia y de hermética soledad, entonces declaró: “Solo como, duermo y lloro en mi refugio de San Sebastián”. “Para qué escribir, si ella no está para leerlo”.
La dedicatoria de su libro “El valor de elegir” reza: “A Sara, que me eligió”.
Afortunadamente, el filósofo donostiarra salió de ese bache emocional, de nuevo está integrado a su inquieta vida intelectual, anda como siempre tratando de despejar perplejidades en sus conferencias, con sus artículos, sus cátedras magistrales, sus apariciones en la televisión.
No es religioso, no se considera ateo, es devoto del pensamiento y de la creación. Por eso ha incursionado con éxito en la novela; en el mundo ficcional, considera que el arte es la dimensión más importante del hombre. Sobre la esencia del mismo, Fernando Savater razona: “Para algunos, el hombre es un sub-dios, para otros es un mono evolucionado”.
El vasco rebasó los 70 años de vida fecunda, lo logró derrochando mucha lucidez y disfrutando su éxito editorial. Es un eterno invitado de los medios masivos, y se apoyó en el sociólogo alemán Arnold Gehlen (1904-1976) para explicar su intenso recorrido vital: “El hombre no vive, sino que dirige su vida”.
Los padres jesuitas que me educaron, en su mayoría nacidos en Euskadi, me enseñaron un tradicional dicho de su región: “Donde está un vasco, hay una boina. Donde están dos, hay una apuesta. Donde están tres, hay una fiesta”. Y yo agregaría, de seguro, también habría algún libro del maestro Savater, un vasco planetario que ha sabido elegir.