(21 de agosto del 2020. El Venezolano).- «Es necesario aceptar que nuestra alma -aunque sea eterna- en este momento está presa en la telaraña del tiempo, con sus oportunidades y limitaciones.” Paulo Coelho.
Yo no tengo claro si es genético o se incentivó con el invento de la imprenta o de la irrupción tecnológica en la cual viene jugando un papel estelar el desarrollo de la teleinformática que ha
dado lugar a nuevos paradigmas. Lo cierto es que parece que desde hace mucho tiempo, además del sufrimiento de las pandemias, el ser humano ha padecido eso que Paulo Coelho ha denominado “el síndrome de la celebridad”, que es aquél mediante el cual las personas
olvidan quienes son y creen lo que los demás dicen sobre ellas.
Se consideran una superclase que sueña con un mundo sin sombras ni tinieblas, donde sólo existe la palabra “si” como respuesta a cualquier petición suya. Las personas que padecen el síndrome de la celebridad creen que Dios todo les concede y que los demás no tienen derecho
a pensar sino obedecer todos sus caprichos y ocurrencias. Viven en un mundo en el cual les parece más importante el parecer que el ser. Prefieren ser sombras para satisfacer su orgullo sin méritos, aunque consideren que su personalidad deslumbra, porque otros se lo dicen.
Ese síndrome de la celebridad afecta a muchos venezolanos, no sólo a quienes lo padecen. Su mundo irreal no les permite darse cuenta que vivimos un período histórico que exige de la dirigencia política empinarse por encima de los intereses minúsculos para pensar no solo en las
próximas elecciones sino también en las próximas generaciones. Se requiere una unidad política de Estadistas que descifren con claridad los signos de los tiempos para pasar de la patria mítica, de la cual nos habla Ana Teresa Torres, a la patria posible y soñada por las nuevas generaciones de venezolanos y por las complejas exigencias mundiales.
No necesitamos celebridades, necesitamos hombres y mujeres con sus capacidades y anhelos, con una visión de país acorde con las realidades que nos atosigan para construir el presente factible y el futuro deseable. El talento es un don universal pero hay que tener mucho valor para
usarlo, por eso no hay que tener miedo de ser el mejor, sin necesidad de ser célebre.
Tenemos que arriesgarlo todo en cada oportunidad y apartarnos de quienes ofrecen un mundo
de comodidad. No basta con concentrarse en lo que dicen los grandes maestros, también hay
que pedirle ayuda a Dios para que nos aleje el miedo y nos dé el coraje necesario para
cambiarlo todo y ponernos en sintonía con las nuevas exigencias y realidades. Es necesario
luchar para crecer, pero sin caer en la trampa de la arrogancia del poder que consigamos con
ella. Repito lo que ya he escrito antes, la miseria no sólo la causa la carencia de bienes
materiales indispensables para la vida, hay una carencia mayor, que es la de principios y
valores que nos orienten en la vida, es la miseria espiritual,es la miseria del alma.