(18 de marzo del 2019. El Venezolano).- Cuando nació Derek, su padre ya había muerto, era un pintor de acuarelas de apellido Walcott de piel blanca, que había llegado de las costas británicas al Caribe majestuoso. El niño sólo conoció en su isleña casa de Santa Lucía, el amor de su madre Alix, una maestra negra aficionada a Shakespeare y a la poesía de T.S. Eliot, la que le leía con devoción a sus hijos: Derek y su hermano mellizo Rodereck.
Derek Alton Walcott nació el 23 de enero de 1930, al sur del Mar Caribe, en las Antillas menores. Desde muy niño se inclinó por el dibujo, su madre presentía que llegaría a ser un gran artista. Su hermano se decantó por la dramaturgia, las tablas y la actuación. Derek tejió una fina urdimbre creativa con esos tres elementos artísticos: la lírica, el drama y los lienzos. Pero la poesía fue su magna creación, la misma propició
que el 10 de diciembre de 1992 le otorgaran el Premio Nobel de Literatura. En el discurso de aceptación elogió sus raíces caribeñas, su formación ecléctica y describió su origen como: “Un crisol de culturas que se ha fundido en las Antillas”.
En su obra rescató esa fragmentariedad: su patria insular, la lengua inglesa y su remoto origen africano.
Estudió en el College de su isla, luego obtuvo el título en Literatura, en la Universidad de Jamaica. Trabajó hasta 1976 dirigiendo el Taller de Teatro de Trinidad, y en 1981 se radicó en los Estados Unidos oficiando como profesor de literatura inglesa en la Universidad de Harvard, en Boston.
Su vida como habitante de las islas la plasmó en sus poemas con tono épico y a la vez elegíaco:
“Yo vivo solo al borde del agua sin esposa ni hijos.
He girado en torno a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente:
una pequeña casa a la orilla de un agua gris,
con las ventanas siempre abiertas
hacia el mar añejo”.
Derek fue un antillano en la acepción más raigal del gentilicio, estudió en su isla, se tituló en Jamaica, hizo de Trinidad y Tobago su casa. A la América insular le cantó toda su vida, al mar Caribe y sus misterios, a las grandezas que encierra su inmenso cuerpo gris:
“Las gaviotas discuten con el rocío de las olas, mientras los rabihorcados
hacen círculos durante horas, en un batir de alas, alrededor del arrecife
donde un pontón se oxida”.
(Pontón es un buque viejo amarrado en un puerto, usado como almacén, hospital o cárcel)
El poeta Derek Walcott representa el mestizaje, el entrecruzamiento de culturas, una amalgama de lenguas y dialectos tribales: urdimbre que tejió con el inglés como lengua materna, el holandés y las lenguas criollas del Caribe, con su fuerte aporte africano.
Él era descendiente de esclavos negros e hijo de un pintor británico caucásico.
Desde el decenio 1980 fue profesor titular de Harvard en Massachusetts, allí fueron muy celebradas sus cátedras de literatura, sus 15 libros de poemas y sus 30 obras teatrales. Hoy en día: reconocidas y valoradas en el mundo entero.
Sensible y reflexivo, profundo y solidario, Derek se identificó con los pobres de las islas. En su discurso ante La Academia en Suecia en 1992, dijo: “Una ventana en Haití, recuerdo ese vidrio de la ventana mostrando una mano de niño, me decía gracias Señor, merci Monsieur. La hambruna es como la cruz de las estadísticas”. La Academia Sueca, al otorgarle el reconocimiento, expresó: «La gran luminosidad de sus escritos,
incluyendo Omeros de 1990, una épica caribeña de 64 capítulos, es majestuosa».
A la mujer del Caribe cantó, fue su diosa del morbo, su iniciación y fin último, su musa más elevada:
“Nunca he pretendido que el verano fuese el paraíso, o que esas vírgenes fueran virginales; en sus bandejas de madera están los frutos de mi conocimiento, radiante de morbo, y te ofrecen esto, en sus ojos de almendras marinas maduras, los pechos de arcilla brillando como lingotes en un horno”.
En 2007 Derek Walcott visitó a Venezuela, su presencia se sintió en todos los rincones intelectuales y artísticos del país. Sus palabras fueron cátedra viva en ese mes de mayo. Llenó con su voz los confines de la sala caraqueña y se escucharon sus versos en su tono profundo y con ritmo reposado, muy musical:
“Recuerdo las ciudades que nunca he visto exactamente. Venecia con sus venas de plata, Leningrado con sus minaretes de toffee retorcido. París, pronto los impresionistas obtendrán sol de las sombras. Oh y las callejas de Hyderabad como una cobra desenroscándose”.
En 1985, The Paris Review publicó una entrevista al poeta, donde este declaraba: «La lengua inglesa no es propiedad especial de nadie. Es propiedad de la imaginación: es propiedad del lenguaje mismo. Nunca me he sentido inhibido para tratar de escribir tan bien como los más grandes poetas ingleses. Aunque soy absolutamente: un escritor caribeño».
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez lo llamó “El Homero del Caribe” y lamentó su deceso en su isla natal Santa Lucía el 17 de marzo 2017. Había tenido una larga enfermedad, lo dializaban en ese momento. Murió en paz a los 87 años de edad, cerca de la playa que lo vio nacer, conversando en las mañanas con los pescadores, los marinos que regresaban borrachos, con sus recuerdos más íntimos.
Considerado por muchos el poeta más grande de habla inglesa, un gigante antillano que tocó la universalidad con sus versos, el gran poeta del Caribe anglófono.
Considerado por muchos el poeta más grande de habla inglesa, un gigante antillano que tocó la universalidad con sus versos, el gran poeta del Caribe anglófono.