(18 de febrero del 2022. El Venezolano).- “No hay sino dos poderes en el mundo: el sable y el espíritu. A la larga el sable siempre es vencido por el espíritu.” Napoleón Bonaparte.
Escrito por Neuro J. Villalobos Rincón
De acuerdo con el informe de The Economist del año pasado (2021), de un total de 165 países en el mundo, cerca del 45%, un poco menos de la mitad de la población , vive en algún tipo de democracia. Ese porcentaje incluye a la India a quien se le califica como una democracia imperfecta debido a que ha sufrido importantes recortes de libertades civiles en los últimos años. Señala igualmente, que cerca del 37% de la población está gobernada por un régimen autoritario. Este porcentaje se debe principalmente, por la incorporación de China y sus 1.400 millones de habitantes.
Lo ideal sería que la población mundial disfrutara de un ambiente de libertades para su población, y eso sólo se logra en democracia que exige como contrapartida la responsabilidad de sus ciudadanos y el respeto al principio de que la libertad de uno llega hasta donde comienza la de los demás.
Ese 37% de la población bajo regímenes totalitarios luce muy elevado, por eso la necesidad de la lucha permanente por mantener y defender la democracia a nivel universal. En este momento, Venezuela al igual que otros países latinoamericanos, no gozan de las libertades que conlleva el ejercicio de la democracia, a pesar de la vigencia de la Carta Democrática Interamericana, la cual recién cumplió 20 años de su aprobación y firma por los países miembros de la OEA, y a pesar de la decidida vocación democrática de la gran mayoría de la población de estas naciones.
Estoy de acuerdo con el Economista Arturo Araujo cuando afirma que “reconstruir instituciones democráticas es uno de los más importantes y complejos retos en la tarea de reconstruir un país que aspire a cierta modernidad civilizatoria” y cuando manifiesta que se atreve a decir “que sin instituciones ajustadas a la ley y a los principios de libertad y democracia, poco avanzaremos social, política y económicamente como país”.
De allí que se haga imprescindible redefinir una nueva relación entre el Estado y la sociedad civil, es decir, entre el Estado y los ciudadanos. Vaclav Havel, recordado líder que venció al comunismo en Checoslovaquia, llegó a manifestar que el protagonismo de los cambios estaba en la gente decente, es decir, en aquellos con conciencia de ser ciudadanos.
Edgar Morín, respetado filósofo, escribe en La vía para el futuro de la humanidad, entre otras cosas muy importantes, que hay que aprender a enfrentar la incertidumbre ligada al conocimiento, es decir, que se requiere formación del ciudadano ya que necesitamos que el conocimiento no sea mutilado y que la acción no sea manipulada. Es obvio que para ello requerimos dejar de ser una masa irreflexiva y emotiva para convertirnos en ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes.
Es necesario conocer los elementos esenciales de la democracia y los componentes fundamentales de su ejercicio, los cuales se encuentran muy bien definidos en la mencionada Carta. De modo que se necesita ese proceso de transformación de pueblo a ciudadano para refundar o reconstruir una democracia que genere confianza en sus fundamentos; ciudadanos que sean capaces de comprender las complejas incertidumbres de la sociedad actual, atizadas no solo por las ambiciones e intereses individuales y grupales del liderazgo a nivel mundial, sino además por las incesantes innovaciones tecnológicas dirigidas a transformar la naturaleza misma de los seres humanos.