(01 de septiembre del 2021. El Venezolano).- En una de mis entregas semanales anteriores escribí un artículo titulado “Acefalia anarquizante”. Me referí entonces a la situación por la que está pasando, en estos tiempos, la oposición política venezolana. La indignación producida por la traición impulsada, gestionada y pagada desde el gobierno ha profundizado la ya recurrente y soterrada pugnacidad que ha caracterizado la búsqueda de la primacía en el liderazgo.
De alguna forma, el modelo caudillista restablecido por Hugo Chávez en la vida política del país se trasladó a la oposición. Se ha internalizado la idea de que debe haber un caudillo, un jefe único de la oposición. Un Chávez o un Maduro en nuestra acera. Los valores democráticos de la dirección institucional se fueron diluyendo tanto en el conjunto de la oposición, como en el de los propios partidos que la conforman. Tal circunstancia nos ha traído a un momento en el cual no hay un criterio sano en la conducción política, basado en objetivos concretos.
Cada sector tiene un sentimiento que lo mueve. Una cuenta que cobrar, un proyecto personal que imponer, un competidor al lado que se busca desaparecer, un plan grupal que adelantar. Y en esa rebatiña hemos perdido el norte de servir a un pueblo que cada día padece más y cada día observa más cómo sus problemas no son los que más importan a la hora del quehacer de los dirigentes.
Y no es que cada partido y cada dirigente no tengan el derecho legítimo a desplegar su acción y a implantar su presencia en el seno de la sociedad. Solo que en ese ejercicio perdemos las perspectivas y nos dejamos arrastrar por los antivalores productores de la disolución del tejido social y político.
La conducción política y el ejercicio del liderazgo deben basarse en principios sólidos y debe estar bajo el imperio de la ética. En una situación de tragedia humanitaria y de control del poder del Estado por una camarilla autoritaria y criminal, el deber de quienes actuamos en la vida política es colocar como elemento central del actuar político la búsqueda permanente del Bien Común.
En función de ese objetivo es legítimo luchar para derrotar políticamente a quienes encarnan al Estado autoritario y son responsables directos de la caotización del país. Pero esa lucha debemos adelantarla con responsabilidad, con visión de conjunto y con claro sentido de los tiempos.
Aquí es donde la conducción política de la Plataforma Democrática está poniendo en evidencia un conjunto de carencias sobre las cuales es muy importante una autocrítica, una reflexión.
La elección de las autoridades regionales y locales es un mandato constitucional. Para todos los actores políticos era más que evidente, desde comienzos del presente año, que en sus finales tendríamos la elección. La conducción no asumió con sentido de responsabilidad y oportunidad esa realidad. Le fue dando largas. No encaró con franqueza el tema. Por el contrario, enviaron al país señales muy contradictorias. Hubo los que de forma reiterada han declarado que no podíamos participar porque no había o no hay condiciones. Hay quienes declaraban que no participarían pero alentaban a cuadros políticos de su organización a presentarse. Finalmente, a pocas horas para el cierre de las postulaciones, de forma apresurada anuncian que se va a participar y resuelve, en la selección que tienen que ver con las regiones, confiscarle a los liderazgos de los municipios y de los estados su potestad para adelantar los mecanismos y acuerdos que permitan presentar una plataforma unitaria en dicho proceso.
La premura de última hora no está dejando un saldo positivo para la oposición política. Escoger candidatos a gobernadores y alcaldes solo por cuotas partidistas, sin ponderar el verdadero liderazgo de los postulados, constituye una agresión innecesaria a las comunidades. Chantajear a lideres auténticos con negarle la emblemática tarjeta de la unidad, si no aceptan absurdas condiciones, constituye un error que ojalá se pueda subsanar.
Los autócratas han recurrido a todos los recursos, incluidos los más abiertamente contrarios a la moral, para preservar el poder. La lista de recursos y métodos utilizados para instaurar la dictadura comunista merece un ensayo por separado. Pero es menester, en este artículo, referirme a uno en especial. El de la división inducida, pagada, instruida y operada desde el epicentro del poder.
En el cumplimiento de esa estrategia, la cúpula roja ha logrado arrastrar a personas que de forma directa no tiene ninguna relación con la dictadura. A luchadores que han dado su concurso a la ya larga lucha por el rescate de la democracia, pero que por tradición y fidelidad partidaria, o por inequidades y arbitrariedades en el seno de sus partidos han sido impedidos de participar en la representación o en el quehacer político, o por pugnas locales y ambiciones muchas veces subalternas, o simplemente atados a conceptos equivocados, han participado detrás de las autoridades designadas por el TSJ para “dirigir” unas organizaciones que ya desde hace tiempo habían abandonado el ejercicio de la democracia interna.
El deber de la dirigencia opositora, la que se ha mantenido firme en la lucha por la democracia, la que no ha cedido a la presión y a la corrupción del régimen, es ganar la confianza de la mayoría ciudadana con un trabajo y un compromiso que permita a cada venezolano valorar exactamente su naturaleza y su lucha. Para ello es menester legitimar, con el apoyo de los ciudadanos, la condición de líderes verdaderos de cada municipio, de cada estado y del país.
Una elección como la del 21N es una oportunidad especial para dirimir la representación en el campo de la oposición. Una conducción clara en la ruta ha debido lanzar una consulta democrática para que se definiera cada liderazgo en cada municipio y en cada estado. No fue posible que este criterio prevaleciera. Se impuso la tesis de la revancha, la de ignorar esa realidad que la dictadura ha fabricado, la de mirar para otro lado.
“Con ‘los alacranes’ no nos contamos”, me comentó un diputado amigo. Le expresé: pero sí nos vamos a contar con “las serpientes venenosas el 21N”.
Este esquema de no practicar la democracia cuando luchamos para rescatarla luce contradictorio. Aún estamos a tiempo de enmendar esa errónea línea.
En el fondo estamos contribuyendo a consolidar la estrategia de la dictadura. Intervino los partidos, compró y comprometió unos cuantos actores políticos para dividir a la oposición, y nosotros, antes que dejar en manos de nuestros electores la decisión de la representación y el castigo político de esos agentes, decidimos consolidar esa fractura, negándonos a dejar en manos de la gente definir la plataforma opositora.
El gobierno ha tenido éxito. Ha logrado la división. Dios ilumine a quienes ahora están en la conducción para reducirla a su mínima expresión.